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¿Antisemitismo?

Como demanda la realidad republicana, de Chile el Presidente Gabriel Boric presentó la cuenta pública al país el pasado sábado 1 de junio, instancia que se eleva como la oportunidad para explicitar los avances que ha tenido el gobierno, los desafíos pendientes de acuerdo a su programa  y más de una reflexión que apunte a sensibilizar a la comunidad sobre aspectos que, aunque no dependen directamente de las posibilidades reales del gobierno, se instituyen como una bandera de lucha, dentro de los cauces democráticos y de la institucionalidad nacional e internacional, para visibilizar problemáticas que se han instalado por mucho tiempo, que pueden afectar a personas individualmente o a pueblos enteros.

Uno de estos últimos aspectos tiene relación con la referencia hecha por la máxima autoridad política de Chile con respecto a la realidad del pueblo palestino que, por más de 76 años, convive con el drama y el horror ante una comunidad internacional que ha sido, en algunos casos, indiferente y, en otros, bloqueada, por la misma institucionalidad que estableció procedimientos que más que defender los valores que la comunidad internacional plasmó con tanta claridad después de 30 años de guerra, en la primera mitad del siglo XX, buscó establecer condiciones aberrantes que generen protección a los intereses geopolíticos de las grandes potencias.

La situación a la que busco hacer referencia tiene relación con el anuncio presidencial de sumarse a la demanda de Sudáfrica contra Israel en la Corte Internacional de Justicia por el delito de genocidio en la Franja de Gaza. “Esta acción refleja de manera ejemplar la coherencia de la política de Estado de Chile, fundamentada en el cumplimiento del derecho internacional, así como en la promoción y respeto de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario” expresó el primer mandatario chileno.

Desde fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, importantes oleadas migratorias provenientes, en su mayoría, de comunidades palestinas de asentamientos cristianos ortodoxos explican los cerca de 500.000 descendientes de dicha comunidad en Chile. La mayoría de ellos buscó ganarse la vida como pequeños comerciantes en un país lejano, con una lengua que no conocían y que se esforzaron por encontrar todas las similitudes posibles con la tierra de origen, que más allá de la verdadera realidad, era una especie de consuelo para que el dolor del desarraigo no calara con tanta fuerza.

Después de más de cien años, los descendientes de aquellos inmigrantes se han integrado plenamente al país que los acogió, no sólo en el ámbito de los negocios, también en los espacios académicos, en el poder judicial y en la política. Incluso han convertido un proyecto deportivo que nació para representar a la colonia, en un equipo de fútbol que se ha ganado el afecto de muchos chilenos y que sus colores y el diseño de su vestimenta combinan los de la bandera palestina y de su reivindicación territorial.

Con el anuncio del presidente Boric, Chile se suma a un grupo de países, en su mayoría en desarrollo, incluidos México, Brasil, Colombia e Indonesia, entre otros, que se han unido a la petición de Sudáfrica.

A lo que de manera tan diplomática busca expresar el presidente Boric, le podemos poner una cuota de mayor realismo con la información entregada el 4 de junio por la ONG Acción contra el Hambre al compartir en Madrid un informe que, en sus aspectos fundamentales, explicita lo siguiente: “La destrucción en Gaza ha dejado a toda la población sin medios de subsistencia…..los muertos superan los 36.500 y los heridos suman casi 83.000… la mayoría mujeres y niños…La crisis humanitaria hace temer que en muchas zonas la hambruna llegue a niveles extremos…una persona que no recibe una mínima alimentación tendrá consecuencias irreversibles para el resto de su vida…en especial los niños…Los músculos, la piel, el pelo las uñas. La apariencia de demacrado que vemos en las personas…Nunca nos habíamos visto en esta situación”, concluyó Cristina Izquierdo, Coordinadora de nutrición de un equipo de emergencia de Acción contra el Hambre que ha estado en Gaza.

Como era de esperar, la respuesta de la comunidad israelí y de partidarios de las acciones que han llevado a cabo en territorio palestino y, como tantas otras veces en su historia, han enarbolado la bandera del antisemitismo con el fin de generar un discurso que impida advertir la realidad. Imposible negar la historia de persecuciones que han vivido los judíos, historia más que conocida por todo el mundo y que nadie, con dos dedos de frente puede desconocer, desde la Antigüedad hasta los dramáticos hechos de la Segunda Guerra Mundial. Las preguntas que me invaden tienen relación con ¿si por ser víctimas de genocidio se pueden justificar prácticas actuales de genocidio? ¿Es posible que el discurso del drama histórico encubra una realidad? ¿Las experiencias dramáticas de las que fueron objeto los ha preparado para entender la retórica discursiva que, apelando a una emocionalidad que se ha instalado a través de los más variados medios de comunicación, busca ocultar una realidad que la gran mayoría de la comunidad internacional comparte? 

El discurso construye realidad, el lenguaje que utilizamos, las ideas y conceptos que buscamos instalar nos definen como personas y construye nuestra realidad. Lo que decimos, así como lo que dejamos de decir, es un reflejo de nuestros valores, de nuestras actitudes y sobre todo de cómo afrontamos las circunstancias de la vida. ¿De qué nos habla un discurso que busca insistentemente invisibilizar una dramática realidad, de la que todo el mundo es testigo, y que se busca justificar, por parte del agresor, a través de un uso mañoso del lenguaje? ¿Cualquier recriminación al Estado de Israel por las acciones sistemáticas que ha llevado en contra de la población y los territorios palestinos, por más de setenta años, es un acto de antisemitismo? ¿No será que estamos abusando del uso del concepto, que por lo demás podría aplicarse perfectamente a los abusos cometidos contra la población palestina por su claro origen semita?

De más está decir que el uso del concepto requiere de una aclaración. Para la RAE el adjetivo de semita designa a los pueblos descendientes de Sem, cuyas lenguas son de origen semítico, entre las que se incluyen el árabe, arameo y hebreo, entre otras. Semita, por tanto, no significa sólo judío. Si vamos a buscar en la Historia los referentes geográficos de las oleadas semitas pueden incluir a los habitantes de Aram, Asiria, Babilonia, Siria, Canaán y Fenicia, e incluso si queremos hilar más fino aún podríamos incluir a los acadios, moabitas, himaritas y etíopes.

El mundo hebreo, más específicamente el judío y muy especialmente el sionista, se han apropiado de un concepto y, de paso, han excluido de él a muchos otros pueblos que, por aún más claras referencias culturales y geográficas, entroncan con el mundo semita. Cualesquiera de ellos que viva persecuciones y actos de violencia sistemática, que sean discriminados por su origen, religión o cultura pueden verse afectados por actos que, coherentemente podemos llamar antisemitas.

Pero si alguno de los pueblos que se busca identificar con el mundo semita se eleva claramente, por consenso mayoritario de una comunidad internacional que así lo ha descrito y que las imágenes de las redes sociales y algunos medios han compartido, al nivel de un agresor sistemático y despiadado, contra una población de origen semita, especialmente  civiles indefensos, con un uso desproporcionado de la fuerza, con intereses territoriales que  demuestran por años una sistemática usurpación y desplazamiento de poblaciones originarias de dichos espacios, es juzgado por la opinión pública internacional, por reflexiones relevantes de autoridades políticas, culturales e incluso del mundo universitario, del cine y de la literatura, no puede esperar que  creamos que dichas expresiones son prácticas de antisemitismo, no puede ser que por decenas de años y de manera mañosa se siga profitando de un concepto que tiene una tremenda carga emotiva y que además, cuando la revisión del concepto nos indica todo lo contrario, es decir, que las prácticas genocidas de Israel son una clara agresión antisemita contra el pueblo palestino que por origen geográfico, historia, lengua y cultura se instituye como una verdadero representante del mundo semita.