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La inflación como enemigo público

La inflación es uno de los fenómenos más temidos de la actualidad. Está asociada con un incremento general de precios que golpea el poder adquisitivo de la gente y a toda la economía. En el siglo XX se definió una estrategia universal para medirla, partiendo de una canasta de bienes y servicios que permite inferir un índice de precios al consumidor.

La variación de los precios de esa canasta no solo sirve para establecer un índice sino los cambios porcentuales en los precios en un tiempo determinado, normalmente un año. Esta es la forma principal que utilizan hoy los gobiernos y los países para definir la tasa de inflación, es decir, la manera como sube o baja la inflación en un tiempo específico.

El aumento excesivo de los precios puede ser inducido por diversos factores. Por ejemplo, los gastos de los gobiernos para enfrentar las consecuencias de la pandemia, relacionados con las ayudas monetarias a la población, la compra de vacunas, etcétera. 

Este factor ha traído, en la mayoría de los países, un desequilibrio notable entre el circulante monetario y la cantidad de bienes y servicios puestos a disposición del público. Es decir, circulan más billetes para comprar lo que la gente requiere. El aumento relativo de la demanda (por el incremento del circulante) con una oferta de productos y servicios que no crece al mismo ritmo provoca, por lo general, una devaluación del peso.

Esa devaluación (pérdida del poder adquisitivo del dinero), motivada por el crecimiento del circulante monetario, se acompaña de una reevaluación del precio de los bienes y servicios, la cual resulta del desequilibrio exacerbado entre las ofertas y las demandas debido al problema monetario. O sea, a la caída del poder adquisitivo de la moneda, por el aumento del circulante. le acompaña un incremento del nivel de precios de lo que se compra.

La inflación por motivos monetarios puede ser moderada, galopante (de dos o más dígitos al año) o convertirse en una hiperinflación, que es la más peligrosa de todas las inflaciones, al alcanzar más de tres dígitos al año y al destrozar cualquier economía, si no se toman las medidas correctivas pertinentes.

El problema con la inflación inducida por el efecto monetario no es solo que anarquiza el sistema de precios, poniendo en jaque las ofertas y las demandas, sino que distorsiona la producción de bienes y la generación de servicios. El aumento en el precio de los medios de producción se revierte en el incremento de las mercancías que vende el sector primario y la industria, y afecta al alza lo que ofrece el sector de los servicios.

Si los costos de producción de las empresas que producen en los diversos sectores de la economía se elevan, debido a la devaluación del dinero, esto repercutirá en la elevación de los precios de las mercancías que estas ofrecen en el mercado. Se cierra de ese modo un círculo vicioso inflacionario que llevará a la crisis a cualquier andamiaje económico.

Banco de la República

Otro elemento que tira hacia arriba los precios de los bienes y servicios en Colombia se relaciona con el incremento de precios a nivel internacional. Este factor tiene que ver con las secuelas de la pandemia y con el desequilibrio monetario mencionado arriba, pero entendido en el plano global.

Los medios de producción y los bienes de consumo importados se han encarecido, como consecuencia de la inflación global cuya matriz principal fue la pandemia. Esto trae consigo un aumento de los costos de producción para los productores nacionales que importan maquinaria, tecnología, bienes intermedios o materias primas. Para paliar ese aumento, el único recurso que utilizan los productores consiste en incrementar el precio de los productos finales que ofrecen en el mercado.

Los bienes de consumo importados entran a la estructura comercial del país con un precio más alto, por las circunstancias externas, y tienen que ser vendidos con un incremento de precio a nivel interno que resarza el peso muerto inflacionario que traen de afuera.

Otro aspecto que ayuda a comprender la inflación en el país se relaciona con la devaluación del peso con respecto al dólar. Esta problemática tiene varias consecuencias. En primer lugar, aumenta los ingresos de los exportadores, quienes reciben más pesos al cambio en el país debido a la revaluación del dólar. Si esto no se maneja con cuidado podría incidir en la inflación interna, por la vía del incremento del circulante monetario nacional en manos de los exportadores.

La otra consecuencia, quizás más problemática y difícil de resolver, resulta del encarecimiento de las importaciones por la vía de la revalorización del dólar con respecto al peso. Esto quiere decir que las compras en el mercado mundial se han vuelto más caras por la combinación de la pérdida de poder del peso ante la revalorización de la divisa norteamericana.

Ese fenómeno suele tener un impacto inmediato en los productores que trabajan con importaciones, los cuales ven incrementarse sus costos de producción. La única manera de resarcir este aumento consiste en elevar los precios de lo que venden. Un dólar más caro también encarece las importaciones de bienes de consumo, lo cual impacta la inflación y eleva el costo de vida en el mercado interno. 

La inflación es el enemigo público número uno de los gobiernos contemporáneos y de todas las personas porque destroza el poder adquisitivo del dinero, sobre todo el salario real de los trabajadores. El aumento de los precios de la canasta familiar trae consigo una reducción del poder de compra de los empleados y, por esta ruta, un deterioro de la calidad de vida, al provocar un empobrecimiento o desmejora, pues lo recibido en salario es insuficiente para sufragar o adquirir lo necesario.

Por este motivo, los más golpeados por el proceso inflacionario son los sectores populares que reciben salarios cuyo aumento se establece a principios del año. El problema reside en que los bienes y servicios suben y suben de precio, tragándose el incremento en el salario nominal y devorando también el salario real (lo que se puede comprar o pagar con el salario nominal).

Una inflación desbocada golpea a todos sin distingo de clase, haciendo colapsar el sistema de precios, volviendo inservible la moneda (a raíz del descenso drástico de su poder adquisitivo) y anarquizando la relación entre la oferta y la demanda. La crisis económica generada por la inflación trae aparejada una crisis social y hasta una debacle política, como ocurrió poco antes de ascender Hitler al poder.

Todos los gobiernos temen las secuelas de una hiperinflación. Esta es la causa de la aplicación de unas medidas antiinflacionarias que tienen también sus inconvenientes. Las terapias contra la inflación se han afinado en el siglo XX, aunque la historia de esta es mucho más larga. 

La principal estrategia utilizada hoy para enfrentar la inflación se concentra en la reducción del circulante monetario. Para lograr esto se pone la lupa en los gastos del gobierno y en la implementación de medidas para contraer la circulación de dinero.

El manejo monetario está a cargo del banco central, que en nuestro caso es el Banco de la República. El instrumento más empleado para reducir la oferta de dinero es la tasa de interés de referencia, que es la tasa mínima que el banco central les cobra a las entidades financieras por la liquidez que les suministra en las operaciones abiertas de mercado.

La tasa de interés es lo que se debe pagar por el dinero recibido en préstamo. Esto rige para las instituciones bancarias públicas y privadas y a partir de aquí se riega por toda la economía. Un aumento de la tasa de interés de referencia se convierte en aumentos en las tasas de interés que cobran los bancos por los préstamos.

Eso quiere decir que el dinero se vuelve más caro para quienes quieran iniciar proyectos empresariales y para los particulares interesados en los créditos. Tal situación puede inducir a una reducción de los préstamos. La consecuencia benéfica de esta política económica es que ayuda a bajar la inflación al evitar que el dinero circule más fácil porque se ha encarecido.

Pero el dinero caro induce también a que no se amplíe la base productiva, a que no se emprendan nuevos proyectos empresariales apoyados en el crédito y a que se reduzcan los empréstitos de consumo, lo cual afecta la demanda de bienes y servicios. Aquí está el lado perverso de esta política contractiva, el cual es muy temido por los gobiernos.

Como consecuencia de la política económica de reducción del circulante monetario para combatir la inflación, puede sobrevenir una ralentización del ciclo económico que desemboque en una recesión, el enemigo público número dos temido por tirios y troyanos. 

Menos créditos para crecimiento económico y menos préstamos de consumo contraen la demanda efectiva e influyen negativamente disminuyendo el Producto Interno Bruto, al configurar una caída del ciclo por efecto de la recesión. Esta es la gran preocupación de los gobernantes a raíz de las medidas clásicas para enfrentar la inflación.

El dilema de Colombia es parecido al de los Estados Unidos y al de la Unión Europea, por ejemplo. Reducir el nivel de la circulación monetaria para bajar la inflación o dejar a un lado la regla fiscal y la tasa de interés de referencia para estimular el crecimiento económico. Este es el centro del debate entre el gobierno nacional y el Banco de la Rpública. El tiempo dirá quién gana ese pulso.