Un universo llamado Tequila
El columnista Rodney Castro comparte su experiencia sobre un reciente viaje a México.
Por: Rodney Castro Gullo
Con mi esposa programamos un viaje a México, queríamos pasar unos días de descanso en Cancún, pero tuvimos la feliz coincidencia de que justo en ese tiempo, se realizaba en el país Azteca, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, reconocida como el encuentro literario más importante del mundo en lengua española, de manera que decidimos que esa sería nuestra primera parada.
Nos recibió una Guadalajara de clima agradable, de unos 20º. Por la ventana del taxi la advertimos poco moderna en infraestructura, pero muy organizada en cuanto a su ordenamiento territorial. Nos llamó la atención su arborización, también la identificación con nombres indígenas de las zonas y sectores.
Les confieso, que era poco lo que habíamos indagado sobre nuestro destino, sin embargo, tan pronto pisamos la tierra de los tapatíos, fue abrazador el torrencial de información y magnetismo que nos atraía a un núcleo conformado por dos lugares: Puerto Vallarta y Tequila.
Guadalajara tiene un millón quinientos mil habitantes, su nombre es en honor a un conquistador del occidente de México, Nuño de Guzmán, que era oriundo de Guadalajara España. Es la capital del Estado de Jalisco, recuerden que México es un país Federal, Jalisco es la cuna del mariachi, la charrería y el tequila.
Cuando llegamos al hotel, para los empleados nada parecía más importante que recomendarnos un tour, el del tequila. Nosotros hacíamos alusión al motivo de nuestro viaje, pero ellos inamovibles parloteaban sin cesar sobre lo especial que era hacer dicho recorrido. “Créanme, se arrepentirán toda la vida si no hacen el tour del Tequila”, sentenció el botones con el ceño fruncido al dejarnos ubicados en nuestra habitación.
Esa noche, indagando en internet, tuvimos la tentación de ir a Puerto Vallarta, pero desechamos rápidamente la idea por la lejanía, quedaba a 331 km.
Y sobre el Tequila que tanto nos recomendaban, pudimos entender que no se trataba de una discoteca, un centro comercial o algo por el estilo, se referían a una población que también pertenecía al estado de Jalisco, ubicada a 60 km de Guadalajara, que entre otras, el 12 de julio de 2006, había sido declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, bajo la denominación de Paisaje Agavero y antiguas instalaciones industriales del Tequila. Según Wikipedia, Tequila, cuyo nombre proviene de un volcán, tiene el estatus de “pueblo mágico”.
La leyenda señala que hace 450 años, en esa zona de Jalisco se desató una tormenta eléctrica provocada por la Diosa Mayahuel, quien envió un rayo a un sembradío de agave. En ese entonces, los nativos solo usaban la fibra de la planta para tejer, la bola o piña la tiraban.
El rayo originó un incendio y los vapores calentaron las bolas de agave, de ellas se desprendió una miel y un aroma agradable que llamó la atención. Además descubrieron que al fermentarse, tenía poderes relajantes y efectos de euforia. Pensaron que era un regalo de los dioses de la embriaguez. Años después, nombraron el néctar, como licor de agave. Con la llegada de los españoles empezaron a tratar el producto, le hicieron destilación, porque encontraron un jugo que consideraron podrían trabajar como el vino, al resultado de esa destilación le pusieron por nombre, tequila, en honor a la población donde la crearon.
Llamamos a la recepción del hotel y apartamos dos cupos para el tour del tequila. La salida fue muy temprano al día siguiente. Nuestro guía fue el señor Enrique Núñez Caro, todo un profesional en el oficio, contaba con 10 años de experiencia. Llegó puntual y nos embarcó en un vehículo tipo van que solo esperaba por nosotros, el resto de su capacidad ya estaba copada por otros turistas nacionales y extranjeros.
El ambiente en el vehículo era exultante, había música que no hostigaba y nuestro guía, que era también el conductor, se esmeraba por mantener una charla amena con sus pasajeros, empero, no necesitaba hacer mucho esfuerzo para tenernos contentos y participativos, había promesa de un día lleno de mucho tequila.
En el desplazamiento, nos resultó llamativo ver el maguey o agave sembrado por todas partes, y cuando menciono “todas partes”, es todas partes. Montañas, valles, fincas, patios, jardines, parques, todo estaba atiborrado de la especial planta que tiene forma de estrella y es de diferentes matices de verde y tonos de azul. Así mismo, nos pareció curioso que por cuanto asentamiento urbano pasábamos, casi todo tenía el apellido tequila: Zapatería Tequila, restaurante Tequila, estación de gasolina Tequila y así cientos de establecimientos más.
Alguien preguntó a nuestro guía sobre los tiempos de recolección de las cosechas de agave y este muy presto señaló:
“Después de 7 u 8 años de sembrada la planta, se deben cortar las pencas y se deja el centro, que es la piña. El tequila se hace con la piña. Todo se lleva a cabo de forma manual por los jimadores, que son los trabajadores de esos cultivos, que incluso tienen un tequila en su honor: Jimador, de la casa José Cuervo”.
Justo cuando terminó su respuesta, pasábamos por la localidad de Arenal - Jalisco, que en la entrada del pueblo exhibe una escultura de la actriz mexicana María Félix. Nos expuso el guía que en los años cincuenta muy poca gente conocía el tequila, pero que con esta actriz hicieron una película en ese lugar, dándole uso a la bebida y eso le dio mucha popularidad en todo el mundo.
Ya para los años ochenta no había tequila, pues era más lo que se pedía que lo que se producía. La cámara reguladora del tequila que nació en esa época, dio la autorización para utilizar en su procesamiento azúcar de caña. 49% de azucares de caña, contra 51% de azucares de agave, con lo cual subió la producción. Por lo anterior existen dos tipo de tequila: El tequila y el tequila 100% de agave. El tequila con mezcla de azucares es el que da guayabo.
Arribamos a una fabrica de tequila en Amatitán, donde además de realizar una cata, nos contaron y mostraron en detalle cada uno de los pasos para su producción. Conocimos que el añejamiento se hace en barricas, y que el tequila blanco no toca las barricas, así como sale de producción se envasa; mientras que los de diferentes matices, los reposados, añejos, extra añejos deben pasar por barricas.
La cata comenzó con una orientación del experto sobre la forma correcta de degustar un tequila: “Antes de tomarlo es necesario percibir el aroma del tequila, y la forma adecuada de olerlo es a la altura de nuestros labios. Después, llevamos el trago a la boca y hacemos un pequeño enjuague de 3 segundos, con suavidad lo balanceamos por todo el paladar. Terminamos el enjuague, tomamos aire por la nariz, tragamos el tequila y el aire lo escaparemos por la boca de un solo golpe, para que los vapores no se vayan a la cabeza, que es lo que nos emborracha. Sí se hace el procedimiento de forma adecuada, el tequila no debería quemar en la garganta al ingerirlo”.
Mientras los probábamos nos hablaba de las diferencias entre los tipos de tequila y justo antes de ingerir cada copa, nuestro catador nos invitaba a decir oraciones de este tipo:
“Señor, tú que eres fuente de bondad, y nosotros tus muchachos, y ya que nos hiciste tan borrachos, hágase tu voluntad. Ave María, yo no quería, y que me regresen como yo venía. Ay Padre nuestro, que bueno está esto, bendito tequila, sagrado alimento, qué haces afuera, vamos pa adentro. Salud”.
O esta otra, que causó gran hilaridad, pues el final de la oración lo completó el auditorio con su creatividad.
“Agua, Agua de las verdes matas, tú me tumbas, tu me matas, tu me haces andar a gatas, pero después de tres tequilas tú me haces abrir…”.
La cata finalizó en un cultivo de agave, el paisaje era una postal. Fue emocionante ver a un jimador en acción y poder entrar en contacto con las plantas.
Seguimos hasta nuestro destino de fondo, la población de Tequila. Una imponente escultura de un jimador nos recibió. Desde ahí, caminamos en busca de la plaza principal.
El lugar nos parecía encantador, como sacado de un cuento fabuloso. Todo el comercio estaba relacionado con el tequila. Reafirmamos que nos encontrábamos en un territorio que funcionaba como alter ego del Macondo de Gabo: Sobrecogedor, con música de mariachis de fondo, con una bella iglesia construida en el sigo XVII que llenaba los ojos y donde con dificultad se apreciaba, en uno de sus costados y por encima de su techo, a varias personas volando. Caminamos hasta la extraña visión y encontramos a un grupo de acróbatas vestidos con coloridos atuendos alusivos a las aves, sujetos a largas cuerdas que amarraban a un tronco o mástil de considerable altura.
Me pareció que jugaban a tocar las nubes del exterior trasero del templo. Después supimos, que se trataba de un popular e histórico ritual realizado por “Los Voladores de Papantla”, también llamados “Pájaros de la Tierra”, para pedir lluvias. Todo tenía el aspecto de ser un capitulo en alta definición de alguna historia de realismo mágico.
De regreso al hotel íbamos absortos por la jornada, algunos dormitaban, otros observaban el paisaje, pero todos nos manteníamos en silencio, incluso nuestro guía y su radio. Cuando llegamos al hotel, el señor Enrique Núñez, nuestro gentil guía a manera de colorario sentenció:
“Recuerden que el mejor tequila es el que nos guste. La calidad no depende de si es blanco, reposado, añejo, extra añejo o cristalino, la calidad de un tequila depende de la calidad de la materia prima, si el agave es de calidad, cualquier tequila es de calidad, se prefiere entonces, el que mas nos guste. Espero hayan disfrutado del tour.”
Ahora, desde la comodidad de mi habitación y aún con el espíritu estimulado por la bebida de agave concluyo, que la magia del tequila no solo está en las sensaciones que produce a quienes lo consumen, está también en las inmensas oportunidades de progreso que genera en un territorio, que a través de este solo producto, se ha sabido potenciar para superar la pobreza y salir adelante.
De la Feria del libro, hablaremos en otra ocasión. ¡Salud!