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Una cruzada del siglo XXI

Si bien es cierto que al hablar de una cruzada la referencia histórica asoma con mucha claridad y nos proyecta a las campañas militares que impulsó la iglesia cristiana de Occidente para recuperar los Santos Sepulcros en manos islámicas. La riqueza del lenguaje y muy especialmente del español, una de las llamadas lenguas creativas, es que se puede generar una transferencia y una actualización del concepto, aquí lo pretendo usar como un gran acuerdo que demanda conductas colectivas de apoyo para lograr un objetivo.

Ya hace algunas semanas expresé mi posición con respecto al temprano acercamiento que tienen nuestros niños con el mundo de las pantallas y la escasa supervisión de adultos responsables con respecto a ello. Nos movemos en nuestras calles, en las avenidas, lo paseos, los centros comerciales, y vemos pequeños, muy pequeños ensimismados en un celular o una tablet, mientras sus padres se toman un café, compran en una tienda o supermercado, y no son pocos los padres, sí, lo padres, que también están conectados a sus dispositivos electrónicos.

No es mi interés, en esta ocasión, profundizar en el impacto negativo que tiene esta exposición y las situaciones de inseguridad a la que se exponen, y menos en volver a insistir  en los efectos emocionales, sociales y educativos  que conlleva que el primer acercamiento sea fundamentalmente lúdico, la mayoría de las veces muy alejado de las variables más positivas  que la exposición a las pantallas puede generar. Los niveles de adicción a juegos que están pensados en crearlos, las deficiencias que se generan en torno a las mal llamadas habilidades blandas y, muy especialmente, la escasa capacidad de concentración para poder desarrollar actividades educativas más complejas y que chocan  con las experiencias lúdicas previas que entregan todo, las imágenes, la música, los colores incluso las sorpresas y que reducen al niño a un nivel puramente manipulador y, especialmente, consumidor, que absorbe, no cuestiona, ni reacciona y se deja llevar por un océano de estímulos  sin la menor actividad reflexiva o crítica.

Sus reacciones se limitan, la mayor parte de las veces, ante el éxito o el fracaso con respecto a los desafíos que le ha puesto el juego, con una expresión de triunfo o de derrota, muchas veces exagerada y, fundamentalmente, pasajera, ya que el software te propone casi instantáneamente una nueva oportunidad o un mayor desafío. No hay tiempo para otra cosa.

El paisaje se llena de la presencia de niños y jóvenes que se entregan cándidamente a espacios que están pensados para generar dependencia y adicción, en el camino hipotecan gran parte de su alma y un número considerable de habilidades y actitudes para la vida.

Desde hace una semana, en la institución educativa en la que trabajo, se ha tomado la decisión de alejar a nuestras alumnas y alumnos de los dispositivos electrónicos. A primera hora de la mañana, más específicamente a inicio de las clases, se han habilitado, en cada sala, unas cajas de madera, con espacios individualizados con los nombres de los alumnos de cada curso, en donde pueden dejar sus celulares. La caja se cierra con un candado y no se abre hasta el término de la última clase del día, es decir, en el momento previo a que los jóvenes emprendan el viaje a sus hogares. Los que no lo entregan es porque los han guardado en sus mochilas o lockers o los han dejado en su hogar. En cualquier caso, está claro que nadie puede ser sorprendido manipulando su celular en algún espacio del colegio.

Creemos firmemente que estamos, con esta medida, por muy restrictiva que parezca, apuntando al logro de nuestros objetivos fundamentales transversales y que tienen relación con la formación integral de los educandos. Debemos ser capaces de proveer a los alumnos de espacios en que la variedad de actividades y de contactos sea el señuelo para  que ellos mismos y también sus padres comprendan el valor de la medida.

Esta cruzada no deja de ser un desafío para nosotros, los profesores y demás funcionarios que trabajamos con los niños y jóvenes. Nuestros hábitos también deben alinearse con la medida, debemos ser coherentes con lo que acordamos. También impacta en nuestras prácticas educativas, el uso de los celulares en clase nos ha facilitado las posibilidades para que pongamos a  nuestros alumnos en contacto con la información, les pedimos que, a través de sus celulares,  investiguen esto o aquello. Lo que en realidad hemos observado es que es el dispositivo el que busca la información y elabora la respuesta, por muy compleja o sofisticada que esta sea y que el alumno poco o nada procesaba. Tampoco se respetan los tiempos necesarios para la producción de conocimiento que impacte positivamente en las capacidades de los alumnos, por el contrario, la rápida elaboración de la respuesta a la investigación por parte del programa expone rápidamente al alumno al WhatsApp, Tik Tok, Instagram, en fin, a la pérdida de concentración, a la inmediatez, a la novedad instantánea, a lo lúdico que poco aporta. Debemos ser capaces de poner nuevamente a los alumnos en contacto con la biblioteca, el cuento, el libro e incluso con las posibilidades de la comprensión de una oralidad prolongada que puede venir de su interacción con sus profesores, otros especialistas y también de sus padres.

Llevamos apenas una semana, sería irresponsable hacer una evaluación al respecto, pero lo observado en estos primeros cinco días, nos permite arriesgar algunos comentarios al respecto. Parece que contamos con el apoyo mayoritario de los alumnos, la gran mayoría de ellos entrega sus celulares y parece haber entendido la relevancia de la medida. Los casos de los alumnos sorprendidos manipulando sus equipos electrónicos han sido menores y los adultos hemos actuado de la forma en que la medida demanda: se requisa el celular; en la primera oportunidad se entrega a los alumnos al término de la jornada y se registra una observación en su hoja de vida; en la segunda ocasión que esto ocurra a un alumno, el dispositivo se vuelve a requisar, se registra la observación, pero quien debe retirar el equipo es el apoderado.

El patio nos entrega insumos del valor de la medida: alumnos en grupos, conversando activamente, compartiendo un juego de mesa que los integra o también una pelota de fútbol, de básquetbol o de voleibol. En las mesas del patio vuelven a aparecer los cuadernos, las guías impresas y los libros. Trabajan en conjunto un ejercicio de matemáticas, física o química, discuten sobre los temas que son parte de la prueba de lenguaje, filosofía e historia, se les escucha reflexionar. Hay sin duda más ruido, pero del bueno, que se deriva del juego colectivo, de la reflexión humanista o científica y de las relaciones sociales directas, en que nos comunicamos no sólo a través de la voz, nos vemos las caras y compartimos los gestos.

Estamos ciertos que en aquellos alumnos que habían generado una mayor dependencia el desafío es mayor. Algunos de ellos estuvieron más malhumorados los primeros días, pero entendemos que es parte del proceso. Debemos generar, en especial para aquellos que se habían aislado en sus dispositivos, espacios en que la comunidad ofrezca mayor interacción.  Hay un relevante desafío allí.

Es el momento también para convocar a los padres y apoderados a esta cruzada, que el niño o niña no llegue a sus hogares a desahogar niveles de abstinencia digital, que puedan usarlo, con supervisión, con tiempo y con sentido.