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El “Centrismo”

No es un misterio y menos una novedad que los países de América Latina compartimos una historia muy común desde las expediciones europeas de fines del siglo XV. Un proceso de independencia generalizado, que trató de actuar desde la lógica liberal ilustrada en contra de las estructuras coloniales que buscaban desarraigar. Para muchos dicho proceso no fue muy exitoso, más allá de la independencia política, ya que la elite dirigente, la aristocracia criolla que lleva y controla el proceso, va a mantener por gran parte del siglo XIX las estructuras establecidas por la monarquía española, en especial en las dimensionas sociales, económicas y culturales. Como plantea tan sabiamente Eric Hobsbawm en su libro dedicado a las revoluciones en América Latina, nuestro continente no resulta ser para nada atractivo a los historiadores coyunturalistas durante gran parte del siglo XIX, más allá del establecimiento de seudos sistemas políticos republicanos y la apertura económica a todos los mercados más relevantes de la época. La sociedad estamentaria, la influencia de la ruralidad, la orientación económica extrativista, las leyes coloniales se enseñoreaban por nuestras nacientes repúblicas que tuvieron más de alguna dificultad interna para generar las bases que permitieran avanzar hacia Estados nacionales más consolidados.

En el último cuarto del siglo XIX aparecen los atisbos de una sociedad de clases, con una incipiente y heterogénea clase media y un proletariado que se concentra en torno a las actividades mineras, portuarias, las inversiones en obras públicas y en torno actividades industriales asentadas en  centros urbanos de rápida expansión. Este proceso rebota en relevantes aspectos, la política de elite empieza a ser amenazada, hay atisbos de partidos de clase que empiezan a torpedear al eje clerical y anticlerical que ordenaba, hasta la época, a las principales corrientes ideológicas.

Es en las primeras décadas del siglo XX cuando aparecen estructuras políticas más modernas, la clase media logra aunar sus concepciones y aparecen partidos que representan sus más genuinas reivindicaciones y, por su parte, los obreros se empiezan a organizar para demandar la intervención del Estado que le permita resolver sus precarias condiciones de vida. La solución directa, a través de las mutuales o mancomunales, demuestra su insuficiencia para resolver la complicada situación, se da el salto a la llamada “Cuestión Política”, se exige al Estado las primeras leyes sociales. Para presionar es necesario organizar partidos políticos de neta extracción obrera.

A la luz de este derrotero histórico, muy general por lo demás, se integran nuevos actores sociales al escenario político, la antigua elite oligárquica, enfrentada en sus principales posturas en la centuria decimonónica, tiende a una cercanía ideológica producto de que las presiones de los nuevos actores con posturas que les parecen radicales de acuerdo a las experiencias vividas. El famoso eje clerical-anticlerical, da paso a la lógica de derecha-izquierda que parece no ser aún superada.

Más allá de la intensa actividad política que caracteriza a América Latina desde la Revolución Cubana, que trae la Guerra Fría a nuestras latitudes, hacen del sistema político regional y sus luchas internas, uno de los escenarios más interesantes de estudiar en el período que va hasta la instalación de las dictaduras militares en gran parte de nuestros países. El supuesto “apartidismo” y la negación de la política como tal, son logros claramente perseguidos por las dictaduras que, claro está, se sintieron, mayoritariamente por lo demás, más inclinadas a los intereses de la derecha política de nuestra región.

Desde la recuperación de la democracia, en especial en los primeros años, se volvió a vivir una vida política y social intensa, se reactivaron los espacios de participación y se complejizó el arcoíris de partidos políticos, más allá de las críticas que puedan levantarse al éxito o el fracaso de los nuevos sistemas democráticos ante las reivindicaciones sociales, económicas y culturales de estos tiempos.

Todo lo anterior decanta en una situación que se vive actualmente, con el surgimiento de relevantes movimientos sociales que ponen en crisis a los partidos tradicionales, pero que terminan convirtiéndose en partidos políticos o aspiran a funcionar como ellos, ya que aún la doctrina de la participación política no diseña nuevos espacios de participación y el modelo los obliga a la asimilación que perpetúa el sistema, más allá de sus crisis.

Si bien es cierto no se ha superado la lógica derecha-izquierda en la estructuración de los partidos políticos, la realidad nos habla de una tendencia a la “polarización”.  Las segundas vueltas electorales en Colombia, Chile y Brasil demostrarían claramente esta situación y a las llamadas “extremas izquierdas” se le oponen “extremas derechas”, con saldo negativo, por ahora, para estas últimas.

Recuerdo claramente a inicios de la época de los noventa en Chile, con el proceso de recuperación a la democracia en pañales, que ninguno de los partidos se quería relacionar con el “centro” político. Se hablaba de izquierda y de derecha y algunos conglomerados ideológicos se definían como de “centro izquierda” o “centro derecha”. El concepto de “centro” con apellido era más utilizado por la derecha, lo que le valió críticas de los representantes más duros del sector que veían en ello una negación de los fundamentos que los definían. Parecía que se cumplía la máxima bíblica, “El reino de los cielos es para los fríos o los calientes, no para los tibios” y la actividad política demandaba una definición. Declararse de “Centro” parecía no significar nada, generaba más bien ambigüedad, falta de principios claros. Lo que si estaba claro es que entre “la centro derecha” y la “Centro izquierda” había un espectro político que nadie quería ocupar, con la salvedad de movimientos más bien apartidistas, nacidos de líderes efímeros, con tendencias caudillistas o definitivamente populistas que podían plantearse frente a temas disruptivos de la época con escaso compromiso ideológico. Recuerdo muy claramente al empresario chileno Francisco Javier Errázuriz, que leyó dicho escenario político y generó un partido de muy corta duración, al que denominó “Unión de Centro Centro Político”, que en las elecciones de 1989 sacó una votación para nada despreciable, superior al 15% de los votos válidamente emitidos.

Para nadie es un misterio que en los últimos años las aguas políticas en Chile están más que tormentosas: un estallido social, una seguidilla de elecciones populares, un proceso constituyente fracasado y dos plebiscitos han agitado las aguas. De la negación de los partidos políticos producto del estallido del 2019 y los síntomas de nuevo empoderamiento, no ha sido un proceso  gratuito para ninguno de ellos. Hay partidos que se han visto afectados por el histórico fraccionamiento, otros que parecen que no saldrán de la Unidad de Cuidados Intensivos y algunos que se han buscado renovar con poco éxito. Lo que está claro, para el caso chileno por lo menos, que los más perjudicados son los partidos que tendían a aproximarse a ése “anodino” centro: la Democracia Cristiana, el Partido por la Democracia, el Radicalismo y la Socialdemocracia son ejemplos concretos al respecto. Creo que para los dos últimos las posibilidades de que la crisis no se supere es muy factible, mientras que el Partido por la Democracia y, muy especialmente, la Democracia Cristiana están en una crisis interna y externa, esta última tiene mucho que ver en cómo son valorados por la ciudadanía. Aún más, el surgimiento de los llamados “Amarillos” aparecen claramente como una amenaza, no sé por cuanto tiempo, ya que aspiran a una especie de “centro”,  “centro izquierda”  o con el eufemismo de “izquierda democrática” y que lideraron, con mucha visibilidad por los medios de comunicación de derecha,  el rechazo para la última propuesta constitucional en Chile.

Incluso en una ciencia tan exacta como las matemáticas y, muy especialmente desde la geometría, el concepto de centro es relativo y parece que ello no cambia cuando intentamos darle una fundamentación política. Muy especialmente ahora, pero también antes, el “centro” es una posición política más que oportunista, afianzada por todos los que no quieren caer en los “extremos” de izquierda o derecha y se elevan como verdaderos defensores de la democracia. Construyen un discurso antidemocrático  desde sus fundamentos, ya que  reniegan de la relevancia de asumir posturas y de defenderlas honestamente, y  que no deberían percibirse como una amenaza para la democracia si participan y respetan las reglas del juego democrático. La posición de “centro” puede llegar a ser incluso tan “extremista” como lo que critican, ya que reducen, acortan y reniegan del espacio democrático, que debe ser amplio, diverso y respetuoso.

Ante la instalación de los discursos “extremistas” hace su ingreso en la política el llamado “centrismo”, que en realidad es un nuevo polo político y que busca atraer a un sector del electorado con seudos discursos de moderación, que prefieren no comprometerse con ninguna posición clara, menos con aquellas que pueden significar algún grado de participación con los extremos, pero que pecan de escasa claridad y que pueden servir a los más variados objetivos, algunos de los cuales pueden terminar siendo más peligrosos que los peligros de los llamados “extremos”. Este fenómeno debe llamarnos a la preocupación, sin duda que puede tener implicancias no sólo políticas, también sociales, ya que el llamado “centro” no posee definición ideológica por sí mismo, puede incluso implicar, como plantea N. Bobbio, un eventual corrimiento de éstas en búsqueda de re definiciones, con el correspondiente corrimiento del “centro” a otras ubicaciones que en una época anterior pudieran haber sido reconocidas claramente como de izquierda o derechas, complejizando la forma de entender dicho eje político de organización.

Por mi parte me cuesta definirme de “centro”, me incomoda no tomar posición frente a diversas situaciones de mi vida personal y profesional. Me gusta que me hablen directo y no con ambigüedades; prefiero leer a un historiador que me dice con claridad desde qué ideología está mapeando el devenir histórico que encontrarme con mensajes subliminales que me hablan de manipulación; respeto la defensa de las ideas con argumentos que sean atingentes a la posición misma y no a renegar la de otros sin proponer nada muy claro por lo demás. Me identifico plenamente con esa canción de Víctor Jara, que canté en mis años de universidad, para identificar a aquellos que nos parecían que no tomaban posiciones frente a situaciones que sin duda lo demandaban: “usted no es na’, ni chicha ni limoná, se lo pasa manoseando caramba zamba su dignidad