Share:

La conciencia humanista

Un vistazo al mundo en que hoy vivimos no nos puede dejar muy contentos, los conflictos armados de diferente índole se enseñorean en importantes sectores del planeta, la pobreza y el hambre amenaza a millones de personas, luchas y reivindicaciones de variado cuño emergen visibilizando desigualdades, abusos y discriminaciones y todo ello en un supuesto estado de desarrollo de la humanidad que debería haber aprendido algo de su historia. Parece que estamos condenados a repetir de manera recurrente nuestros errores.

Disponemos de una estructura internacional construida con el mejor de los espíritus, espoloneada por experiencias límites de vida. Nos dimos cuenta de que el flagelo no es sólo la guerra, es la pobreza, el hambre, la desigualdad. La ONU es sólo el ente rector de un sistema mundo que, después de dos guerras mundiales, de la peor crisis económica de la historia, de las experiencias traumáticas de los totalitarismos, debíamos hacernos cargo de propiciar la paz, pero a través de una estructura humanitaria integral que la propiciara y que erradicara muchos de los males vividos.

Lamentablemente las buenas intenciones se quedaron sólo en ello, la estructura internacional, desde las más variadas dimensiones es parte de lo mismo de siempre, del poderoso que quiere imponer a raja tabla sus intereses y donde los principios humanitarios del espíritu de los acuerdos se transformaron en letra muerta y se elevan a verdaderas utopías, fantasías irrealizables y por qué no decirlo, anhelos de millones y millones de personas que siguen esperando una actitud humanitaria que choca contra intereses económicos y/o geopolíticos de los mismos de siempre.

Sin duda que lo transversal a esta experiencia es la pérdida de los valores humanistas que deberían erigirse como los faros organizadores de la forma en que queremos convivir. El mundo Occidental ha aportado el concepto, pero en los últimos siglos ha hecho poco por darle el realce que se merece, a partir del desarrollo de un cientificismo racional que se instala, como dicen los románticos del siglo XIX, como una dictadura que menosprecia el valor de las humanidades.

La filosofía, la historia y la religión dejaron de ser las principales fuentes que alimentaban nuestras actuaciones y el mundo fue invadido por una ciencia y una tecnología que podrían dar respuestas más concretas, casi instantáneas, pero que no siempre se condecían con la reserva moral y ética. Al mejor estilo maquiavélico, la ética de la convicción cedió camino ante el interés instrumental.

El humanismo debe ser uno de los elementos fundamentales a partir de los cuales podemos reconocer a la civilización Occidental. Podemos hablar de él desde el mundo antiguo y tiene una vertiente tanto secular como religiosa. Se va perfeccionando a partir de los aportes que realiza la filosofía, la historia, las diferentes religiones, se instala con fuerza en la primera modernidad y que, tal como lo planteó Pico de la Mirandola, nos alimenta la mente y el espíritu y nos ayuda a transitar hacia una existencia individual comprometida con los demás.

En el humanismo está la clave para comprender al hombre y nos instala en una situación de permanente discernimiento acerca de la transformación que impacta a la humanidad. Nadie desconoce que el humanismo se propone fomentar en el hombre el desarrollo de virtudes que, como la justicia, el respeto, la templanza aporten a la sociedad, que nos ayuden a vigorizar otras formas  de interpretación de los fenómenos de orden social, nos instala en tendencias que queremos cultivar, despiertan nuestro espíritu crítico.

Cada uno de nosotros ha reflexionado consciente o inconscientemente sobre el valor del humanismo. Las humanidades reflexionan en torno a la historia, la estética, la ética, la filosofía, la literatura, la música, el arte, la escritura y también sobre el aporte de las disciplinas que tendemos a relacionar con las ciencias duras, ya que ahí la perspectiva humanista aporta en el sentido de no perder la trascendencia valórica de cada una de las acciones que hombres y mujeres desarrollan en este mundo.

De esta manera el humanismo se eleva a un nivel de trascendencia especial de nuestra especie, ya que es el cultivo de la inteligencia, el nicho en el que todos los seres humanos han puesto su obra intelectual para el bien del prójimo. Ya que por el bien del hombre y de la humanidad, la formación que desarrollemos siempre necesita formarse en dignidad, con valores morales y de reflexión ética que nos permita convivir en comunidad.

La experiencia de la historia y también la de nuestros últimos días nos interpela en relación si las acciones que desarrollan los individuos, las sociedades, los países responden adecuadamente a esta tendencia humanista que es inherente a nosotros. La realidad nos puede empujar a dudar, pero cada uno, en consciencia, debe cuidar la trascendencia de orientar nuestras prácticas a través del espíritu del humanismo, para que el papel de nosotros en la sociedad tenga un verdadero sentido, y que exige que levantemos la voz por aquello que consideramos injusto, irrespetuoso, inhumano.

Las humanidades, como se ha reflexionada tantas veces, ayudan a forjar la conciencia del diálogo, del respeto, de la escucha activa, de la reflexión, siempre desde principios éticos que hemos objetivado a través de un alto nivel de consenso, ya que promueve la formación de seres conscientes de sus propias metas y de las de los demás.

Hoy, más que nunca, es fundamental seguir alimentando la conciencia humanista en cada uno de nosotros, para que el rol que desempeñamos en la sociedad se cumpla bajo lineamientos espirituales y éticos indispensables, porque, como dice el profesor Francisco Tamayo, “si las humanidades no existen, la sociedad sucumbe, se muere. Porque si se niega el humanismo, se niega la propia existencia del ser humano.

El desarrollo armónico del individuo como ser social es el centro del interés del humanismo, los progresos tecnológicos, el avance de la ciencia, se deben percibir desde las humanidades, se organizan en marcos de sentido que permiten a la sociedad comprenderse a sí misma y alcanzar la altura humana con la que se han comprometido.

Cuando nuestras acciones y conductas están inspiradas en el humanismo permiten comprender como personas de bien han consensuado que lo justo es mejor que lo injusto, que la paz es mejor que la violencia, que el diálogo es más fructífero que la imposición, que las metas personales son más atractivas si incluyen a los demás y que el dolor es dolor, no importa si es el mío o es el de otra persona.