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El problema de la violencia en los estadios de fútbol

Mucho se ha escrito ya, a nivel internacional, sobre el problema recurrente de la violencia en los estadios de fútbol. También en Colombia los académicos están empezando a estudiar concienzudamente ese fenómeno tan lesivo para el desarrollo del deporte.

Ya se ha pasado de los argumentos débiles a los de mayor peso sociológico. Algunos explicaban tal violencia por las características del juego, de roce y fuerza, por los errores del juez o por el efecto alcohol o drogas en los estadios.

Desde luego que estas son circunstancias que hay que tener en cuenta, pero que solo son un detonante de la problemática. Como lo es también el impacto de la pérdida de un partido, lo cual provoca mucha frustración en el hincha, frustración que se convierte en furia o rabia y luego en acción violenta, en peñonazo contra la fuerza pública o en agresión contra los del otro equipo.

Se ha estudiado también la ecología de las barras y su tendencia a proceder como un cuerpo hermético que actúa contra los otros (el equipo contrario, el árbitro, etcétera) y que busca imponerse por la fuerza contra los demás, sobre todo en el caso de las barras bravas argentinas o de los hooligans ingleses.

Estos ejércitos de fanáticos embravecidos son liderados por personas que no van al estadio a conseguir diversión de un partido de fútbol, sino a la búsqueda de adrenalina que proviene de las acciones al límite, de los actos brutales que destruyen al otro, al adversario, o a los bienes públicos.

Esos individuos violentos adquieren estatus y prestigio dentro de su manada precisamente por ser más violentos, gritones o vulgares. Este premio simbólico es una especie de reconocimiento grupal provocado por enfoques especiales que se ven como expresiones adecuadas en el contexto de la barra brava.

Sin embargo, todo parece indicar que los motivos principales de la violencia en los estadios de fútbol no están ni en los errores del árbitro, ni en las características de un juego de contacto que puede ser muy violento, ni en la ecología de las barras. De hecho, en muchos lugares existen barras pacíficas que nunca llegan al nivel extremo de otros tiempos de las barras bravas argentinas o británicas.

Las investigaciones más recientes se concentran en la extracción social, en las familias disfuncionales, en el ambiente de los barrios obreros, en las características psicológicas de los individuos y en ciertas visiones que predisponen a la violencia.

Los hechos violentos que impidieron se jugara el partido Nacional-América.

La masculinidad violenta, el machismo agresivo, las tendencias de la “personalidad totalitaria” (como las analizó Adorno), la ausencia de controles internos en el violento para manejar su tendencia a la agresión, se han planteado como nudos para explicar el comportamiento agresivo.

Eso está unido a la educación, o a la ausencia de educación en valores, de los jóvenes que se levantan en las familias disfuncionales, con padres machistas, agresivos o alcohólicos y madres que padecen el maltrato masculino y que tampoco pueden ofrecer mucho a los hijos.

Esta situación de disfuncionalidad familiar y de predominio de cierto imaginario agresivo se articula al ambiente del barrio, el cual resulta a veces una ley de la selva donde es muy fácil pertenecer a una pandilla o adquirir un reconocimiento social haciendo parte de esta y donde la norma es la pobreza extrema o la miseria.

(Un análisis de perspectiva internacional sobre estos asuntos puede leerse en: Norbert Elias, Eric Dunning y otros, Deporte y ocio en el proceso de la civilización, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1992. Véase especialmente el capítulo IX. La violencia de los espectadores en los partidos de fútbol: hacia una explicación sociológica, desde la página 294 en adelante. Quien quiera leer esta obra me escribe a mi WhatsApp 3125471564 y con gusto se la enviaré).

En el caso colombiano se cumplen muchas de las condiciones analizadas por los tratadistas internacionales, pero se dan aquí los rasgos peculiares de una sociedad cortada por la violencia político-militar, la polarización política y la desigualdad económica extrema. Así mismo, cabe pensar en la influencia de los grupos practicantes de la ley de la selva, como las bandas criminales.

Es pertinente destacar que ninguna de las barras existentes en el país alcanza el nivel de las virulentas barras bravas argentinas y británicas de otros tiempos, y los casos de violencia en los estadios son menos dramáticos y más manejables que los de aquellos países en ese momento.

Parece que estamos a tiempo de orientar el asunto hacia alternativas que no impliquen una represión tan fuerte como la aplicada en Inglaterra, la cual trajo consigo la destrucción de las barras bravas en los estadios de fútbol. Quizás allí no había más salida que esa, debido a la cantidad de muertos que provocaba el desmadre en los estadios.

Recordaré ahora algunas de las medidas o estrategias adelantadas por los ingleses para acabar con los hooligans: 1) Se entendió que el problema tenía también causas sociales y no solo deportivas. Por esto, el combate contra la violencia incluyó a las escuelas, utilizando métodos educativos.

Aficionados del Once Caldas no dejaron finalizar el juego contra Alianza Petrolera.

2) Crearon órganos de investigación especializados para detectar a los gamberros dentro de las barras. Una vez reconocidos, se les prohibió el ingreso a los estadios. 3) A partir de 1990 se negó el ingreso de los más violentos a los escenarios para siempre, estableciendo la pena de cárcel para quien violara las leyes, como la prohibición de portar armas, beber alcohol o consumir drogas dentro de los centros deportivos.

4) Se estableció una política de estímulos económicos para los equipos que cumplieran con las normas, como acceso a crédito con condiciones especiales, impulso a la empresa privada para patrocinar a los clubes, entre otros. 5) Los equipos contrataron seguridad privada, lo que suprimió la presencia de la policía, otro de los motivos de las acciones violentas.

6) Fueron instalados circuitos cerrados de televisión en los escenarios y un sistema de detección de huellas dactilares como mecanismos de control y disuasión de los violentos. 7) Carnetizaron a los hinchas con el ojo puesto en los gamberros que iban al estadio a provocar el caos; esto facilitó negarles el ingreso a los partidos.

8) Se limitó la entrada a los bares y al transporte público a las barras bravas; los más agresivos recibieron sanciones y multas. 9) Poco a poco se fueron numerando los asientos para identificar a los aficionados, vendiendo asientos a las personas. Así se completó la faena contra los gamberros de las barras bravas.

En nuestro país se aprobó por el Congreso la Ley 1270 del 5 de enero de 2009, mediante la cual fue creada la Comisión Nacional para la Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol. Mucho de lo que contiene esa norma serviría para atacar el problema de la violencia en los estadios.

Lo ideal sería que se declarara a los escenarios deportivos como zonas sin tolerancia para con los violentos, y que se aplicaran algunas de las medidas que se han aplicado a nivel internacional con resultados positivos, como la carnetización, las sillas numeradas para cada hincha, los aparatos electrónicos para detectar a los gamberros y el sistema de identificación dactilar.

Momentos de la gresca en el estadio Sierra Nevada.

Cabe aclarar que estas no son medidas contra la mayoría de las personas que van al estadio a disfrutar del fútbol, sino contra una élite violenta cuyo único placer consiste en imponer su machismo virulento, sus personalidades totalitarias con tendencia a destruirlo todo sin razón y violando las normas de la convivencia social.

Simultáneamente, es posible atacar el problema en las escuelas y las barriadas. Una estrategia educativa de este tipo, que lleve a los trabajadores sociales, a los psicólogos y a otros profesionales a las barriadas más pobres, está a tono con la política de pacificación nacional del gobierno y con el talante popular que este reclama.

Los cambios estructurales más profundos requerirán más tiempo y son imprescindibles, dentro de la estrategia de la superación de la desigualdad económica extrema y de crear las mejores condiciones para vivir. Lo que no se puede aceptar es convertir el origen social del problema en un pretexto para no hacer nada.

Entre tanto, es imprescindible enfrentar el asunto de la violencia en el fútbol colombiano desde ya y por donde debe ser: en los estadios donde se juegan los partidos. Para eso se requiere la coordinación inteligente entre el gobierno nacional, los gobiernos locales, los equipos y las barras no comprometidas con la violencia.

Cruzarse de brazos por miedo o por razones políticas podría provocar el crecimiento de la enfermedad de la violencia y el deterioro del deporte preferido de los colombianos. Ni más ni menos.