El procedimiento para construir historia
Construir historia significa elaborar un discurso o una narración que tiene como propósito tratar de entender o explicar lo que ocurrió en la sociedad. Este resultado es lo que se llama conocimiento histórico y es producido por los historiadores mediante un procedimiento especial.
Un punto de partida del proceso es la formación del historiador, que hoy ha llegado a niveles muy altos gracias a las tradiciones intelectuales que nutren la historiografía desde tiempos inmemoriales y que alcanzaron una cota muy alta en el siglo XX.
En esas tradiciones viajan metodologías, técnicas y teorías que son imprescindibles en la preparación del historiador contemporáneo, las cuales integran el bagaje de los programas de pregrado, posgrado o de más nivel en muchos lugares.
A este acervo teórico-metodológico y técnico se le integra el desarrollo de temas históricos de diversa índole, es decir, el aporte de los investigadores al conocimiento en el ámbito local, regional, nacional o internacional.
Ese conocimiento histórico propiamente dicho es el eje de la erudición de cualquier historiador o historiadora. Si se carece de este, aunque sea en un campo específico del saber (en lo nacional o local, por ejemplo), habrá una gran falencia que puede limitar la comprensión o explicación de los procesos históricos, para lo cual ha habido aporte de los pares.
Los historiadores son quienes hacen la historia, en el sentido de realizar las intervenciones tendientes a esclarecer lo que ocurrió y a generar un relato que contiene el recuerdo razonado de lo ocurrido, como historia, como conocimiento histórico.
El papel de los investigadores históricos, para producir esos conocimientos, es fundamental y a su preparación actual (en cuanto a aspectos metodológicos, técnicos, teóricos o de erudición) se le agregan las influencias ideológicas o políticas y los principios o valores que provienen de la vida social.
Lo ideal es que los investigadores sepan moverse dentro la ética de la certeza o de la verdad, sin hacerle concesiones a la ideología, la religión o la política. Los saberes sólidos, los que perduran, no hacen parte de la propaganda a favor de ningún grupo o ideología, sino del deseo de certeza o de producir verdades.
El saber en historia no es el fruto de la simple capacidad especulativa o interpretativa del investigador, sino del diálogo entre este y las fuentes, del contacto entre quien desea crear saber histórico y los vestigios o testimonios legados por el tiempo.
Lo que se puede conocer acerca de lo que ocurrió viaja en el vehículo de las fuentes históricas. Pero no lo hace como evento o proceso completo, sino como vestigio o indicio.
La tarea principal de los historiadores consiste en interpretar, entrelazar o integrar esas huellas en un texto cuyo propósito es explicar lo que ocurrió, valiéndose de todos sus conocimientos no basados en fuentes, o sea, de su experiencia intelectual, del aporte de los pares y del bagaje teórico-metodológico y técnico que nutre su formación.
Los historiadores construyen sus explicaciones mediante un trabajo creativo, activo, donde entra en juego su subjetividad. Pero establecen los hechos, es decir, analizan lo que ocurrió y lo enmarcan espacial y temporalmente, tratando de explicar los porqués y el cómo, siempre con apego a los datos que aportan las fuentes.
Las fuentes históricas son definitivas en la producción del conocimiento histórico. Sin testimonios de lo que ocurrió es imposible elaborar saber sobre los aconteceres del pasado. Sin esas fuentes solo queda la capacidad reflexiva de los historiadores, pero únicamente con esta nunca es posible construir conocimientos históricos.
El procedimiento para elaborar discurso histórico tiene dos ingredientes esenciales (entre otros): la preparación adecuada de los historiadores y la evidencia histórica que reposa en las fuentes. De ese diálogo creativo brota la memoria razonada que hoy conocemos como historia.