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“La historia no se repite, pero rima”

Hay una famosa frase que de continuo se repite en aquellos que nos acercamos de manera cotidiana con la Historia, y que reza: “La Historia no se repite, pero rima”. Declaración que se atribuye a Mark Twain. Tiene cierto grado de relación con una afirmación que nos llega desde la Antigüedad clásica, ya que, aparentemente todos los días suceden cosas distintas, pero en el fondo no hay “nada nuevo bajo el sol”

Algunos tienden a tomar cierta distancia de esta última frase, ya que si la asumimos de manera literal de uno de los libros del canon bíblico (Eclesiastes I,10, “nihil novum sum sole”), se puede pensar que está todo dicho y hecho, ya con anterioridad. Para otros, entre los que me considero más cercano, la experiencia del pasado nos debe ser útil y actuamos como verdaderos necios al despreciar la experiencia vivida por seres muy semejantes a nosotros hace cientos o miles de años, o lo que es peor, el desprecio por la experiencia vivida por nosotros mismos hace apenas unos años.

Chile ha vivido a lo largo de su historia larga variados procesos constituyentes  y está viviendo hace unos 4 años, en la historia corta, situaciones políticas complejas y límites: un estallido social que puso en tela de juicio las visiones utópicas del país que habían construido y vociferado sus mismos gobernantes; el fin de la idea del milagro económico entre finales de la dictadura y los primeros años de la recuperación de la democracia y la aceptación, en su momento bastante transversal, de la conformación de una sociedad muy desigual y tremendamente discriminadora; la proliferación de actos de corrupción en el aparato público y en todos los niveles y de todos los colores políticos, que asomó, como la punta del icebergs, con el caso MOP/GATE, bajo el gobierno de Ricardo Lagos; los altos índices de delincuencia y criminalidad que nos confrontan de manera dramática con la lógica por años asumida de un país que vela por el orden y el respeto. Muchos de los slogans, repetidos insistentemente por lo demás, y que fueron construyendo una imagen de Chile, se cayeron a pedazos en los últimos años.

No fuimos pocos, dentro de los cuales me cuento, que miramos la crisis como una oportunidad, para reflexionar, para sensibilizarnos, para proponer y para construir, para dejar de mirarnos el ombligo y darnos cuenta de que la convivencia demanda y hasta exige la preocupación por el otro, que la virtud democrática nos interpela no sólo al desarrollo y logro de nuestras aspiraciones individuales, sino que también de nuestro compromiso social, en otras palabras, ése complejo equilibrio entre los intereses personales y colectivos que demanda la lógica jurídica del bien común.

Es por ello que me integré de manera optimista a los procesos constituyentes de variado cuño que ha experimentado Chile, desde la iniciativa ciudadana de la Presidenta Michelle Bachelet, con la participación en cabildos ciudadanos con mis colegas y alumnos de la universidad y del colegio, pensando sobre los principios, valores, derechos, deberes e instituciones que deberían tener rango constitucional. Proyecto que fue invisibilizado por un sector político muy anclado en los resabios autoritarios y que parecía sentirse cómodo en un Chile discriminador y desigual, ya que ni siquiera estuvo dispuesto a reflexionar al respecto y que luego, con Sebastián Piñera en la presidencia, terminó por sepultarlo. Quiero aprovechar de confidenciar que, la metodología de trabajo propuesta por el proyecto ciudadano de la presidente Bachelet, sigue estando vivo en los espacios de reflexión constitucional con mis alumnos.

Luego, en el fragor del estallido social, en un país en protesta y movilización, con actos republicanos, democráticos y pacíficos, pero también con expresiones de violencia y saqueo, parecía que la clase política, totalmente negada por los diferentes movimientos ciudadanos y con presencia de ciertas resistencias firmó el “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución” apenas un mes después del estallido. No han sido pocos los que alzaron la voz para decir que el acuerdo impidió una hecatombe peor, la caída del gobierno de Sebastián Piñera y quién sabe que derroteros habría experimentado la política chilena en ése escenario, sin duda un excelente ejercicio para la corriente historiográfica contra fáctica. Pero bueno, más allá de las reclamaciones de los extremos políticos que no concurrieron al acuerdo, un amplio sector partidista instaló legislativamente la experiencia de un proceso constituyente sobre la base de relevantes consultas a la ciudadanía y la elección de una convención constituyente fruto de la elección popular.

No vale la pena insistir en la narrativa de aquella experiencia, tuvo un tremendo fracaso, muy espoloneado por lo demás por el alto nivel mediático, con todos los desafíos que la era de la información digital impone. No sólo los medios de comunicación de masas, sino muy especialmente las redes sociales tejieron telarañas conspiracionales que desnaturalizaron el proceso y con acciones de la mayoría y minoría constituyente, que estuvieron lejos de la responsabilidad que había pesado sobre sus hombros. Quiero confidenciar, por lo demás, que sigo creyendo que era mejor aprobar dicho proyecto para reformar aquellos aspectos que podrían haber generado mayores conflictos, pero habríamos instalado anhelos necesarios y ampliamente compartidos como los derechos sociales, económicos y culturales, los de la naturaleza, las reformas profundas y de sentido que demandan nuestro sistema de salud y de pensiones, el reconocimiento y garantías legales para nuestros pueblos originarios, en fin.

Hace ya algunos meses, con el trabajo de la Comisión de Expertos, que presentó una maqueta de propuesta constitucional al actual Consejo Constituyente, de mayoría de ultraderecha, se ha articulado, menos ciudadano y más partidista, un segundo proceso constituyente que no ha levantado las mismas pasiones del rechazado en septiembre del año pasado. La desigual conformación ideológica entre la Comisión de Expertos y el Consejo Constituyente, tenía que reventar mediáticamente en algún momento, ya que el proceso ha tenido no sólo menos interés, también menor visibilidad, en especial de los medios de comunicación de marcada tendencia que hicieron del rechazo al proceso anterior una campaña personal. Es cosa de revisar los titulares de la prensa escrita, de las emisoras de radios y de televisión, donde rara vez se ha titulado al respecto o se han creado suplementos informativos o espacios en los noticieros para discutir los alcances de la actual propuesta. En el caso anterior no sólo fueron espacios que informaron, también, y muy lamentablemente por lo demás, dieron tribuna a noticias luego desmentidas, pero con una menor exposición mediática.

La temática constituyente, durante esta semana, ha estado centrada en las enmiendas que han realizado los Consejeros al proyecto constitucional presentado por el Comité de Expertos. La mayoría de ellas han sido presentadas por la oposición, 400 por el partido Republicano y otras cuántas por los demás partidos de centro derecha (UDI, Evópoli y RN), que han actuado como bloque. Aspectos que hace unos 4 años, parecían tener un consenso transversal, se han vuelto a posicionar: Toda el ala mayoritaria de la derecha se inclina por un sistema de pensiones de libre elección, sin participación del Estado, de cotización individual y con escaso prisma solidario, es decir, las mismas cuestionadas AFP; en salud, las enmiendas apuntan a mantener un sistema público y privado de libre elección, es decir, las mismas condiciones heredadas del modelo neoliberal y consagradas en la Constitución de 1980; en lo laboral se propone la imposibilidad de huelga legal para los funcionarios de las más variadas reparticiones públicas; en los temas patrimoniales, republicanos ha sido claro en que la ley no “podrá en caso alguno establecer gravamen al patrimonio de las personas”, es decir, el impuesto a los súper ricos, en un país en que el 33% de la riqueza la concentra el 1% de la población; un capítulo especial para las Fuerzas Armadas, con muchas autonomías en sus procesos formativos y procedimentales de parte del poder civil; incluso se han planteado generar las condiciones para que, una vez que sean gobierno, pongan fin a la ley de aborto en tres causales.

Para ser sinceros la discusión se ha mantenido en un nivel elitizado, la ciudadanía, a diferencia del proceso anterior, no se ha hecho eco de estas problemáticas y la circulación en las redes sociales, incluyendo las fake news, son, por decir lo menos, insignificante. Durante esta semana fue invitado, a la Comisión de Sistema Político, el ex presidente Ricardo Lagos que planteos sus críticas, pero a diferencia del proceso anterior, más centrada en las formas que el contenido: habló de la necesidad de reconocer un país diverso, de que la derecha, con la actual mayoría, puede imponer sus términos, pero pone en peligro la aprobación de la nueva carta, su legitimidad y supervivencia y su preocupación por las enmiendas identitarias. Por lo menos yo esperaba que, un ex presidente socialista, se  planteara en términos de los derechos y garantías de las personas, de generar condiciones para avanzar hacia un país más justo y solidario; con acceso universal a salud, educación, vivienda y pensiones, para lo que se hace necesario un nuevo pacto fiscal que dote de recursos permanentes a gastos permanentes. Por lo menos yo, nada de ello escuché.

La Historia no se repite, afirmaba Mark Twain, un nuevo proceso constituyente raptado por un sector, que, muy en sintonía con la historia larga de Chile, ha impedido que reformas ciudadanas puedan prosperar y procesos bien intencionados terminan siendo controlados por los mismos, mientras los problemas de salud, educación, pensiones, vivienda, la problemática ambiental, la consagración de derechos, el impuesto a los súper ricos siguen siendo enceguecidos por la luz del sol. En la historia corta de Chile, aparecen incipientes aromas de rechazo, y por lo tanto con un final similar al que tuvimos el año pasado, con una no menor diferencia, el rechazo no incomoda y hasta se puede elevarse al nivel de un objetivo  para el grupo mayoritario que controla el proceso constituyente actual.