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La recesión económica

Una inflación suele provocar una recesión económica, por cuanto reduce el poder adquisitivo del dinero y, por lo tanto, la demanda efectiva, es decir, la capacidad de la economía de transar o realizar los bienes y servicios ofrecidos al público. Al reducirse la demanda por el golpe de la inflación, se afectan las ofertas, las cuales se achican al caer las compras o transacciones.

Esto quiere decir que la inflación tiene la capacidad de provocar un decrecimiento de la producción de bienes y servicios al enflaquecer la demanda y, por esta vía, iniciar una coyuntura recesiva de consecuencias lamentables para la sociedad. Por este motivo es que los gobiernos y los bancos centrales atacan con todo a la inflación, colocando en el centro de las políticas económicas la disminución del circulante monetario mediante las alzas en las tasas de interés, lo cual se ve como una solución al problema.

Pero las estrategias antiinflacionarias tienen el lado perverso de que pueden generar una recesión económica, al encarecer el precio del dinero (por la vía de las tasas de interés) para la inversión empresarial o para el consumo de todos. Si hay menos plata accesible para hacer inversiones empresariales o para los empréstitos de consumo, eso de alguna manera afecta la demanda de medios de producción, de bienes de consumo y de servicios, por lo cual la actividad económica se contrae.

Este es el epicentro del debate entre el gobierno nacional y el Banco de la República: el banco, con su política de alza de la tasa de interés de referencia para ayudar a comprimir el circulante monetario para parar la inflación, y el gobierno pugnando porque las tasas bajen para liberar más fondos en manos de la gente con el fin de reimpulsar la economía.

El problema se complica por la situación internacional, duramente magullada por la pandemia. Esta provocó en todos los países (aunque más en unos que en otros) una combinación de recesión con inflación, debido a los gastos de los gobiernos para detener la covid-19 y a la parálisis de la actividad económica global por efecto del confinamiento.

La recesión es un estado de la economía capitalista ligada a la coyuntura de caída del ciclo económico. En realidad, la actividad económica nunca es pareja, con los indicadores o variables siempre en un mismo nivel, sino que oscila, sube y baja, tiene momentos de recuperación, prosperidad o auge y momentos de descenso o caída de esas variables, por diversos motivos.

A menudo el ciclo económico es concebido como una especie de ola marina, que se eleva hasta un límite para luego caer y terminar en una especie de valle. La etapa de descenso representa un decrecimiento, una reducción de los ingredientes económicos, como la inversión, la producción, las ofertas y las demandas, etcétera. La fase de caída del ciclo se mide atendiendo a la reducción de sus elementos económicos, que también reciben el nombre de indicadores o variables.

La recesión económica actual fue inducida, principalmente, por la pandemia, pues esta golpeó de manera negativa el movimiento de las mercancías y de las personas, el crecimiento de las inversiones en los sectores productivos y en el sector de los servicios, y la parálisis relativa de muchas actividades, lo que impactó negativamente el crecimiento global.

Las guerras, los procesos inflacionarios descontrolados, los fenómenos naturales, las burbujas especulativas, entre otros factores, pueden influir en el surgimiento de una recesión económica de carácter mundial, es decir, en el desarrollo de una coyuntura de caída del ciclo económico.

Sin embargo, la economía capitalista, por sus condiciones estructurales, posee una tendencia intrínseca hacia la oscilación, a subir o bajar. Cuando se sale de un declive o recesión, las variables económicas tienden a recuperarse y, si las condiciones lo permiten, a subir y subir hasta alcanzar la prosperidad o el auge, de acuerdo con los términos de los expertos.

Esto significa que aumentan las inversiones en los negocios, crecen la producción de bienes materiales y la generación de servicios, el nivel de empleo, la recuperación de los salarios, la actividad comercial, entre otros aspectos. Son los tiempos de las vacas gordas y de la felicidad general.

Pero, paradójicamente, el auge o pico, la cresta más alta de la ola, prepara el terreno para una especie de recalentamiento, para una etapa en la cual la oferta se sigue expandiendo, pero la demanda se estanca. En este pico comienza a perfilarse la otra cara del ciclo.

La caída del ciclo es reconocida porque, con la reducción de las compras y las ventas, pierden valor las acciones, baja la producción, sobreviene el desempleo, entre otros tópicos negativos. Si no interviene el gobierno, la recesión se podría convertir en una depresión muy fuerte o en una crisis económica devastadora, como la ocurrida a partir del año 1929 en los Estados Unidos, que destrozó capitales accionarios, y destruyó industrias y el empleo de la población mayoritaria.

La recesión o la crisis económica son preocupaciones comunes de los gobiernos actuales. En los tiempos que corren casi nadie plantea, para enfrentar una recesión o crisis, cruzarse de brazos y dejar que las fuerzas espontáneas del mercado recompongan los equilibrios perdidos entre la oferta y la demanda, como sostenían los economistas neoclásicos o los liberales económicos del siglo XX del estilo de Hayek.

Por el contrario, los gobiernos del ahora se apoyan en las teorías de John Maynard Keynes (y sus descendientes) para emplear al Estado y al presupuesto nacional como instrumentos para la reactivación económica. En tiempos de recesión o crisis, que son los tiempos de las vacas flacas, a los gobernantes les compete una gran responsabilidad para sacar a la economía del hueco en que se encuentra.

Las estrategias de estímulo a la oferta y a la demanda para mover el proceso económico; las inversiones gubernamentales en obras públicas para reactivar las compras y el empleo, y el uso de otras políticas económicas de efecto dominó (multiplicador) definen la intervención del Estado bajo el enfoque de Keynes, los poskeynesianos o los economistas heterodoxos.

El problema de Colombia y de otros lugares se complica porque se lidia con una inflación inducida por la pandemia y la guerra ruso-ucraniana y con una recesión conectada a estos fenómenos y a la revalorización del dólar. La economía está entre dos filosos cuchillos que le hacen daño.

Las medidas antiinflacionarias tradicionales de reducción del circulante monetario suelen tener un efecto secundario recesivo. Y las estrategias de expansión del gasto público para combatir la recesión podrían afectar el crecimiento de ese circulante y, por lo tanto, acrecentar la inflación.

Lo ideal sería que el gobierno y el Banco de la República no se pisaran las mangueras y que encontraran un camino común para sanear la economía. Porque la inflación y la recesión tienen el potencial de arrastrarnos hacia el infierno de la crisis económica.

Y una vez allí la posibilidad de una explosión que lo destroce todo se hace mucho más probable. Este es el único futuro posible si no hay acuerdo entre las instituciones nacionales o si nos cruzamos de brazos. No hay otro.

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