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Conectarse con las emociones

Escribir un 31 de diciembre no es tarea fácil, entre los compromisos familiares, las sensibilidades propias de una etapa que se instala como un cierre, la gran cantidad de recuerdos de un año en que se mezclan los momentos felices con aquellos plagados de dolor y la gran cantidad de información que atiborra mi celular, uno con un mensaje que hace pensar y reflexionar.

Pensé en algún momento escribir una especie de evaluación anual del país en que vivo y que ha dado, sin duda, muchas noticias durante el año, especialmente con un presidente joven, torpedeado por la inexperiencia, y fundamentalmente, por una oposición descarnada, que controla los medios de comunicación de masas y que destruye incluso aquello que debemos construir.

Un nuevo fracaso constituyente, la permanencia de la Constitución nacida en dictadura, la emergencia de la polarización en política, la delincuencia, el narcotráfico son los temas que se han tomado la agenda en un país que, a la luz de los noticieros, de los medios escritos, de los reportajes televisivos, tiene poco o nada de bueno que ofrecer.

Debemos tener cuidado en los temas que instalamos, del perfil o el cariz con el que los apreciamos, ya que no podemos desligarnos de la responsabilidad que en ello recae. 

Luego pensé, que el fin de año no merece en reparar en lo mismo, más aún en un país que ha avanzado en el acceso a la educación, que se han hecho esfuerzos notables por mejorar la cobertura de salud, que organizó unos maravillosos juegos Panamericanos y Parapanamericanos, en que la tasa de criminalidad sigue siendo la más baja de la región, en que la llegada de inmigrantes ha teñido de multicolores especiales nuestras comidas, nuestros rostros, nuestros cuerpos, nuestras vestimentas. No merece que escriba de lo mismo que la prensa en Chile escribe todos los días.

Luego pensé escribir sobre nuestro barrio, sobre América Latina, nuestro más alto nivel de identidad, la expresión cultural que nos acoge, que nos permite compartir una historia, un montón de desafíos, de fracasos y de logros.

Pensé escribir sobre los primeros días de Javier Milei en Argentina, con sus medidas radicales y los posibles conflictos que pueden acarrear en un país en donde la asistencia pública es un dogma y el movimiento sindical, incluso antes del peronismo, tiene una historia potente y destacada. ¿Por qué no?.

Me dije, incluso lo podría matizar con un nuevo año del gobierno de Petro en mi querida Colombia, país de acogida y respeto profundo por mi familia en los tiempos más difíciles, e incluso hacer el link con un Brasil que volvió a virar a la izquierda con Lula Da Silva.

El panorama se ampliaba si lo relacionaba con mi propio país y 12 nuevos meses del presidente Boric; o con el nuevo gobierno en Paraguay, la situación de Uruguay, la realidad mexicana, la nueva candidatura de Bukele, el orteguismo en Nicaragua o la Venezuela de Maduro, podrían dar tema para recorrer estas páginas y, a través de las consultas a internet, atiborrarlas de datos, estadísticas, fracasos, logros y conflictos. 

Me detuve nuevamente y sentí que estaba traicionando lo que en este momento sentía. ¿Cuántas veces he traicionado mis emociones? Recordé que pertenezco a una generación que castraba emociones, en que los niños no lloran y las mujeres no sienten atracción sexual, en que muchas veces no sé lo que me pasa, más nunca me enseñaron a conectarme con las emociones. ¡Es momento de la rebeldía emocional!

Conectarme con mis más genuinas emociones me instala, en una fecha más que significativa, en una situación compleja.

Desnudar mi alma y corazón y expresar lo que “creo” que estoy sintiendo. El ponerlo entre comillas no es sólo por la ignorancia que reconozco en diferenciar las emociones que me puedan estar invadiendo, a veces no sé si estoy feliz u orgulloso, si siento pena, rabia o tristeza, lo reconozco, sino que más bien por lo contradictorio de las emociones que busco desentrañar y veo que se me cruzan y mezclan la pena, la alegría, la tranquilidad y el desasosiego. Sin duda estoy marcado por una hipersensibilidad que me cuestiona, me quiebra, me conecta conmigo mismo y con los que más amo.

Luego pensé: “Debe ser una respuesta natural a una situación nueva, entre especial y compleja, entre llevadera y complicada”.

La realidad me interpela de pronto y me instala en la primera fiesta de fin de año más solo que de costumbre, gracias a Dios no por falta de afecto, me lo repito insistentemente, y que las redes sociales ayudan a palear lo difícil del momento con la posibilidad cierta de que la virtualidad me acerque a los que tanto quiero. 

Repartidos no sólo en el país, sino que en el mundo, los seres más queridos se hacen presente, en distintos horarios por lo demás, con una carga de afecto que quiebra.

Están conmigo mi esposa, compañera maravillosa de hace casi 35 años; mi madre, recuperándose, después de un año difícil. Están lejos los hijos, los hermanos, los tíos, los primos, los sobrinos, incluso un sobrino nieto al que sólo la virtualidad me ha permitido acompañarlo en su crecimiento, en fin.  Sin duda que no debemos ser los únicos que vivimos las fiestas de esta manera, pero miro con envidia sana aclanados familiones que se juntan y celebran.  

El consuelo se instala desde la racionalidad que busca imponerse: gracias a Dios todos están bien, están saludables, están donde quieren estar y haciendo lo que quieren.

El mundo de la era global nos disemina por un espacio más amplio y diverso, nos instala mentalmente en atmósferas diferentes, con nuevos integrantes de la familia que los conocemos y los queremos desde la virtualidad y no sólo me refiero a aquellos que han nacido en tierras lejanas, como el sobrino nieto, sino aquellos que adoptamos y que nos adoptaron como las bellas familias de las parejas de los hijos, de los hermanos, de los primos y sobrinos que los han acogido con cariño y tanto respeto.

Estamos todos bien, más allá de las peripecias de un largo año, estamos terminando bien, con salud, con las mentes y nuestros corazones instalados los unos en los otros, más allá de las distancias. Las redes sociales nos permiten no sólo escuchar sus voces, ver sus caras, compartir momentos, estar ahí, a pesar de que nos separan miles de kilómetros.

Vuelve a sonar mi celular, un nuevo WhatsApp me acerca nuevamente a los afectos: los amigos entrañables que he conocido a lo largo de mi vida laboral se hacen presentes con un saludo, un meme, una reflexión; la amiga del alma, que he recuperado hace unos pocos años, compañera de estudios en la época universitaria y que me ha permitido conectarme con los suyos; los compañeros del liceo, egresados hace más de 40 años, que con menos pelo y con varios kilos de más, nos expresamos los mejores deseos con bellas palabras.

Lindas imágenes y emocionantes videos; el extraordinario grupo de adultos mayores con los que tuve la dicha de trabajar este año recorriendo vericuetos profundos de la historia del siglo XX, en que hombres y mujeres de avanzada edad, para quienes el período era vivencial, me dieron una lección de conocimiento, sabiduría y reflexión que guardo como uno de los grandes tesoros del 2023, no dejan de subir sus bellos mensajes al grupo de WhatsApp; los mensajes de los ex alumnos, de este año y de tantos años, llenan mi celular, me emociona saber, en especial de aquellos a los que ayudé a formar hace casi 30 años, se siguen haciendo presente en fechas tan significativas como éstas.

Es la hora de la videollamada grupal a través del WhatsApp, son las 20:30 horas en Chile, nosotros en Coquimbo, 500 kilómetros al norte de Santiago; mi hijo y su novia, con la familia de ella en Concepción, 500 kilómetros al Sur de Santiago; mi hija en Melilla, en la España africana, con su futuro esposo y su familia, a miles de millas de distancia. Los veo a ambos y a sus familias y me emociona. Veo personas buenas que han sabido encaminar sus proyectos de vida, que se han encontrado con más personas buenas que los han enriquecido a ellos y a nosotros. Doy gracias a Dios, miro a mi esposa, a mi madre y la pantalla del celular, me conecto con mis emociones, estoy más feliz que nunca.