La guerra librada por Ucrania contra los invasores rusos está aproximándose al año de duración. Putin y los suyos quisieron repetir en este país lo que hicieron en otros lugares, como Chechenia: un movimiento rápido de invasión que inutilizara en poco tiempo al enemigo.

Putin aspiraba a una victoria relámpago después de aplastar a las fuerzas del contrario. Pero esa estrategia no le funcionó, pues la resistencia del liderazgo y del pueblo ucraniano ha sido muy consistente y valerosa.

Hoy el ejército invasor está empantanado en Ucrania en una guerra de desgaste a la cual no se le ve solución. Esto recuerda lo ocurrido con los norteamericanos en Vietnam (teniendo en cuenta las diferencias), cuya invasión fracasó a raíz de la fuerte oposición militar de los líderes y del pueblo vietnamita.

Y recuerda también a la invasión de la antigua Unión Soviética en Afganistán, la cual debió salir de ese territorio por su incapacidad de vencer a los combatientes musulmanes. Después de algunos años de pocos avances en la guerra y del deterioro de su imagen internacional, los soviéticos se fueron del territorio afgano de modo parecido a como los estadounidenses lo hicieron derrotados de Vietnam: con el rabo entre las piernas.

No es posible aún anticipar un destino similar para la invasión de Putin en Ucrania. El ejército ruso ha acelerado, por estos días, el ataque aéreo contra la infraestructura y la población civil, en un intento por desmoralizar a las huestes contrarias, y buscando cambiarle el rostro a una guerra que se le está saliendo de las manos.

Las tropas del país invadido no solo resistieron los primeros embates del ejército ruso, sino que lo hicieron retroceder y retomaron ciudades y territorios que antes controlaban los enviados por Putin. Los bombardeos aéreos buscan refrenar esta ofensiva y poner contra las cuerdas a los ucranianos.

Lo que hizo Putin contra Ucrania puede definirse como la invasión imperialista de una potencia renaciente que intenta recuperar antiguos blasones, arrasando con un país independiente que se resiste a entrar en la esfera de influencia del nacionalismo ruso postsoviético.

Esta guerra tiene más motivos geopolíticos que económicos. Putin está abierto en pelea contra la OTAN, la Unión Europea y los Estados Unidos y esa es la máxima justificación, de él y sus aliados, para mantener a Ucrania de su lado, de igual modo a como lo ha hecho con otros países de la antigua Unión Soviética.

Pero esa, que es su coartada y su imperativo de peso, es, también, la mayor ventaja de los ucranianos. Ni Ucrania ni ninguno de los países de la órbita de la extinta URSS quiere volver al redil de los rusos.

Se atisba en su posición un visible temor a lo que les ocurrió cuando eran satélites de Moscú y un terror, expresado públicamente, contra los efectos de la aplicación del socialismo totalitario en su territorio. Ahora ese pavor no es contra el totalitarismo socializante, sino contra el abrazo autoritario de Putin y los suyos.

Por estos aspectos, la fuerza de la resistencia de los ucranianos se deriva del deseo de mantenerse independientes, de alejarse del poder omnímodo de Putin y de quitarse de encima el fantasma del extinto imperio soviético.

Esta es la principal explicación del acercamiento de los ucranianos a Europa y los Estados Unidos. En ese acercamiento está la garantía de la supervivencia de Ucrania como nación soberana. No solo sobrevivir a la invasión, sino la posibilidad del triunfo.

Precisamente, el apoyo político y militar de Occidente es lo que convierte el conflicto ruso-ucraniano en un proceso impredecible y capaz de originar efectos catastróficos para todo el planeta.

¿Hasta dónde será capaz de llegar Putin si observa que la ayuda militar occidental coloca a Ucrania al borde de la victoria? ¿Será capaz de cumplir la amenaza de utilizar bombas nucleares?

Por el abanico de poderes enfrentados esta es la guerra con más potencial para desatar un cruce de bombazos nucleares que acabe con la vida en la tierra. Hasta este punto llega el reto impuesto por la invasión rusa a Ucrania. Ni más ni menos.