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La caída de las redes sociales: lo que va del telegrama al WhatsApp

Mientras para unos resultó un caos, para otros fue recordar cómo eran antes las comunicaciones.

El colapso durante siete horas de las tres redes electrónicas con el mayor número de usuarios en el mundo, despertó este lunes diversas reacciones entre sus cibernautas en la costa Caribe colombiana.

Muchos estaban al borde de la histeria, pues la prolongada interrupción les había estropeado actividades laborales o comerciales.

Y en un trauma casi intolerable permanecían quienes se la pasan holgazaneando, chateando, enviando memes, videos, mensajes políticos, en fin.

En este grupo de angustiados, pero por razones más legítimas, podrían incluirse aquellos que tenían tal vez necesidad de recibir o emitir un mensaje familiar o sentimental, en las que para ellos resultaron las siete horas más insufribles de la semana.

Sin embargo, hubo un grupo numeroso, heterogéneo, que disfrutó o le importó poco el histórico desplome de las redes Facebook, Instagram y Whatsapp.

Fueron muchos veteranos de 50 años en adelante, que por razones del destino les ha tocado navegar en las dos épocas.

La actual del ultradesarrollo tecnológico en materia de comunicaciones, y la anterior a estos avances gigantescos, que ahora es llamada “la era del pedal”, por los contratiempos que generaba y los padecimientos que le tocaba vivir a la gente.

Para muchos cincuentones y sesentones resultó un deleite “permanecer aislados” e “incomunicados”.

Les dio tiempo para recordar con algo de nostalgia que para una felicitación de cumpleaños, grado o cualquier tipo de comunicación de ciudad a ciudad, había que acudir a las oficinas de Telecom y hacer una llamada telefónica.

Muchas veces, o en fechas especiales como el día de la madre, del padre y fines de semana, tocaban colas con intensas horas de espera, hasta que la operadora, que era la que marcaba el número, asignara la cabina y poder escuchar el anhelado y esperado: “aló, quién habla”

Una llamada de enamorados tenía además el elemento mágico de la ansiedad, que generaba el recorrido a la cabina de la única empresa de telecomunicación que entonces existía en el país.

Eso lo recuerda con exactitud la abogada Esperanza López.

“Bajaba con mis hermanas desde el barrio Boston a Telecom del Centro a llamar a mi novio guajiro, Hennys Márquez, que vivía en Santa Marta. Era un momento especial, una especie de ritual, ir, esperar la llamada el tiempo que fuera, y escucharlo a él”, manifiesta con alegría Esperanza, hoy que es su esposa.

Otra alternativa para este tipo de comunicaciones, y aquellas que se presentaban, eran la utilización del marconi o telegrama; también a través de Telecom, cuyo eslogan de combate era: ‘Telecom une a los colombianos”.

El telegrama era un mensaje sucinto, que se cobraba por el número de palabras utilizadas, y tardaba uno o dos días en llegar a su destinatario, de acuerdo a cuán lejos era el domicilio.

En este procedimiento escrito también se contaba la carta, que aún se utiliza aunque en casos contados.

Y en la mitad estaba el mensajero o cartero, encargado de llevar la correspondencia.

“Este servicio de mensajeros aún se presta con personal en moto o en bicicleta, es más bien comercial, de encomiendas, facturas, notificaciones judiciales”, explica Luis Silva, gerente de Somos Courrier mensajería.

El Apartado Aéreo era igualmente un servicio “de los de antes” para recibir comunicaciones.

Consistía en un casillero que se pagaba por anualidades a la aerolínea Avianca, y era el gran receptor de cartas y todo tipo de mensajes escritos.

El titular del A.A., así se conocía, contaba con una llave para abrir y revisar si había recibido algo, era un servicio de invaluable utilidad.

“Tener Apartado Aéreo también daba ‘caché’, uno podía decirle a alguien ‘escríbeme a mi Apartado, que es el número tal’, y era algo que se escuchaba bonito y representaba importancia”, dice Senén Sánchez, quien tuvo el suyo en la esquina de Paseo Bolívar con la 45, edificio Avianca.

Sin embargo, en la Costa hubo un sistema especial de mensajería, digamos que el antecesor del whataspp, y que muchos recuerdan con añoranza y acaso melancolía.

Eran los mensajes a través de la emisora Radio Libertad, de don Roberto Esper Rebaje, que con sus 50 vatios de potencia en antena se escuchaba nítida en todos los rincones de la Costa, incluso cruzaba la frontera con Venezuela.

Se trataban contenidos de interés personal de los que se enteraban todos los oyentes de la popular estación radial.

Así el tipo que había venido a Barranquilla a lograr un mejor futuro y deseaba regresar a la tierrita, podía poner un mensaje en los siguientes términos, para que sus familiares estuvieran enterados.

“Se le avisa allá en Cantagallar Magdalena a Miladis Palacio y a toda la familia Fontalvo que regreso el lunes. Preparen sancocho y la botellita. Pedro”.

También había de este tenor: “Familia Gómez en Sabanas de San Ángel, vendan las bestias, y manden la plata esto está muy duro por acá”. Carlos. O, “ Marta Lucía, voy este fin de semana al Paso, prepárenme el burro y ensillen la mula que llevo carga”.

Eran mensajes cien por ciento efectivos, y que ahora mueven a risa, pero en los 70 y 80 era normal escucharlos en el Diario Hablado y en la programación diaria de la emisora en voces de grandes locutores como Ventura Díaz, Gustavo Castillo, Eduardo Hernández, Rafael Xiques, Ítalo Iguarán, entre otros.

“Ese tipo de mensajes eran pagos, no muy caros, pero eran tantos que representaban un buen ingreso diario a la emisora”, manifestó Eduardo Hernández, voz estelar del noticiero durante varios años.

Fueron oyentes privilegiados que no padecieron el colapso que sufrieron los millones usuarios de estas redes, y que a Mark Zuckerberg, dueño de Faceboook e Instagram, le representó la pérdida de la bobadita de 5.900 millones de dólares.

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