Latinoamérica, siempre es un buen momento para hablar de literatura
En una jornada inolvidable un grupo variopinto de personas, desde todas las posibles variedades: mayores, adultos y adolescentes; hombres y mujeres; estudiantes y profesores; activos y jubilados; de izquierdas y de derechas, en fin el arcoíris completo, nos reunimos a escuchar las impresiones del profesor de la Universidad Andrés Bello, Fabián Pérez, que nos invitaba a reflexionar sobre literatura latinoamericana a partir de las tensiones, resistencias y problemas de nuestro subcontinente en dos momentos claves de nuestros últimos siglos, en donde las miradas desde la Historia resultaban ser casi inseparables de la temática central en estudio.
La primera reflexión del profesor nos tocó con intensidad, la realidad dice que la definición de una literatura latinoamericana, de existir, se ha estudiado fuera de Latinoamérica. Importantes universidades de Estados Unidos y de Europa dan cátedras al respecto y no son pocos los que se llevan a los mismos intelectuales, que producen literatura latinoamericana, a enseñar y a seguir escribiendo, siempre de Latinoamérica, desde lejanas latitudes. Un tirón de orejas para todos nosotros, que permitimos que aquello suceda, con ausencia de cursos y cátedras dedicadas a la labor y sensibilidad de nuestros literatos y que, por lo demás, al problema me refiero, pocas veces lo visibilizamos.
Definir una literatura latinoamericana es una tarea compleja, sin dudas, es un fenómeno que expresa nuestras más genuinas manifestaciones culturales y que resulta ser más conocido a parir del boom con personajes como Alejo Carpentier, Rómulo Gallegos, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso entre otros. Fue la historia de Latinoamérica la que llenó las páginas escritas por tan insignes literatos, con sus temas tan relevantes como la condición del indígena, el mestizo, la mujer, el rol del Estado y también sus expresiones de violencia, los intentos revolucionarios, las dictaduras, la idea del espacio regional, el campo y la ciudad, cada uno con actores conocidos, olvidados o escondidos, pero todos verosímilmente históricos.
Lo anterior confirma una vez más la impresión que he compartido en más de una oportunidad en estas páginas, que la Historia no puede arrogarse la exclusividad de la reconstrucción del pasado, menos aún la Historia academicista que renunció, por una mal entendida intelectualidad, al gran público y se cerró en discusiones que terminaron por convertir la forma de escribir, los criterios de selección de las revistas indexadas, en una relevancia muy superior al valor del contenido y de su utilidad como fuente permanente de pedagogía social.
La literatura que se alimenta de la realidad ha sido capaz de conjugar la belleza del relato, el impacto social y el rescate del contenido social, político, económico y cultural, para alimentar una memoria sensible que demanda no ser olvidada, que exige erigirse como una memoria colectiva que reflexione sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que aspiramos a ser. Sin duda que la literatura tiene a su favor una mayor libertad para escribir, se enfrenta a una menor resistencia, a veces, a lo que se dice y a lo que se instala, con la salvaguarda más o menos encubierta de que no es Historia, pero que se atreve a decirnos unas cuantas verdades.
El profesor Fabián Pérez nos presentó un interesante mapa que registraba los intereses vocacionales más marcados de los jóvenes en todo nuestro continente. La información espacializada en dicha cartografía impacta: en casi todas las naciones, del norte, del centro o del sur, con excepción de pequeños países de la zona insular del Caribe, los jóvenes de hoy quieren ser emprendedores o influencer. El interés por dedicarse a la escritura se expresa en Antigua y Barbuda, Barbados, Domínica, Montserrat y Trinidad y Tobago. La información nos acerca a una realidad de la que podemos tener evidencias, en especial aquellos que hemos impartido docencia universitaria, al darnos cuenta de que nos enfrentamos, en varias de las últimas generaciones, a estudiantes que no tienen formación literaria.
Lo anterior se expresa con mayor claridad en la ausencia de expresiones de la literatura clásica en el currículum literario escolar, en donde las lecturas difíciles, complejas, densas de la Ilíada, la Odisea, el Cid, la Araucana o el Quijote brillan por su ausencia o se han simplificado a tal nivel que proyectan casi una caricatura de ellas, generando un proceso de “domesticación de la obra y del autor” que termina, avalada incluso por expresiones asociadas a la didáctica, por desvirtuar el aporte valórico y reflexivo que encierran. Hoy se invita a leer lo interesante, lo creativo, aquello que entretenga, pero muchas veces vacío, muy distinta a expresiones clásicas de la literatura como construcción filosófica y con una necesidad clara de la comprensión del contexto.
Todo lo anterior, si lo comparamos con los resultados del mapa antes comentado, nos permite entender esta realidad. En la lógica del mercado, que se impone en nuestra sociedad, se produce lo que la demanda está dispuesta a consumir por un determinado precio. La vida se mueve entre el ahora y la instantaneidad, la utilidad de lo trascendente se ha menospreciado, impactando de lleno no sólo en la literatura, sino que en general en todas las humanidades y en donde las consideraciones de lo útil, y por defecto también lo inútil, corren por los mismos derroteros. El canon actual nos permite explicar los deseos de ser emprendedores e influencer para la mayoría de los jóvenes de nuestro continente, pero lo complejo estriba en que dichas aspiraciones, muy respetables por lo demás, parecen no dejar espacio para alimentar el alma y el espíritu, en definitiva, invertir en humanidad no resulta rentable.
Otra de las interesantes reflexiones compartidas en el curso por el profesor Fabián Pérez se relaciona con el hecho de que la Historia y la Literatura Latinoamericana comparten un elemento central, distintivo, trascendente y profundamente humano, una relación indisoluble entre lo real y lo maravilloso. Tal como lo expresé en una columna anterior al rescatar el aporte del historiador chileno Alfredo Jocelyn-Holt, que busca instalar el valor histórico del mito, que descansa no sólo en su impacto en el acontecer humano, sino que muy especialmente, y a pesar de siglos de intentos por eliminarlo, en su tremenda capacidad de sobrevivencia y vigencia. Eso es, ni más ni menos, lo que el Realismo Mágico Latinoamericano instala a partir de sus más insignes representantes literarios que, desde las décadas de 1940, nos dan más que una pincelada histórica en sus memorables, profundas y reflexivas obras literarias.