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¿Por qué el socialismo de Marx no funciona?

Escribí “el socialismo de Marx no funciona” en presente porque todavía existen personas, en Colombia y otras partes del mundo, que siguen creyendo que la única salida para los problemas de la humanidad está representada en el socialismo de Marx.

En esta columna, para evitar confusiones, haré solo alusión al socialismo de Marx, pues, según la historia, existieron socialismos anteriores al del él y también contemporáneos a su esfuerzo y predicciones, como el de los anarquistas socializantes decimonónicos.

Aclaro que el significado del término socialismo en este análisis no es tan polisémico como el que emplean muchos intelectuales, para quienes hay diversos tipos de socialismo, como, verbigracia, el del norte de Europa o el de los chinos.

Partiendo de la evidencia fáctica y de las teorizaciones de Marx y de sus discípulos, lo que existe en el norte de Europa y en China no es socialismo, pues lo dominante allí es la economía de mercado, la economía privada, bajo un andamiaje democrático, en el norte de Europa, y en un régimen autoritario, no democrático y de partido único, en el caso de China.

Imagen de referencia de la China capitalista.

Es necesario ahora precisar los fundamentos teóricos que caracterizan al socialismo de Marx, para comprender el fracaso de su enfoque. El análisis de este pensador partió de una realidad social bastante dura, originada en el despliegue del capitalismo industrial.

La descomposición de las estructuras agrarias, la violencia con que se acumulaba la riqueza y las terribles desigualdades económicas que producía ese capitalismo provocaron una explotación masiva, un incremento de la pobreza y la desesperación de las mayorías trabajadoras.

La explotación extrema en el siglo XIX se extendía a las mujeres y a los niños y las largas jornadas laborales desmejoraban las condiciones de vida de los trabajadores, ya de por sí irrisorias por los bajos salarios y en unas condiciones en que prácticamente no había normas laborales que les protegieran.

La ambición de los poderosos y su sed insaciable por acumular poder y riqueza creaban un clima de desesperanza, saturado de inmoralidad, que llevó a pensar, a los cerebros más radicales, que lo único que se podía hacer en ese contexto era tumbarlo todo para darle paso a otra sociedad.

A partir de la explotación, la dominación y la miseria que observaban, Marx y Engels delinearon unos pasos para dejar atrás al capitalismo y para abrirle espacio al socialismo y al comunismo.

Imagen de la caída del muro de Berlín.

Su sistema de socialismo se basó en el poder del Estado, pero no en un Estado en manos de los ricos, sino de los pobres, de los oprimidos y explotados por los capitalistas y los terratenientes.

La solución principal consistió en la toma del Estado por los trabajadores, o, más exactamente, por la vanguardia de los trabajadores, por el partido revolucionario o la vanguardia.

El complemento de esa solución fue la expropiación de los ricos y de los menos ricos, mediante la violencia revolucionaria. Desaparecían, en consecuencia, la economía privada, los mercados, y la producción y la distribución serían completamente estatalizados.

El modelo económico socialista pensado por Marx se basó en la estatización de los procesos productivos y distributivos, en la supresión de la economía privada (hasta la más insignificante, que se vio como un germen del capitalismo) y de los mercados.

Este fue un modelo que simplificaba el funcionamiento social, reduciendo los procesos económicos y los sectores sociales. Y fue un modelo que requirió de la represión y la violencia, además de llevar dentro la semilla del totalitarismo, el cual germinó ya en el siglo XX.

Marx pensó su nueva sociedad siguiendo la ruta especulativa de Hegel. Creía, en lo básico, que si el contrario eliminaba al contrario, se abrirían posibilidades inmensas para el desarrollo social; que si el partido-vanguardia y los trabajadores controlaban las fuerzas productivas a través del Estado, suprimiendo a la burguesía y a los terratenientes, la riqueza social se produciría sin trabas y fluiría hacia toda la sociedad, mediante la planificación socialista.

Pero ese sistema económico, aparentemente racional, devino en un pesado lastre para todos los países que lo aplicaron. La supuesta libertad socialista, que traería consigo ríos de miel y mucho bienestar social, se convirtió en una pesadilla para la mayoría de quienes lo han vivido, hasta ahora.

Eso no podía ocurrir de otro modo, pues Marx, al procurar la destrucción de la economía privada y de los mercados, no solo cercenó un filón fundamental del desarrollo económico moderno, sino que estrechó las oportunidades para la gente, en cuanto al desarrollo de su creatividad, de las posibilidades para crecer como individuos o grupos y para generar riqueza.

Imagen de la caída de la Unión Soviética.

Es decir, la cura de burro violenta de Marx, derivada de la dialéctica especulativa hegeliana (con la cual pretendía destruir la fuente de la dominación y explotación de los trabajadores), originó una matriz de lentificación del proceso económico, que no produjo el exceso de riqueza y bienestar predicho en la teoría, sino escasez, mala calidad de los bienes y servicios y un nivel de vida y una calidad de vida que nunca superaron, en ninguna parte, a los de los países capitalistas más avanzados, ni en el pasado ni ahora.

Él pensó el problema de la siguiente manera, siempre inspirado en Hegel: la burguesía y los terratenientes se apropian de la mayor parte de la riqueza social, la cual, según su teoría de la plusvalía, es generada por los trabajadores. Eliminemos a los explotadores y entreguémosle todo el control del proceso económico al Estado, al partido de vanguardia, es decir, a quienes generan la riqueza y a quienes podrían redireccionarla mejor.

Vista la cuestión de esta manera suena muy atractiva, sobre todo si se parte del pasado de explotación y dominación severa que dominó los tiempos de Marx, y de las variables morales implícitas en el maltrato a los trabajadores, a través de la industrialización capitalista.

Pero al mirar más de cerca el asunto, a la luz de la teoría económica, Marx suprimió los principales incentivos que hacen muy dinámica a la economía de mercado, o sea, las redes empresariales que sustentan la creatividad y la innovación, bases del cambio continuo que caracteriza al sistema capitalista.

La empresa capitalista se mueve por el deseo de ganancia y esta motivación esencial determina el desarrollo de las fuerzas productivas. La competencia es otro estímulo fundamental que ayuda a mejorar la producción, los servicios y todos los sectores básicos de la economía, el primario, el secundario y el terciario, pues actúa como acicate que le insufla dinamismo al sistema.

Sacar del juego a la economía privada y al mercado y reemplazar los incentivos económicos esenciales por la sola acción del Estado, la burocracia y el partido no podía conducir a la sociedad hacia un mayor dinamismo (como pensó Marx), sino a la postración del proceso económico, a la ineficiencia en la producción y en la distribución y al malestar de las mayorías, como en efecto ocurrió en todos los sitios, sin excepción alguna.

Desde luego que estos errores teóricos del maestro, revelados sobre todo en el siglo XX, y fruto, en parte, de la perversa influencia hegeliana, quedaron ocultos o en barbecho bajo la emotividad de la efervescencia revolucionaria en Rusia, China, Cuba y los demás países. Solo fueron apareciendo, en todas partes y sin ninguna excepción a la regla, con el paso de las décadas.

Y con el paso de las décadas el paquidérmico y represivo sistema socialista de Marx no solo mostró sus garras de ineficiencia, escasez y despilfarro (generados por el peso muerto y asfixiante del Estado, la burocracia y el partido único), sino que volvió inviable el propio funcionamiento social.

Estas no son simples palabras: la causa principal del derrumbe de la Unión Soviética y de la cortina de hierro estuvo en la escasez, en la mala producción y distribución originadas en un sistema encadenado por las limitaciones de la burocracia estatal y del partido único. Marx liberó a las fuerzas productivas de unas cadenas, pero para maniatarlas con otras más pesadas, que querían resolverlo todo con ideología, demagogia e ineficiencia.

Los chinos, a finales de los años 70 del siglo XX, derrumbaron el obsoleto sistema económico de Marx y permitieron el resurgimiento de la economía privada y del mercado. Esta es la raíz más importante que les permitió relanzar su economía, colocándose hoy en los lugares de punta del mercado mundial.

Un factor decisivo del fracaso del sistema económico de Marx está en el hecho de que no solo angosta el proceso económico, al concentrarlo todo en el Estado, y, por este camino fundamental, reduce la oferta de empleos de calidad, sobre todo para el personal altamente calificado, reduciendo la empleabilidad al rol estatal y creando, por este fenómeno, una especie de clientelismo socialista, al depender el empleo de la cercanía del solicitante con el Estado, la burocracia o el partido.

¿De qué te sirve recibir educación gratuita desde la primaria hasta la universidad si después no tendrás un empleo digno donde desarrollar tus capacidades? El Estado no es suficiente para absorber a toda la fuerza laboral calificada que genera la universidad, como lo demuestra la experiencia histórica.

Esto explica el drama de muchos jóvenes profesionales cubanos de hoy, por ejemplo, que emigran de la isla porque no le ven una buena perspectiva de crecimiento a sus vidas mediante la oferta laboral exigua y cerrada de tipo estatal, a la cual es muy difícil acceder por su escasez relativa y por las trabas estructurales de tipo ideológico y político que dominan ese proceso. Es un hecho que de Cuba ya no solo emigran los deportistas, sino muchos expertos muy bien preparados que carecen de un futuro más próspero en un sistema tan limitado y limitante.

A pesar de todas sus falencias, el mercado laboral en el ambiente de la economía de mercado es mucho más amplio y, por este motivo, entrega más oportunidades para los jóvenes creativos y para la masa de profesionales universitarios, para quienes la economía estatal se complementa con la privada.

Por otra parte, el sistema de Marx es ineficiente, en general, porque tiene dificultades para generar riqueza. La visión de este intelectual partía del hecho de que, si se eliminaba a la burguesía y a los terratenientes, la riqueza fluiría a manos llenas, pues los plusvalores no se concentrarían en los privados sino en el Estado. Pero, en contra de lo que pensó el maestro, las cosas no ocurrieron de ese modo.

Éstas no podían seguir el ruido de su entusiasmo, porque su cura de burro mató la creatividad y la innovación, al reemplazar los incentivos económicos por verborrea ideológica y por la represión burocrática y partidaria. Un modelo así carecía de interés real para mejorar la calidad y cantidad de los bienes de consumo y de los servicios, que es lo que más usan las mayorías.

La escasez y la ineficiencia, provocadas por el paquidérmico sistema económico de Marx, empujaban a una distribución de la pobreza, siempre exhibida como condición previa que preparaba el paraíso del futuro.

Paraíso que nunca podía llegar por la ruta ideada por el maestro, pues los fondos monetarios del Estado, utilizables para hacer trabajo social por la vía del presupuesto, también se redujeron o desaparecieron del escenario a causa de la muerte de la economía privada, fuente importante de la generación de riqueza para el propio Estado en las sociedades modernas.  

Ciertos logros científicos, en educación y otros campos, nunca sirvieron para cubrir, en la Unión Soviética y otros países, el corto nivel de vida de las mayorías bajo el socialismo, derivado de la escasez y mala calidad de los servicios y bienes de consumo, no solo mal producidos, en general, sino pésimamente distribuidos.

Por esta razón principal, el socialismo de Marx explotó como tenía que explotar. Siguiendo la máxima popular, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. La caída del Muro de Berlín representó, en parte, la liberación de los trabajadores de un régimen económico obsoleto que solo ofrecía una mala calidad de vida, en un ambiente represivo que se justificaba con toda clase de malabares ideológicos.

Por este fenómeno, la caída del Muro de Berlín también representó un fuerte golpe a un sistema político muy represivo, que hacía vivir a los preocupados por el mal funcionamiento de la sociedad al borde de la sospecha y del riesgo de ser tratados como enemigos.

Un sistema político muy parecido a las dictaduras clericales del medioevo, por su talante dogmático, que solían descalificar como herejes o enemigos a todos los que no pensaban igual que ellas y que lanzaban a las cárceles o a la hoguera a los opositores o librepensadores.

La dictadura del partido único y de la burocracia estatal propuesta por Marx tampoco pudo superar los niveles de libertad ofrecidos por los países autoproclamados como democráticos. El dominio de los militantes ideológicos semi clericales nunca permitió la libre expresión, ni el desarrollo de una opinión pública con capacidad para criticar al poder.

Ese modelo represivo, dogmático e intolerante, fue otra de las causas del derrumbe del socialismo, especialmente en Europa y la Unión Soviética. Esa caída debe ser interpretada en clave de liberación de las mayorías, hastiadas por la pésima calidad de vida y por la bota represora del partido único y de la burocracia estatal.

Estos son los principales argumentos que me conducen a sostener que el socialismo de Marx ha sido un completo fracaso en la historia del siglo XX. Un fracaso aún sostenido por personas con intereses creados en ciertos poderes estatalizados todavía existentes, o escondido por la ortodoxia marxista que se resiste a reconocer, con entereza intelectual, la verdad histórica.

Un desastre que nunca pudo cumplir todo lo que prometió y que defienden los militantes ideológicos que no comprenden el pasado reciente de la debacle del socialismo de Marx por estar de espaldas a la historia, por defender un dogmatismo y un fanatismo más próximos a los modos de pensar premodernos que a la ciencia contemporánea y por mirar al presente y al futuro admirando las cadenas y los errores del pasado.

El socialismo de Marx no funciona bien porque no tiene con qué ser eficiente desde el punto de vista económico y político. Sus bases teóricas, en parte construidas bajo la égida de la lógica especulativa hegeliana, han llevado a los efectos prácticos aquí analizados.

Lo peor del asunto es que siempre que se trate de implantar los modelos de Marx el resultado será siempre el mismo: represión, mala calidad de vida, desaparición de la libertad y el uso sistemático de la mentira y el macartismo para justificar lo injustificable, pues las estructuras económicas y el andamiaje ideológico-político estimulan la concreción de esos efectos perversos.

El mundo actual impone la lucha contra el autoritarismo y el totalitarismo marxista y contra las barbaridades neoliberales. No podemos seguir viviendo con la zozobra de destruir el medio ambiente y la sociedad por el deseo de ganancia desbocado de los capitalistas o por la idea, rechazada por la sociedad, de lanzarnos al abismo de una utopía irrealizable que también entró chorreando sangre por todos sus poros, como ha sido el caso del socialismo de Marx.

Hay que seguir avanzando en la modernización de los países, mediante la economía de mercado, la profundización de la democracia, del pluralismo, el humanismo, el sistema de derechos y deberes y la reforma y la regulación inteligente de los procesos económicos, para orientarlos al servicio de las mayorías, como ya ocurre en algunos países del norte de Europa.

Hoy no es posible vivir sin economía privada y sin mercado y es mucho mejor vivir en un régimen democrático que facilite la libertad de pensar, de expresión fundamentada, y que promueva el desarrollo de una sólida opinión pública.

No se sabe lo que nos deparará el futuro a la vuelta de los siglos. Lo que si comprendemos con certeza es lo que nos legó el tiempo. ¿Por qué repetir viejas ideas que conducen al fracaso si es posible crear otras nuevas, quizás mejores, aprovechando el laboratorio de la historia?

¿Por qué seguir mirando todavía un pasado funesto y de catástrofe, saturado de represión e ineficiencia, como si fuera el mejor futuro posible para la sociedad humana, como la utopía cuasi celestial que hay que realizar?

¿Por qué no liberarse de esas pesadas cadenas que los llevarán a los mismos errores del pasado, portando un fardo de argumentos con cara de ángel pero con el cuerpo de un demonio?