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La utopía de la revolución socialista

El historiador entiende el papel de las ideas en la mente de las personas o de los grupos como conceptos que definen formas de comportamiento, de interpretar el mundo o, simplemente, de vivir. Esas acciones ocurren más allá del carácter o del origen de las conceptualizaciones que dominan la mentalidad individual y colectiva.

Los entramados míticos o religiosos son necesarios para la existencia, para reglamentar la vida en sociedad y entregarle estabilidad o explicaciones necesarias a las personas que se mueven en esos universos ideales. Las ideologías políticas entran también en esa caracterización y son vehículos de los deseos y las esperanzas o del malestar con un estado de cosas indeseable.

Cuando Marx pensó su teoría del cambio social en el siglo XIX no la estructuró como una utopía, es decir, como un plan perfecto de cambio social, pero de improbable realización, en el sentido del enfoque utópico ideado por Tomás Moro. 

Por el contrario, este pensador siempre tuvo en cuenta que sus soluciones emergieran de la visión científica de su tiempo y que fueran pertinentes para transformar la vida con el fin de pasar a otra etapa, al reino de la felicidad, la abundancia y el humanismo auténtico.

Recuérdese que los aspectos fundamentales de la teoría del cambio social de Marx son la dictadura de la clase obrera (o del partido), para implementar la violencia revolucionaria y lograr las transformaciones requeridas; la estatización o nacionalización de los procesos productivos y distributivos y, como consecuencia de lo anterior, la concreción de un sistema político autoritario o totalitario que negaba las libertades más elementales e imponía la visión de las élites en el poder.

Este modelo se convirtió rápidamente en el enfoque dominante en los núcleos sociales anticapitalistas, sobre todo después de su triunfo en Rusia en 1917. En generaciones sucesivas de jóvenes y mayores, la teoría de Marx se convirtió en la única posible, la cual contó con el refuerzo de la revolución china de 1949 y de la cubana de 1959, entre otros procesos triunfantes.

Hay una diferencia fundamental entre pensar el esquema de Marx en el siglo XIX o en el siglo XX, antes de que estallara la crisis del socialismo, y pensarlo después de esa profunda debacle. Antes de esa crisis se veía el enfoque del sabio alemán como sinónimo de esperanza, como la forma de redimir a los explotados y oprimidos y con una gran seguridad.

Después de la caída de la Unión Soviética (y de la mal llamada cortina de hierro) y del cambio del sistema económico socialista entre los chinos y los vietnamitas, la percepción cambia completamente, más que nada para las personas que estudian a fondo esos problemas y que no han perdido su capacidad crítica.

Es un hecho histórico irrefutable que la teoría redentorista de Marx fracasó estruendosamente cuando fue aplicada en la realidad. Una cosa era la presentación impecable efectuada por el maestro al desnudar las relaciones de poder, las iniquidades del capitalismo y sus efectos más perversos, y otra, muy distinta, lo que resultó de las aparentes soluciones ideadas por él para superar la sociedad burguesa.

Carlos Marx y Federico Engels

La eliminación del mercado y de la economía privada, de la mano de una dictadura cerrera e intolerante, asfixió a la economía, sembrando la ineficiencia y la escasez, y suprimió la libertad y el humanismo a nombre de la libertad y el humanismo.

Es paradójico que el deseo y la teoría del maestro, llenos de buenas intenciones, no produjeran los efectos que él vaticinaba, afincado en la ciencia de su tiempo. Por el contrario, en algunos lugares el humanismo fue reemplazado por el terror más bestial (como sucedió bajo Stalin y el gobierno de los Jemeres Rojos en Camboya) y en todos los países las necesidades y problemas de las mayorías no desaparecieron, sino que se incrementaron, por la paquidermia e ineficiencia del sistema productivo y distributivo socialista.

Estas no son simples palabras, pues ahí está la experiencia histórica de los chinos y los vietnamitas, que desmontaron el obsoleto modelo económico socialista pensado por Marx para poder sacar de la miseria y la pobreza a sus pueblos.

Ahí también está la experiencia histórica de la antigua Unión Soviética y de los países del centro de Europa que se cayeron por causa de un sistema, pensado por Marx, que no solucionó las dificultades de las mayorías, sino que las acrecentó mediante un poder político sectario y un modelo económico ineficiente que engendraba escasez.

Hay mucha literatura sobre estos asuntos circulando en la web; sin embargo, también hay muchos jóvenes y mayores que aún creen que la redención del pueblo está en la utopía fracasada de Marx. 

No se han dado cuenta (o no quieren darse cuenta) de que esa utopía no significa ninguna esperanza ni ninguna salvación de la humanidad, porque no tiene con qué sacarla del atolladero del capitalismo. Ya se probó en la historia y, como lo enseñó el maestro, el criterio más relevante para construir verdades es la práctica, la realidad. 

Si esa teoría revolucionaria se aplicó en muchos países y no funcionó, ¿por qué muchos jóvenes y mayores aún la defienden y la siguen considerando como la única solución? 

Es muy triste ver cómo hay personas que consumen su vida pensando que por ahí está la redención de las mayorías. Y es todavía más triste y trágico observar cómo algunos ofrendan sus vidas, con las armas en la mano, para alcanzar un triunfo que los lleve a aplicar esas teorías que la historia ya lanzó al cesto de la basura.

¿Por qué persisten en ese dogmatismo que no conduce a ninguna parte? ¿Por qué se mantienen anclados en unas teorías ineficaces para cambiar la vida? Porque convirtieron las ideas de Marx, no en planteamientos científicos, sino en dogmas cuasi religiosos.

Transformaron la teoría del cambio y la sociedad que delineó este intelectual en una nueva mitología divorciada de la realidad histórica, en una utopía mística cuyos elementos teóricos son inmutables al mantenerse separados de la práctica.

El enfoque científico del maestro, que debía cambiarse o mantenerse según su contrastación con la realidad, se transformó en una especie de religión laica, en una forma de pensar hermética, debido a las esperanzas y a los deseos de los nuevos creyentes y, sobre todo, a la pérdida de su espíritu crítico.

Tal parece que en la base de esta actitud dogmática está el desconocimiento de los hechos históricos ocurridos en los países socialistas de Europa y Asia. Es muy lamentable que existiendo tanto material serio y riguroso sobre esas materias todavía la ignorancia dirija el comportamiento de muchas personas hasta llevarlas a mantenerse en un dogmatismo improductivo e irracional.

En muchos casos se trata de personas muy valiosas, con una granítica concepción social, quienes estarían mejor preparadas para ofrecer un servicio más integral a las mayorías reestructurando su forma de pensar, integrando los nuevos saberes, para continuar la lucha por la justicia, la igualdad, la libertad, el humanismo y contra el capitalismo salvaje. 

Porque mientras existan la desigualdad económica extrema, las iniquidades y la discriminación de diverso tipo está plenamente justificada, moral y políticamente, la lucha social. 

Lo que nunca estará justificado por nada es el dogmatismo que brota de la ignorancia.