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Del populismo y otros demonios

La semana pasada recordábamos que las crisis pueden sacar lo mejor o lo peor de las personas e ilustrábamos el punto anterior con el conflicto de Ucrania-Rusia y sus respectivos líderes. Sin embargo, esta premisa también aplica para las democracias que, tras periodos de contracción social, pasan a ser caldos de cultivos de líderes populistas. Históricamente, América Latina ha sido una región propensa a liderazgos caudillistas: Perón en Argentina, Chávez en Venezuela, AMLO en México, Correa en Ecuador son solo algunos ejemplos. Tomando en consideración la experiencia comparada, ¿Cómo podemos identificar a un líder populista? Y más importante, ¿por qué debemos alejarnos de ellos de cara a las próximas elecciones?

1. Los populistas son carismáticos porque denuncian abusos y aspectos que le molestan a la ciudadanía, muchos de los cuales están justificados por la desconexión y corrupción de la clase dirigente; no obstante, su principal defecto es que reducen la solución de los problemas a “voluntad política”, son simplistas en sus diagnósticos y no aceptan disensos porque se ven a sí mismos como los intérpretes del sentir del pueblo; en consecuencia, son absolutistas y a sus opositores los bautizan de “enemigos” o “cómplices”.

2. Los populistas pelean con las instituciones que les hacen contrapeso y que les dicen “no”, especialmente en aquellos temas relacionados con el equilibrio económico y financiero del país, pues asumen que al encarnar la voluntad del pueblo saben mejor cómo administrar el gasto público.

3. El populismo no funciona sin un discurso maniqueo, sin una polarización que puede tomar muchas formas donde casi siempre los adinerados, los empresarios, los emprendedores, la prensa, los diferentes, los opositores son una masa homogénea, responsable de todas las calamidades y merecedoras del odio de una ciudadanía que siempre ha sido “víctima”. Recordemos las palabras de Chávez de 2012: “esta revolución es popular porque el pueblo se cansó de que todos los burgueses nos vean la cara, su hora se acabó, la ciudadanía venció y vencerá”. El resultado, ya lo conocemos.

4. El populista depende de la movilización de distintos grupos sociales y de la plaza pública porque es ahí donde anuncia las medidas, donde su rebaño de seguidores puede aplaudir, gritar y expresar su apoyo, que más tarde usará para legitimar decisiones irregulares, unidireccionales e incluso, antidemocráticas. Como es de esperarse, la rendición de cuentas y el control social son vistos como “instancias obsoletas”, al servicio de las élites, pero son éstas, verdaderos espacios que miden la calidad de nuestras democracias.

5. La refundación, un nuevo comienzo son sus palabras favoritas. Los populistas creen que con ellos comienza la historia, su ego y/o delirio está marcado por su incapacidad de aprender de los errores del pasado, de relativizar los avances y su confianza implícita en que “con ellos, todo será diferente” y cuando no resulta, culpan con rapidez a enemigos externos, a organizaciones internacionales, a potencias que desprecian. Para estos líderes funciona el “estas conmigo o estás contra mí”, no admiten matices y por eso, son peligrosos.

¿Los hay también de derecha? Sí. Donald Trump, un nefasto ejemplo de ello. Y un buen espejo para que se miren en él los que hoy desde el estamento en Colombia, tampoco admiten grises. Porque es precisamente esa actitud tan ruin de un sector de la dirigencia actual, la que nos tiene con el monstruo crecido.

 El expresidente de EE.UU., Donald Trump.