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Cuando el sector público funciona

Cada vez que abordo un tema de economía política en el espacio de estas columnas tiendo a dedicar la mayor parte de mis esfuerzos a subrayar la importancia del sector privado en jalonar el crecimiento económico de las sociedades, al tiempo en que señalo la trampa de la ‘idea’ de lo público como fuente suprema de justicia y equidad social. Lo hago porque considero esta falencia conceptual y de conocimientos el principal fracaso de la economía y la ciencia política contemporánea. Sin exagerar, son incontables las vidas que cada año se pierden en este planeta por culpa de esta asignatura pendiente.

No obstante, no significa eso que no vea un sentido y un lugar para lo público en un mundo funcional que tienda a la prosperidad, todo lo contrario, es un factor sine qua non para alcanzar tales propósitos. Si hay algo tan absurdo (o más) que los delirios anacrónicos de los comunistas y socialistas del siglo XXI, son los delirios de los anarcocapitalistas. Hobbes lo dijo mejor de lo que yo podría hacerlo en un millón de años, la vida en su estado natural es “solitaria, pobre, desagradable y corta”, esto es la vida sin un Estado, sin un leviatán.

Necesitamos del Estado, de lo público, no para organizar el mundo a nuestro alrededor, sino para garantizar que pueda ser organizado. Canalizar las energías negativas del ser humano, su innegable tendencia a la violencia, los instintos de los que jamás podremos librarnos por completo, y convertirlos en material de construcción. Todos queremos ser reyes, pero un Estado fuerte asegura que para lograrlo tengamos que convencer a las masas de que les conviene dejarnos serlo. En la anarquía, el camino es la espada, el rifle de asalto, el golpe de Estado…

Así pues, lo público no debe servir para darnos las respuestas, sino para permitirnos encontrarlas. Son las políticas que siguen esta idea general las que tienen el mayor éxito al momento de intentar impulsar el desarrollo social de las naciones. Dale a un hombre un pez y comerá por un día, enséñale a pescar y comerá toda la vida.

No obstante, existen incentivos muy fuertes para no adelantar políticas de este corte, sino políticas más directas, más intervencionistas. Las razones son muy lógicas, propiciar un ambiente socioeconómico que incremente la confianza inversionista y así generar empleo, nuevas empresas y demás, es algo bastante difícil de atribuir a un político en específico. Mucho más fácil es identificar en el mandato de quién se construyó un edificio que antes no estaba, quién asignó una transferencia de dinero que antes no se tenía, quién creó una nueva entidad pública para licitar proyectos o hacer convocatorias públicas, etc.

Por eso no deja de ser sumamente gratificante –y, en lo personal, sorprendente- cuando uno se encuentra con políticas públicas que asumen la perspectiva correcta, políticas que buscan poner en las manos de los privados el devenir de su propio destino. En los últimos meses tuve la oportunidad de trabajar para una de estas iniciativas, la Unidad de Apoyo al Empresario de la Simón Bolívar y la Alcaldía. Un proyecto que, desde un punto de vista de ciencia política, sigue al pie de la letra las reglas teóricas que las políticas públicas deberían seguir para generar prosperidad.

En este sentido, comprobar que estas reglas teóricas, planteamientos y recomendaciones tienen un efecto positivo en la vida real, ha sido lo más interesante de todo el proceso, más allá del placer personal por la labor realizada. Como académico e investigador social, es imposible no maravillarse por los resultados que, en la práctica, arrojan los fenómenos sobre los que se lee, pero no siempre se pueden observar empíricamente por cuenta propia.

Desde la Unidad se trabaja con conocimiento y con conocimiento se transforma, ver que esto puede tener efectos tan significativos a nivel individual, y en el tejido social, es un fenómeno que a los ojos de un científico social es tan maravilloso como podría ser para un astrónomo observar una estrella apagarse en una súper nova, o para un físico estudiar partículas subatómicas.

Esto, sobre todo, porque en la incansable lucha de insistir por la importancia del conocimiento como única herramienta apropiada para transformar sociedades, se vuelve muy frecuente el tener que lidiar con visiones que tildan tal postura de ingenua y poco ajustada a la realidad. Los proyectos como este demuestran que, en realidad, sostener que el conocimiento es la mejor herramienta de cambio es la postura más ajustada a un mundo complejo.

Academia aparte, hay ideas, frases, opiniones, que se repiten en el imaginario popular carentes de toda evidencia empírica, esto siempre será un error, sin importar la ideología política desde la que uno se siente a juzgar el accionar de los dirigentes de la ciudad. Por no darle más vueltas, el refrán facilista de que “todo es cemento”, “de que todo es deuda”, y otros tantos más, se encuentran completamente desligados de la realidad que proyectos como los del apoyo a los empresarios develan.

Se preguntan las personas, a veces, ¿dónde está el empleo?, pues ahí está el empleo. El sector público no puede, ni debe, crear los puestos de trabajo sobre los que se sostenga la economía de una ciudad o país, debe ayudar a que las personas puedan crearlo por sí mismos. Lento, pero seguro, esta Unidad, por ejemplo, ha ido creando empleos que son sostenibles en el largo plazo, al menos mientras se mantenga un cierto nivel de confianza económica a nivel nacional.

El problema está relacionado con lo que ya mencionaba al comienzo, la capacidad de atribución. Las personas critican por la misma razón por la que los políticos de todo el país terminan ofreciéndoles cemento para llenar sus alacenas. Cuando se realizan iniciativas diferentes, con enfoque social, no las notan al momento de realizar críticas o establecer su imaginario sobre el desarrollo de su entorno.

En todo caso, y a pesar de lo difícil que puede ser que, a veces, las personas logren comprender la extensión completa en la que cierto tipo de política pública ha transformado sus vidas y entorno, no deja de ser reconfortante que desde la dirigencia política se siga apostando por este tipo de ideas. Nuevamente, desde una perspectiva teórica, habla aquello de las ventajas de tener horizontes a largo plazo. Los mejores dirigentes son los que piensan en recoger los frutos de inversiones a tiempos largos –la mejor forma para hacer rendir cualquier capital-, no aquellos que están interesados en extraer la mayor cantidad posible en el menor tiempo posible. Lo entendamos, o no, en eso somos afortunados.