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Cuando la oposición se vuelve gobierno

La oposición, normalmente, trata de masacrar a quienes estén en el poder. Ese es un funcionamiento que se presenta en todos los países donde exista el juego democrático, con partidos que gobiernan y otros que se les oponen. 

Hoy esa dinámica se ha convertido en una guerra que inunda los medios de comunicación y, si hay mucha polarización, los adversarios se maltratan con toda clase de recursos, a cuál más rastrero. 

En un ambiente así, las mentiras y los engaños al elector se convierten en pan de cada día. Todas las líneas rojas de la moralidad son rebasadas sin ningún escrúpulo, aunque ciertos grupos, en los extremos del espectro político, tienen el campeonato en el uso de esas armas anti éticas.

Como muchos otros países, Colombia también entró en esa batalla que degrada la política y convierte a los adversarios en enemigos que no respetan nada. La calumnia y las falsedades están entre los platos preferidos de los combatientes.

Lo novedoso de lo ocurrido en este país recientemente se relaciona con el hecho de que quienes estuvieron hasta hace muy poco en la oposición ahora están en el poder, debido a la victoria de Gustavo Petro Urrego.

Es obvio que no es lo mismo hacer oposición que gobernar. En la oposición es más fácil atacar al gobernante. Exagerar los errores o las falencias es la estrategia recurrente de los opositores, y ese martilleo continuo ayuda a desprestigiar al gobierno, sobre todo en estos tiempos donde la opinión pública es muy influida por las redes sociales.

Los sectores de la centroizquierda que han criticado la corrupción o los crímenes (supuestos o reales) de gobiernos anteriores, emplearon el Congreso y los medios de comunicación como instrumentos principales para hacer las denuncias, buscando desacreditar al gobierno de turno. 

Congreso de la República de Colombia

La campaña de Gustavo Petro combinó todas las formas de lucha y supo atraerse el descontento popular para obtener el triunfo en las presidenciales. La pandemia y la plaza pública abonaron el terreno para esa victoria.

Con su triunfo, la antigua oposición de centroizquierda se convirtió en gobierno. Quienes antes fustigaban a los mandatarios de turno desde el Congreso, los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales se transformaron en el objeto de ataque de los opositores.

Cuando se es gobierno, de nada sirve gritar y quejarse como sucedía en la oposición. Tampoco es útil montar un discurso contestatario que pretenda desarmarlo todo, como acontece cuando se ataca la inoperancia o ineptitud de quien gobierna.

La estrategia más adecuada de los que están en el poder no consiste tanto en responder y gritar, como si fueran opositores, sino en demostrar que sí pueden gobernar bien al país. Y para lograr este objetivo lo más practico es hablar menos y hacer más.

Demostrar, sin tanta alharaca, que sus políticas para cambiar al país son viables, pueden realizarse sin lanzarnos al abismo. Desde luego que esa realización no depende solo del presidente y sus amigos, sino de las instituciones y de la oposición.

Petro se comprometió públicamente a trabajar en los términos de la democracia representativa. Si se sale de ese cauce y se desliza hacia el autoritarismo estará faltando a su palabra, al compromiso expresado poco después de ganar las elecciones. 

Continuar en la senda de las instituciones democráticas equivale a someterse a las reglas del juego del Congreso y de los organismos legales. En este contexto, tendrá muchas dificultades para aprobar sus principales reformas. Pero así funciona el sistema.

Lo ideal es que saque adelante sus reformas de manera consensuada, integrando las propuestas de los otros partidos y desechando lo que parezca inaceptable de las suyas para estos.

Pero, para alcanzar ese nivel, el presidente debe intentar recomponer una coalición más amplia o, si esto no se puede, llegar a acuerdos globales sobre su paquete de reformas con los partidos independientes. Esto le permitiría seguir operando en el terreno de la democracia.

Corte Constitucional

Si opta por la máxima “reforma o muerte” y pretende imponer el cambio como sea, eso le llevará hacia el autoritarismo. Es decir, hacia el abandono de la ruta legal para seguir por el camino del populismo y de la destrucción de las instituciones democráticas. Esta es la peor posibilidad que tiene ante sí el presidente de la república.

Porque esta es la vía, pavimentada por Venezuela y Nicaragua, que lo llevará directo al desastre. Él criticó al autoritarismo de esos países en su primera entrevista después de ganar la presidencia. 

¿Desconocerá el presidente la ruta democrática e institucional o dará la pelea en los términos de la democracia representativa? Este es el mayor dilema que enfrenta en este momento. El futuro cercano del país depende de esta encrucijada.

Cómo se ve, es muy distinto estar gobernando que criticar siendo oposición. Desde el poder es posible aplicar las ideas que se manejaban en el bando de los opuestos. Pero, así mismo, cualquier error pesa más, pues, desde la presidencia, se pueden adelantar políticas que en vez de mejorar al país lo empeoren.

Lo deseable es que el primer gobierno de izquierda haga algo diferente para beneficio de las mayorías, pero sin descarrilarse hacia el autoritarismo, el populismo o hacia un socialismo que ha fracasado en todas partes.

Mejorar la calidad de las instituciones democráticas, combatir la desigualdad económica extrema, meter en cintura a la corrupción, trabajar por la paz con ahínco, entre otras políticas, están entre las mejores estrategias para hacer un buen gobierno. 

El primer mandato de la izquierda no tiene porqué pasar a la historia como el que desarmó al país, sino como el que lo mejoró aplicando la justicia social. Solo así abrirá un camino cierto de nuevas oportunidades para el futuro de la centroizquierda.

Desbarrancarse hacia el autoritarismo, el populismo o el socialismo fracasado es repetir la peor historia de América Latina, unas experiencias que han contribuido a desmejorar a estas naciones. 

No olvidar la historia es clave para definir el futuro…