Hermosa sorpresa: “Los animales líricos” de Luis Alberto Murgas Guerra
El escritor goza de mucho reconocimiento en su departamento y a nivel nacional.
Por Adalberto Bolaño Sandoval
Un gato negro
Sobre el tejado
Su sombra es otra noche
Luis Alberto Murgas
Cuando lees versos como los anteriores, te preguntas por el mundo de las publicaciones poéticas en el Caribe colombiano, y te reafirmas en que es enredado, ambiguo, problemático, de poca y aparente indiscriminada monta (mirándolo desde el interior del país y desde nosotros mismos). Es propio de una nación contradictoria, pues, sin hacer un estudio pormenorizado, los textos publicados son muchos, pero la misma prensa hace el fo, cuando debiera ser el principal medio apoyador.
Para la Costa nuestra del Caribe colombiano se revela un panorama de incomunicación institucional, empresarial, cultural y académico triste y pusilánime, del que solo se “salvan” las reseña-síntesis-publicidad de cualquier libro, especialmente los que no los necesitan, y solo a través de un parrafito de menos de 30 palabras. Y, sí, muchas veces, aparecen entrevistas o “reseñas” de “libros” de personajes reconocidos, que apoyan el crecimiento espiritual o material.
Un síntoma de este desmadre cultural y académico puede observarse en el laborioso texto de José Luis Garcés González “Literatura en el Caribe colombiano, señales de un proceso”, en el que se muestra, en el segundo tomo, parte de las antologías de cuentos y poesía publicadas, y en el que aflora el desconocimiento de ellas, por lo no leídas y, por ello, no reconocidas. ¿Qué se dice de sus autores y de los posibles lectores selectos? Mucho menos. Estos problemas también se deben, además de la falta de apoyo de la prensa mencionada, a muchas revistas que no difunden los saberes y las investigaciones académicas y periodísticas, así como a la mala distribución entre los escritores, y, como complemento obvio, a la propia desaparición de críticos y comentaristas.
Aquellos tiempos de las reseñas, estudios o críticas de 20 o 30 años atrás no volverán, cuando existían suplementos literarios. Son historia Germás Vargas, con su columna diaria “Un día más” de El Heraldo, o la columna “Feedback”, de Carlos J. María, o los comentarios risueños de Ramón Illán Bacca a través de los suplementos de Diario del Caribe, El Heraldo, o hasta El Diario La Libertad. Ellos abrieron las puertas a jóvenes, a escritores en desarrollo o reconocidos, dándoles una palmadita de apoyo. Esos tiempos no retornarán.
Uno de esos departamentos donde se publica, pero se desconocen sus autores y textos es el departamento del Cesar. En Barranquilla o en Cartagena fluye más la información sobre actividades culturales y lanzamientos, pero aun así no es tan relevante. Uno de esos escritores del Cesar que necesita apoyo y difusión es el escritor Luis Alberto Murgas Guerra, autor del epígrafe de este artículo, pues, si aparentemente su obra es escasa, goza de mucho reconocimiento en su departamento y nacionalmente, merced a haber ganado el concurso Relata en el año 2014 con su obra poética “Epifanía de luz”, en la que participaron 138 autores en las modalidades de cuento y poesía de todo el país. Mucho antes, en 1989 y 1992, obtuvo por dos veces el Concurso Departamental de Literatura en poesía.
Luis Alberto publicó también en 1991 el poemario “Errancia del agua”. El libro (y aquí doy los datos que aparecen en el poemario que reseñaremos) “Hojas de Hayo” mereció una Beca de Creación en la Convocatoria Regional de la Costa Caribe de Colcultura. Para el 2008 ganó el Concurso Nacional de Poesía Gustavo Ibarra Merlano, y al año siguiente el II Concurso Regional de Minicuentos Zona Caribe, de Montería. En 2018, entregó a los lectores una plaquette denominado “El oscuro sendero del ombligo”. Y, finalmente, en el 2020, ganó el IV concurso de Departamental de Poesía Corporación Biblioteca Departamental Rafel Carrillo Luquez. En su caso, calidad coincide con ganar concursos. Es un relevante divulgador cultural, pertenece a la red Renata y desde su taller de lectoescritura ha impulsado a varios escritores del Cesar.
De haikús y tankas
En “Animales liricos” (2024) te encuentras con muchas y agradables sorpresas. En primer lugar, el poemario debe mucho a los tanka y haikús japoneses. Recordemos sobre este último que Roland Barthes, cuando regresó de Japón, indicó que "el haiku reproduce el gesto indicativo del niño que muestra con el dedo alguna cosa, diciendo tan solo: ¡esto!, ¡mirá allá!, ¡oh!, ¡ah!". Es un poema de la extrañeza, del estremecimiento, de la sensación, que busca iluminar el instante, constituido por un poema breve de diecisiete sílabas, escrito en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas.
El poema se divide en dos partes: primero una ubicación temporal y espacial: verano, invierno, tierra, aire, en tanto que la última parte debe ser deslumbrante, conteniendo un elemento activo. De modo que esa primera parte es casi enunciativa; mientras que la segunda, debe ser sorpresiva. De este cruce de imágenes, surge del choque entre ambas. Un ejemplo de haikú es el de Kobayashi Issa (1763 – 1828):
Yo nada tengo,
pero gozo de calma,
y del frescor.
Y un ejemplo de tanka, cuya estructura es de cinco versos, distribuidas por sílabas así: 5-7-5-7-7, en este poema de Otomo No Yakamochi (718-785):
En la serena
luz de la primavera
sube una alondra.
El corazón, qué triste,
solo en sus pensamientos.
Al respecto, ha indicado Rolando L. Paciente en su libro “Tanka. Las horas y los días”: “En general, la poesía tanka suele articular sus cinco versos en dos partes; los tres primeros versos pueden conformar una unidad, y los dos versos restantes, podrán corresponder a otra unidad, constituyendo de este modo una estructura binaria, integrada por dos unidades semánticas y sintácticas independientes o interrelacionadas entre sí”.
Muchos de los poemas de Alberto Murgas tienen esas estructuras, pero no el número de sílabas:
La lagartija en el desierto
Es la única rama verde
Que se asoma temblando
En el fuego feroz de la arena
Y pasa veloz (“La lagartija”).
Se trata, obviamente, de seguir ciertos patrones del tanka, pero también de transformar, como lo realiza Murgas en “Erizo para Chantal Maillard”:
Cuando siente
Un peligro
El erizo
Se eriza
Como una hoja de cactus
Erizada de espinas.
Contra la falta de humor de la autora a la que hace el honor, Chantal Maillard, filósofa y poeta objetualista, Murgas introduce ese elemento risueño (en la mayoría de estos poemas), además de la reiteración de sonidos, dando pie a un juego que el idioma español permite jugar con las letras y sonidos de la r, la z y la s.
Con relación, al tanka, leamos un ejemplo doble de Murgas:
Uno
Bajo la luna llena
Siete gatos en uno
La vida del gato y sus sombras
Dos
Un gato negro
Sobre el tejado
Su sombra es otra noche
(“Díptico de gatos para Julio Cortázar”).
Las palabras que podemos aludir a estos poemas son: asombro, sutil sonrisa, ingenio y creatividad.
De casas a cazas de citas e intertextualidades
Otra de las características sobresalientes de “Animales líricos” es su diálogo con otros autores y textos poéticos y narrativos. Sobre ello, en sus propias palabras, en varias entrevistas Luis Alberto Murgas ha indicado: “Yo soy más lector que escritor”, o también: “Para escribir es apremiante leer”, lo cual conlleva una disciplina que la gran mayoría de los autores practican. Ello se observa en este texto comentado, desde un comienzo, así como con los epígrafes con que se inicia el libro (lo cual es normal), pero, sobre todo, posteriormente, con los homenajes a los muchos escritores con que ilumina Murgas sus poemas, dando cuenta de las relaciones intertextuales que elevan esos diálogos literarios.
Mostremos algunos ejemplos: un título-homenaje: “La rana de Kobayashi Issa” (de quien ya pusimos un ejemplo de haikú, arriba). También, extraigamos un fragmento de algunos de sus bellos versos, como cuando el hablante lírico, después de mirar un pequeño jardín, logra: “[…] observar la rana de jade / Con sus ojos abisales / Que nos miran a través de la voz / Secreta del agua”. Se puede concluir que existen allí varios aspectos: un gesto de y con expresión de lo mínimo, de lo minimalista; la recreación del mundo detenido, que agranda los silencios, y que potencia el pequeño jardín donde sucede ese miniretrato lírico, elevando ese pequeño universo a uno más profundo.
Otro ejemplo: el título “Lied para el sapo de Walt Whitman”, que configura dos aciertos: el nombre del poeta norteamericano, y que, al mismo tiempo, lleva un epígrafe del poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar. Relacionamos una parte de estos versos: “La hembra pone una nube de huevos / en los charcos: ciudad de agua”, que representa una nueva re-creación de un mundo tan aparentemente pequeño. Y otro tipo de homenaje, cuando el poema “La lagartija” lo dedica así: “(Desde Rafael Cadena” [sic]).
Recordemos también el poema antes citado: “Díptico de gatos para Julio Cortázar”. Y, finalmente, los casos del poema del sapo de Whitman, y este: “Ciempiés para Dulce María Loynaz”, de cuya cortesía a la escritora cubana Dulce María Loynaz citamos, por lo bello y diciente: “El ciempiés / tranvía sonámbulo de la selva / Casas locas que viajan sin rumbo. / ¿De qué sirven cien pies / Y tan poco camino?”.
Las lecturas e intertextualidades, esas cadenas de citas textuales y de autores, llueven de aquí a allá, y de allá para acá, para convertirse en una nutrida casa de citas. para lo cual hay que seguir una caza continua, y, entre cuyos autores citados y algunos recreados , podemos mencionar solo algunos: Edgar Allan Poe, Eliseo Diego, Robert Musil, Omar Khayyam, Rómulo Bustos, San Francisco de Asís. En fin, el poemario representa un poliédrico espejo, un ancho espejo de mar del que surgen luces cuyas afinidades electivas dialogan hermosamente.
La sinfonía filosófica y ecocrítica
“Animales líricos” se divide en dos partes: la primera, que no tiene nombre alguno, pero del que se podría deducir que es dedicado a animales ovíparos y mamíferos; y el segundo, denominado “Insectario”. A esta primera parte se le podría presuponer como una alabanza a la vida, cuya trascendencia podría incluírsela en una poesía filosófica y ecocrítica. Estas nociones nacen de de las posibles lecturas que puede dar un texto literario, mucho más si este tiene varias capas. En ese sentido, este poemario no tiene la “presunta” ingenuidad que tenían las fábulas de Esopo, Samaniego o de Iriarte. Aquellos escritos germinaban a partir de una enseñanza, consecuente con miradas axiológicas y humanistas.
Ello nos recuerda que cada texto literario nos puede brindar sus propias lecturas críticas, y estos poemas de Alberto Murgas pueden ser interpretados de varias formas, y, entre ellas, al rompe, la de una posible ingenuidad. No obstante, vayamos más allá. Sobre la primera ascendencia señalada antes, la filosófica, observemos lo siguiente en la “La tortuguita filósofa”: “Filósofa del agua: / Piensa, luego llega / El tiempo huye como el agua // Vejez del mundo”. A pesar de la sencillez escritural, aquí se nota la estirpe de los filósofos presocráticos, y que, para el autor, lo retrotraería a sus estudios de Teología desarrollados en Barranquilla, pero que realmente constituyen meditaciones sobre el ser humano y sus raíces temporales, así como las reflexiones que suscita su espiritualidad. El agua es tiempo y vida, que no retorna, para Heráclito, y así mismo, se engarza con el pensamiento de Descartes: piensa, luego llega. Pero también, nos recuerda el tiempo infinitesimal, la lentitud de la tortuga que vence al infinito.
Algo de ello, se destaca, una vez más, entre estos hallazgos asombrosos, en “Lied para el sapo de Walt Whitman”, cuando al final del poema expresa: “Siempre habrá un charco / Con una sinfonía de alabanza / Un solo grito al universo / Todo en uno / La multitud de Dios”. Estos dos últimos versos tienen varios sentidos: una visión redentorista, casi (o mejor) religiosa, una divinización del mundo, un misticismo que recuerda en mucho a Whitman, pero que, al mismo tiempo, dialoga con las preocupaciones ecocríticas que se postulan desde hace treinta años para acá. Recordemos que la visión ecocrítica concluye como un ejercicio de concientización del hablante (del escritor, del hombre) hacia el universo y el peso de su ser frente a los animales y la naturaleza. Al pensar en el agua como corriente de tiempo, de vida, el poeta está pensando también en sí mismo. Y al pensar en los animales, está elucubrando sobre la relevancia de otros seres en el mundo.
Reiteremos entonces que la poesía ecocrítica, en este caso los “Animales líricos”, busca según, lo indica Mauricio Ostria González “representar como un valor la relación del hombre con su medio natural, su lugar, su Oikos”, su hogar, de modo que “se trata, en general, de asumir una perspectiva que recupere la conexión entre la naturaleza y la cultura y que haga visible la materialidad de las interrelaciones e integraciones de los soportes y elementos que aseguran la vida básica del planeta”. Se quiere plantear, a la sazón, una conciencia ecológica o eco-conciencia, pero, a la vez, humanista.
Acerca de ello, leamos el poema “Devolverle la mirada al topo”:
Bajo fuego del cielo habita otro animal
[…]
Cuando el topo abre los ojos para tocar la luz
Se produce un eclipse de arena
En esos precipicios del tiempo
Tal vez todos llevamos un topo por dentro.
Allí no solo existe una preocupación por el “otro” ser, por el animal. Se quiere reiterar varias relaciones: primero, el nexo entre literatura y naturaleza, y en la que el ser humano encuentre en la escritura el punto de reflexión profundo y ejemplificante (no hablemos de mensaje, estrictamente), y, consecuente con ella, a darle nuevamente a su hábitat la relevancia que necesita. Así mismo, si bien el hombre se encontraría en un nuevo lugar, a los animales se les daría una dimensión de seres sintientes, y, mucho más, ante la misma perspectiva arrasadora de este mismo hombre.
Cuando se piensa en ello, cuando se piensa la relación hombre-topo (“Tal vez todos llevamos un topo por dentro”), retomaríamos las palabras de Ostria González: “Se trata de una conexión que permita conjugar el mundo exterior, mítico y sagrado de la naturaleza con la subjetividad y el mundo social”. Para un estudioso como Glen Love, esta preocupación linda con una nueva ética y una nueva estética, una mirada ecológica que articula una ética política. El hombre político-animal sintiente prolongan una analogía que va más allá de la naturaleza, una conjunción, pues en este poema se muestra dicha preocupación, y antes que (o paralelo con él) un linaje vinculante, una evidente prosapia ecocrítica.
Allí el topo no solo representa la oscuridad del hombre, el “eclipse de arena” en que vive, sino también los “precipicios del tiempo” y muchos símbolos más: “cielo de fuego”, sombras, que seguramente en la búsqueda de “tocar la luz” requiere de un diálogo con el hombre, con el paisaje y con lo místico. Se quiere convocar una mirada más compasiva, más humana y espiritual y ambientalista o ecocrítica por los animales y su heredad en la tierra, como, posiblemente, se espera del hombre.
Finalicemos, después de estas disquisiciones un poco sesudas, con la segunda parte del poemario, llamada “Insectario”, en la que estos seres adquieren una dimensión más alta, una dimensión, que, al igual que la primera parte, resulta mitificadora: aun los entes más pequeños merecen una dedicatoria, destacarse, redimensionarlos, como este haikú que revela la sabiduría con aparente sencillez que Luis Alberto Murgas imprime en “Jaikáis a la mariapalito”: “Una rama / Seca pensé /No, una mariapalito”.
Este poemario guarda sorpresas, elipsis, silencios que prolongan un universo tan discreto como escondido y ruidoso a la vez. Celebra el mundo de la naturaleza, que ha sido otra vez penetrado por la luz de la palabra alada, ampliado por el asombro poético, y cruzado con el espíritu humanista.