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Pensemos la guerra contra las drogas

Cuatro años después de la firma de los acuerdos de paz con las FARC en el Teatro Colón de Bogotá, a los exguerrilleros los siguen matando. Una firma en un papel no es chaleco antibalas en las zonas de más alta intensidad del conflicto en Colombia, donde precisamente se presentan la mayoría de asesinatos. Esta trágica verdad no aplica tan solo para insurgentes jubilados, sino para líderes sociales, policías, soldados y civiles cualquiera. El Centro Nacional de Memoria Histórica reveló cifras recientes que dan cuenta de alrededor de 4500 nuevas víctimas directas del conflicto armado en Colombia desde que lo pactado en La Habana se diera por finiquitado. Ni hablar de las indirectas.

El problema, sin embargo, es que a estas alturas en nuestro país es muy difícil trazar la línea divisora entre lo que es nuestro anacrónico conflicto armado – guerra civil, y nuestro conflicto armado – guerra contra las drogas. Para el primero se hizo un plan de escape, una hoja de ruta para aliviar las causas originales de la guerra civil; para el segundo la política en papel  prácticamente no ha cambiado desde hace 30 años: erradicación de cultivos y aniquilación total de los narcotraficantes. Esto a pesar de que, en el fondo, ambas cosas sean dos caras de la misma moneda desde hace mucho.

Cuando pensamos en paz en Colombia tenemos que aceptar que pensamos en disminución práctica de la violencia, no en la ponderación del concepto abstracto de aceptación de ideologías diversas, por más loable que esto último sea. Esto implica necesariamente pensar en qué vamos a hacer con nuestra política de guerra ininterrumpida contra las drogas, y pensar estratégicamente, desde la ciencia y no la intuición.

El libro del politólogo profesor de la Universidad de Chicago Benjamin Lessing, recientemente editado en español por la editorial de la Universidad de los Andes, ofrece un aporte interesante a la discusión pública de este problema. Podemos pensar la ofensiva contra los grupos narcotraficantes en dos dimensiones, una referente a la violencia represiva dirigida a restringir el mercado de las drogas, y otra a la violencia potencial dirigida contra estos grupos como castigo a las acciones violentas que cometan. La primera dimensión lleva a los grupos criminales a actuar de forma violenta, la segunda los ‘premia’ por no hacerlo.

No hace falta tener un posgrado en ciencia política para entender la brillante idea subyacente tras este planteamiento teórico. Un animal acorralado se dará la vuelta y usará todo lo que esté en sus manos para defenderse hasta la muerte, pero dudo mucho que alguien se haya topado alguna vez con un ratón que, ante la posibilidad de escapar, se dé la vuelta y prefiera darse de trompadas con sus perseguidores.

Ofrecer una ruta de escape a los narcotraficantes a condición de no usar la violencia contra la población civil o los miembros del Estado parece una alternativa razonable al baño de sangre diario al que estamos tan acostumbrados en nuestro país. Esto es todavía más importante si consideramos que las divisiones fronterizas entre carteles de la droga cada año se desdibujan más y más. Datos recientes sobre la creciente presencia de ciudadanos mexicanos en zonas de alto conflicto nos hablan de una realidad difícil de manejar: en la actualidad el Gobierno colombiano no lucha tan solo contra las capacidades de los carteles de este país, sino contra las capacidades conjuntas de los carteles de Colombia, México y, en general, los de cualquier país con intereses estratégicos en los cultivos de coca.

Tan solo pensar en estos términos, sin embargo, es tabú, de ahí que la discusión pública del asunto carezca de muchos matices. Plantear algo menos que un ataque frontal contra el crimen organizado es –al menos en la actualidad- un pecado que, probablemente, cualquier político tendría que pagar con la excomulgación de la vida pública nacional. De ahí la importancia de que, desde la academia, libros como el de Lessing abran las puertas a nuevos senderos para la discusión de un problema tan vital para el futuro del país.

Una actitud más abierta del electorado podría abrir la puerta a que líderes políticos llevaran a la arena pública proyectos más innovadores que todo lo que se ha planteado hasta ahora para manejar el problema de las drogas. Como en otros momentos ya lo he dicho en esta columna, a veces el solo hecho de estar bien informado puede hacer una diferencia importante en la eficacia de un Gobierno, en nuestra calidad de vida y en la resolución de dificultades sociales.

Desde luego, no existe una panacea para algo tan complejo como el problema que estamos tocando. Si bien estas organizaciones son reconocidas casi por antonomasia por su relación con el mercado ilícito de las drogas, lo cierto es que sus actividades no se limitan en lo más mínimo a este negocio. Las organizaciones criminales tienen todos los incentivos para intentar influir actividades lícitas con el dinero que adquieren a través de actividades ilícitas. Una actitud condescendiente hacia el narcotráfico puede indirectamente convertirse en una actitud condescendiente hacia la corrupción y, a la larga, general problemas tan acuciantes como el de la violencia misma.

Lo único cierto es que una discusión cada vez más informada de estos temas tan importantes es el único camino posible para encontrar una salida efectiva a los mismos. Precisamente este martes 1 de diciembre, Benjamin Lessing estará discutiendo su libro en un evento organizado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas de Ciudad de México a partir de las 9:00 A.M., dejo el enlace para escucharlo.

https://t.co/BL3sG2KGmw

(Aún mejor es que el libro completo se encuentra disponible hasta el 21 de diciembre en su versión en línea en la biblioteca virtual de la Universidad de los Andes.  https://uniandes.ipublishcentral.com/)