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Hacia una verdadera justicia ambiental

Para un hombre como yo, que ya supera largamente los 50 años y, sin duda, para muchos que me preceden puede resultar muy interesante la noticia que leí a mediados de esta semana y que nos enfrenta entre la forma que fuimos educados con respecto a la naturaleza y la concepción que hemos ido construyendo posteriormente producto de la avidez personal, las responsabilidades profesionales y el respeto por las evidencias.

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Francia, fue testigo este miércoles de un acontecimiento histórico: un grupo de jubiladas suizas presentaron sus argumentos por medio de los cuales demandan a su Estado por no haber cumplido con sus responsabilidades en términos de Cambio Climático.

Las mujeres se agruparon en la Asociación KlimaSeniorinnen, que busca no sólo generar conciencia sobre la relevancia de la protección del clima sino que, muy relevante por lo demás, expresan que se están violando sus derechos humanos ya que son las que viven el mayor impacto de las externalidades negativas del aumento de temperatura.

Recibieron el apoyo de la Red Europea de Instituciones Nacionales de Derechos Humanos que demanda la responsabilidad de los gobiernos en proteger a las personas más vulnerables contra los daños climáticos crecientes e irreversibles, argumentan que: “Los hechos son simples.

Las emisiones de gases de efecto invernadero provocan calores extremos que matan

Las Naciones Unidas, creo que con más buenas intenciones que eficiencia, está en la búsqueda de generar instrumentos jurídicos para que los países rindan cuentas por no responder de manera adecuada a la crisis del cambio climático y poder exigir su cumplimiento, pero además debería preocuparse  por los desequilibrios de poder al interior de la organización, que  impide que los países más poderosos, en especial aquellos con derecho a veto en  su Consejo de Seguridad, puedan responder con el ejemplo y no como hasta ahora, como la más patente contradicción.

Sin duda que las consecuencias negativas del cambio climático, como muchas veces por lo demás, afectan de manera más sensible a los países más pobres y vulnerables.

El miércoles recién pasado, como un acto de nobleza, la Asamblea General de la ONU votó a favor de la medida que busca establecer obligaciones de derecho internacional para que sus países protejan a sus poblaciones de los impactos del calentamiento global.

Vanuatu, pequeño país insular en el Pacífico, de muy baja altitud, elevado por los especialistas al primer lugar del no admirable ranking de ser el más expuesto a los desastres naturales lideró la presentación.

Hace apenas un mes Vanuatu vivió las consecuencias de dos ciclones tropicales. La propuesta votada a favor por la Asamblea General de la ONU, que se hace cargo de una situación real, que nació de una iniciativa universitaria, sí, de un grupo de estudiantes de la Universidad del Pacífico Sur, de las Islas Salomón, ha calado hondo en la cruzada internacional por el cambio climático, no contó con el apoyo de los Estados Unidos.

La historia se sigue repitiendo, la realidad desde el poder articula una verdad distinta, ¿de qué sirve que un grupo de ancianas lleven sus preocupaciones a la Corte Internacional de Derechos Humanos de Francia, que el Presidente de Vanuato haga una tremenda alocución de sus problemáticas, que un grupo de 25 alumnos universitarios de las Islas Salomón emprendan una titánica tarea que los lleva a poner , desde las aulas universitarias a la mesa de votaciones de la Asamblea General de la ONU, su sensible preocupación, si esta es rechazada por Estados Unidos?

En febrero pasado, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres,  se planteó de manera clara con respecto a esta problemática. Expresó que, “La subida del nivel del mar amenaza vidas y pone en riesgo el acceso al agua, a los alimentos y a los servicios de salud. (…) Y la subida del nivel del mar amenaza la existencia misma de algunas comunidades e incluso, de algunos países bajos”.

.Al mismo tiempo explicó que si las acciones de los países de la Tierra logran limitar a 1,5° C, el aumento de las temperaturas para fin de siglo, el nivel de las aguas del mar se elevaría considerablemente, con un peligro real y dramático para cerda de 900 millones de personas en el mundo que viven en zonas costeras a poca altura.

El mismo Guterres se explayaba en torno a las lamentables consecuencias: “Comunidades bajas y países enteros podrían desaparecer para siempre. Seríamos testigos de un éxodo masivo de poblaciones enteras a escala bíblica. Y veríamos una competencia cada vez más feroz por el agua dulce, la tierra y otros recursos”, reconociendo además que el impacto del alza del nivel del mar ya está dando lugar a nuevos factores de inestabilidad y conflicto.

Pero Estados Unidos responde, a través de un alto dignatario del gobierno de J. Biden  que expresó a la agencia de noticias Reuters: “Creemos que el camino más efectivo a seguir (en este respecto) es la diplomacia, no un proceso judicial internacional.

La respuesta de Estados Unidos es más de lo mismo, implica la dilación y el no enfrentar las problemáticas en que sus intereses se vean claramente afectados, un desprecio por las condiciones de vida de millones de personas en el mundo que viven cotidianamente las consecuencias de dicha indiferencia y la forma de entender el derecho internacional, más bien un llamado multicolor de banderas que un instrumento jurídico real.

El discurso de Guterres se centró en la necesidad de enfrentar las problemáticas derivadas del cambio climático a través de generar una verdadera justicia ambiental que está en la esencia, por lo demás, en la lógica emergente de los derechos humanos: “… es necesario abordar las consecuencias de la elevación del nivel del mar en un marco jurídico y de derechos humanos porque generará posibles litigios relacionados con la integridad territorial y los espacios marítimos, además de que suscitará grandes desplazamientos de población que tendrán que contemplarse con la óptica de los derechos de los refugiados.

Avanzar en justicia ambiental significa no sólo preocuparse por el uso eficiente, verde y sostenible de los recursos naturales, pasar de la lógica de la explotación, a la de conservación, reutilización y reciclaje, pero fundamentalmente comprender que sus más relevantes preocupaciones deben tener relación con el impacto en la calidad de vida de las personas afectadas por la indiferencia de las grandes potencias y de los mezquinos intereses económicos del presente con miopía de futuro.

Como dijo Antonio Guterres: “Los derechos humanos de las personas no desaparecerán cuando desaparezcan sus hogares.”