¿Por qué el miedo a Pegasus?
Es un software malicioso, en manos de gente perversa.
En su reciente alocución, el Presidente de Colombia, Gustavo Petro, abordó la supuesta compra del software de espionaje Pegasus por parte del gobierno colombiano. Este anuncio ha vuelto a encender las alarmas sobre la privacidad y la seguridad de los ciudadanos, y ha puesto en el centro del debate la capacidad del Estado para vigilar a sus propios ciudadanos.
Pegasus es un software de espionaje desarrollado por la empresa israelí NSO Group. Este programa espía tiene la capacidad de infiltrarse en dispositivos móviles y obtener acceso a una amplia gama de datos personales sin el conocimiento del usuario. Una vez instalado, Pegasus puede acceder a mensajes de texto, correos electrónicos, contactos, historial de llamadas y datos de ubicación. Además, puede activar el micrófono y la cámara del dispositivo para grabar conversaciones y tomar fotografías sin que el usuario lo sepa
El uso de Pegasus ha estado envuelto en escándalos a nivel mundial, siendo México uno de los casos más notorios. En 2017, se reportó que el gobierno mexicano habría utilizado Pegasus para espiar a periodistas, defensores de derechos humanos, abogados y políticos. Estas acciones de vigilancia fueron ampliamente documentadas y generaron una ola de indignación tanto a nivel nacional como internacional.
El presidente Enrique Peña Nieto reconoció que su gobierno había adquirido el software, aunque negó que se hubiera utilizado para espiar a ciudadanos sin autorización. Sin embargo, las investigaciones posteriores apuntaron a que Pegasus habría sido empleado para monitorear a personas involucradas en la lucha contra la corrupción y la defensa de los derechos humanos, lo que subraya las graves implicaciones de su uso indebido
En Colombia, las alarmas sobre el uso de Pegasus se encendieron cuando la revista Semana reveló que el gobierno nacional habría adquirido el software. Recientemente, El Tiempo publicó una nota confirmando esa compra y detallando que el software podría haber sido utilizado por las fuerzas de seguridad para fines poco claros. Estas revelaciones han desatado un debate sobre hasta dónde se ha llegado en el uso de la tecnología para vigilar a la ciudadanía y qué controles existen para evitar abusos.
Si bien el gobierno actual ha negado el uso de Pegasus, lo cierto es que la sombra de su adquisición y posible uso sigue proyectando una preocupación genuina sobre la privacidad de los ciudadanos. La experiencia de México y otros países muestra cómo la falta de transparencia en el uso de tecnologías de vigilancia puede derivar en abusos graves y en la erosión de la confianza pública en las instituciones.
La alerta frente a Pegasus, entonces, no es infundada. La capacidad de este software para infiltrarse en dispositivos móviles y acceder a información personal sin el conocimiento del usuario plantea las mayores amenazas a la privacidad y la libertad de expresión. Pero más amenazante que la herramienta misma es su usuario: que un gobierno tenga esto a su disposición ha de ser una preocupación mayor.
Pese a las denuncias en México, no ha habido un pronunciamiento de fondo oficial por parte de ninguna autoridad -nacional o internacional- que condene el uso de esta herramienta por parte de dicho gobierno. Se ha alegado falta de transparencia en las investigaciones y limitaciones al acceso a la información a investigadores de organizaciones no gubernamentales. Pero como este asunto involucra la seguridad nacional, las normas que rigen la materia permiten a la autoridad guardar secretos e imponer todo tipo de barreras.
La falta de rendición de cuentas en este caso internacional nos deja una lección importante: Pegasus, en manos equivocadas, es una herramienta peligrosa que puede amenazar no solo la privacidad, sino los cimientos de una democracia. Eso es, precisamente, lo que más preocupa: que quien use este programa, sea al mismo tiempo el custodio de la información y el encargado de investigar al responsable de usarlo. Un software malicioso en manos de gente perversa es siempre una combinación peligrosa. Pero cuando esa gente ocupa cargos de alto poder, la preocupación debe transformarse en auténtico miedo.