Poster de la serie de 'Cien años de Soledad'.
Poster de la serie de 'Cien años de Soledad'.
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Netflix

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“Cien años de soledad”, de la novela a la serie: una guía

Una historia cinematográfica con serios problemas.

Por Adalberto Bolaño Sandoval

La reciente puesta en escena de la primera parte de “Cien años de soledad” ha conllevado, como siempre, sus dimes y diretes, entre los que están a favor y los que están en contra. Los primeros elogian el desarrollo de la novela mediante el medio audiovisual. Los segundos llevan a desdecir sobre esta versión, incluso a censurarla. De todos modos, no repetiré esas voces en pro o las desavenencias concurrentes. Pero digamos que esas controversias son normales y lícitas, pues la pregunta de siempre es obvia: ¿cómo llevar a cabo felizmente a un autor clásico a película, a televisión o una serie en streaming con una obra que representa su mejor novela y una de las grandes en el mundo? 

Y surge la pregunta porque la mala suerte ha perseguido a Gabriel García Márquez al poner muchas de sus novelas y cuentos en pantalla: recordemos que, en 1965, en México, se escenificó “En este pueblo no hay ladrones”, dirigida por el mexicano Alberto Isaac, que contó como actores, entre otros, a una nómina relevante: Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Luis Buñuel y Leonora Carrington, mostrando un aporte regular en sus calidades cinematográficas. Esa mala suerte cambió mucho cuando García Márquez escribió el guión de “Tiempo de morir” (inicialmente llamada “El charro”), con diálogos de Carlos Fuentes, y dirigida por un veinteañero Arturo Ripstein, para el año 1966, logrando una buena y exitosa cinta, bajo cierta mirada de western. Quizá de sus novelas mejor llevadas a cabo a la pantalla pequeña fue la serie nacida y con título homólogo, “La mala hora”, en Colombia, en 1976, dirigida por Bernardo Romero Pereiro y protagonizada por Frank Ramírez, Álvaro Ruiz, Alí Humar, entre otros, con dirección y actuaciones impecables. Y cuya trama gira alrededor de los compases de la herencia de la violencia de los años 40 y 50 en Colombia.

En 1979, se adaptó, con poca aceptación, el cuento “La viuda de Montiel”, de “Los funerales de la Mamá Grande”, merced a una coproducción entre Chile, Cuba y México, con la dirección del chileno Miguel Littín. Más tarde, en 1983, el brasileño Ruy Guerra dirigió “Eréndira”, ambas producciones consideradas “flojas”, a pesar del guión, este último, escrito entre Guerra y el propio García Márquez. Cuatro años después, el italiano Francesco Rossi dirige “Crónica de una muerte anunciada”, cuyo trabajo se pierde al contar con poca agilidad narrativa y con un desarrollo plano, a pesar de la propia agilidad de la novela. Y a pesar del elenco: Rupert Everet (Bayardo), Ornella Muti (Ángela), Antony Delon (Santiago), Lucía Bosé (madre de Santiago) e Irene Papas (madre de Ángela). Fíjense que ya comienzo a hablar de las obras literarias, solo tal vez por mencionar  la poca fuerza de  la cinta mencionada.

Para 1999, el director mexicano Arturo Ripstein, con el guión de Paz Alicia Garciadiego, filma “El coronel no tiene quien le escriba”.  Es una versión que desarrolla una cosmovisión dramática del coronel, que espera una pensión del estado. No obstante, la cinta no recoge la tensión, la complejidad ni los personajes de la obra original. Ahí sí estoy comparando ambos medios: cine y literatura. Más tarde, en el año 2007 es llevada a escena “El amor en los tiempos del cólera”, dirigida por el inglés Mike Newell (“La máscara de hierro”, “Cuatro bodas y un funeral”, “Harry Potter y el cáliz de oro”, entre otros), lo cual brindaba garantías de calidad, como lo consiguió parcialmente. Seguidamente, en “Del amor y otros demonios”, con dirección de la costarricense Hilda Hidalgo, en el 2009, representa la historia de Sierva María de los Ángeles, quien es mordida por un perro con mal de rabia, y llega a enamorarse del sacerdote Cayetano Delaura, durante el siglo XIII. No tuvo las calidades requeridas.

El escritor Gabriel García Márquez.

Ya en el 2012, “Memoria de mis putas tristes” es realizada por el danés Hennis Carlsen, con guión de Jean Claude Charriére, obteniendo, por esta colaboración, el Premio Especial del Jurado Joven a la Mejor Película en la 15ª edición del Festival de Málaga. Finalmente, en 2022, dirigida por Andrés Wood y con la producción de Rodrigo García Barcha, se edita la miniserie “Noticia de un secuestro”, sobre los 10 colombianos secuestrados por Pablo Escobar, y con un elenco de actores colombianos. Esta realización enfatiza, más que todo, en la vida de Maruja Pachón y Alberto Villamizar, ocupándose un poco de Diana Turbay, la hija periodista del expresidente de la República, Julio César Turbay Ayala. La cinta desdeña retratar o ahondar en la vida de los otros siete secuestrados por Pablo Escobar, así como no contextualiza la grave situación colombiana del momento.

De la letra a lo audiovisual

Adaptar obras literarias al cine o cualquier medio audiovisual no es nuevo: la primera fue “La cenicienta”, dirigida por Georges Meliês, en 1899. Los tres elementos más relevantes para llevar a cabo estas adaptaciones, son, supuestamente: a) la fidelidad o  libertad al texto escrito, aunque las historias del cine y la televisión han demostrado lo contrario, y, con ello, b) presentar una buena síntesis de dicho texto literario, y c) procurar una excelente traducción, lo cual no se ha dado muchas (generalmente) veces, aunque este último encierre los primeros direccionamientos. Estas tres consideraciones debieran ir juntas, bien integradas, pues de la obra escrita a la audiovisual distan muchas diferencias, aunque ambas se sostengan por el arte de contar que deben tener. Entre estos elementos, se debiera saber narrar lo que indica el guión ( si es bueno, sobre todo), que debe estar bien escrito y bien transpuesto escénicamente por sus actores y los escenarios escogidos, bajo un ejercicio de verosimilitud en relación con su tipología: fantástica, ciencia ficción, histórica, etc. 

Pese a lo anterior, trasponer una obra literaria a cine, televisión, streaming (combinación de ambos) o teatro conlleva significativas transformaciones. Aclaremos: no existe obra literaria adaptada de manera fidedigna, sí muchas adaptaciones fieles y las libres. “Cien años de soledad” pertenece a una obra adaptada con fidelidad, al ser recreada en sus puntos argumentales básicos. Recordemos que la obra escrita (ficción o no) se caracteriza por varios elementos, que se anotan aquí de manera desorganizada e incompleta: a) narra situaciones en las que se sumergen personajes mediante un tiempo, una historia y un determinado narrador, b) genera un conflicto y una historia atrayente, en un escenario o escenarios determinados. Y, en concordancia, c) reproduce los universos ficticios y atmósferas distintivas en correlación con las cosmovisiones de los personajes, y, d) deciden el director y el guionista (y hasta el productor) qué tanto se pueden tomar libertades con relación a la obra original, según rezan los cánones establecidos. 

Libro de 'Cien años de Soledad'.

Un aspecto súper valioso y que, para los casos literario, cinematográfico y dramatúrgico no señalan estos mismos direccionamientos, es que, en cada obra, la imaginación del autor es la norma por excelencia, así como su encuadramiento narrativo mediante la palabra ficcionalizada, pero, mucho más significativo, es la originalidad, cuyos determinantes son la calidad en la creación de los personajes, de la disposición de la escritura, en fin, el estilo, los que deben sobreabundar en el mismo texto. 

Pero he ahí que comienzan los cambios y diferencias, pues la calidad en el cine tiene que ver sobre cómo se cuenta una historia desde lo visual: cómo se afronta la historia, qué se hace con la fotografía, iluminación, tono, color, sonido, movimiento, cómo se enfoca la actuación de los personajes, dónde se ponen los matices, etc.  Y otra más: se diferencian en la técnica. Y ya traducido al cine el texto literario mediante el guión, el director puede hacer énfasis en la historia, en los personajes y/o los escenarios, en correspondencia con sus objetivos narrativos y cinematográficos, especialmente en los dos primeros aspectos. Y otro aspecto más: recordemos que el tiempo de exposición narrativo del cine es mucho menor que el del texto escrito. Leamos textualmente lo que plantea Robert  McKee en su muy reconocido “El guion: sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones”: “la única forma de intentar que un libreto tenga el impacto deseado se basa en la planificación de la trama, en distinguir qué personajes y qué eventos se llevarán a cabo en el transcurso de la historia y qué mensaje se quiere transmitir al final al espectador […] En un libro, el escritor ya da a conocer el conflicto a suceder, por ello, solo se debe repasar detenidamente la forma de contar los hechos visualmente”.

Y, por último, el director. Al igual que en la literatura y en otras artes, habrá grandes directores, los integrales, los artesanos, de aventuras, best sellers, de calidades medianas y superficiales, de allí que los grandes aportes, acompañados de la mano de guionistas, puedan guardar cualidades parecidas al del director. Muchas veces, un buen director puede echar a perder un buen guión, o al revés. O, incluso, los mismos actores. O el guionista. Generalmente, los esfuerzos no logran combinarse entre todos. O existen algunos cineastas que logran salvar el mal paso. 

“Cien años de soledad”, la serie

Teniendo en cuenta lo anterior, al ser muchas veces inadaptable de manera ideal la  literatura al cine y al revés, adoptemos lo que algunos analistas proponen, de manera ideal, acerca de lo que “debiera” tener una cinta: 

- La “reescritura” de una obra literaria no puede transcribir el estilo de la escrita. Por ejemplo, cuando la primera escena de la serie comenzó, yo me preguntaba: ¿cómo hará la directora o el director, en este caso, el de los tres primeros capítulos, Alex García López, con la célebre frase: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.  Imaginé que se podría hacer igual, pero hete aquí que el director dividió la escena en tres partes, sin el mismo orden.  Y entonces dije: ya sé a qué atenerme: habrá más realismo y reajuste de la magia y la fantasía en aras de la imagen. 

Poster de la serie.

Y, en ese sentido, las escenas de “la peste del insomnio” y más tarde “del olvido” son escenificadas más amplia y fuertemente, presentándolas mediante diferentes violencias a consecuencia de esas enfermedades, pues las esposas olvidan quiénes son sus esposos, las madres olvidan a sus hijos, hermanos a hermanos, entrando a un caos no solo individual, familiar y social.

A este respecto, entra el siguiente punto: 

-Buscar transformaciones y eliminaciones que desemboquen en mutaciones indispensables para la adaptación. En la serie son muchas las reelaboraciones y ampliaciones: por ejemplo, la aparición de los gitanos tiene mayores desarrollos, pues lo visual es lo que debe significar mucho más que lo expositivo, lo explicado más que lo resumido. Otro más: la apertura a la violencia con la segunda intrusión del ejército conservador y la detención de los rebeldes, deteniendo, entre esos, al médico homeópata y la posterior detención y muerte de Arcadio. Y, así mismo, la integración y posteriores enfrentamientos entre Aureliano Buendía contra los ejércitos. 

Estas  metamorfosis entre los personajes desemboca en el siguiente punto:

-Recordemos que en el formato cine (pocas veces en series) existe la posibilidad de excluir personajes o darle mayor protagonismo. Otro ejemplo: el personaje de Rebeca cobra un inusitado protagonismo, como el de Arcadio, pue dictan nuevas y profundas presencias en la trama de la serie. Lo anterior, prevé lo siguiente: 

-Trabajar a favor de los conflictos, giro y sorpresas de la trama y del drama. “Cien años de soledad”, la novela, expone una inusitada agilidad de crónica mediante una exposición efectiva, rutilante. En la serie, se adopta cierta lentitud, especialmente en los dos primeros capítulos, pero esto se debe a que representan una especie de Génesis, para ubicar a los espectadores sobre lo colectivo de los emigrantes y su posterior asentamiento, y, más específicamente, en los Buendía. Se puede decir que esa agilidad y enfoque hacen parte las transformaciones, de la que surge una cierta vivacidad desde el capítulo tercero, que se acelerará con nuevos personajes (el corregidor, en este caso, y luego sus hijas, en su segunda oportunidad). Para darle mayor velocidad a la serie, el director apeló a los movimientos de otros migrantes,  con la llegada de los gitanos, así como la introducción de la “peste del olvido”. 

Escena de la serie.

-Hay algo que los espectadores de la serie echan de menos: la retórica, la belleza literaria de la novela, su virtud metafórica, el juego del tiempo, la complejidad discursiva, las metáforas, las analogías, la ironía, los paralelismos, las paradojas, entre otras figuras literarias. Pero esta retórica, en muchos momentos, deben ser reemplazadas por encuadres, luces, o música: se trata de trabajar en la narratividad audiovisual y ser concretos, concisos, en este caso. Todo debe ser escenificado en aras de mantener la historia “viva”, ágil, cuando se necesite, enfocada hacia el sentido audiovisual y no mediante la palabra jugosa que apunta a la descripción, la exposición.

 Y uno de estos aspectos, se alía con el siguiente punto: 

-Se trata, también, de trabajar la imagen y la fotografía, las cuales cuentan, entre otras,  los sentimientos de los protagonistas y dramatizan sus ires y venires. Válgase destacar la fotografía inicial, la de la presentación de la serie, representando la soledad y la destrucción, así como la desesperanzada imagen de esa mujer que ya se encuentra a bordo de desaparecer, antes del viento cataclísmico que borrará a Macondo.  Otra muestra de esa excelencia cinematográfica es el sueño de Remedios, cuando, en una tina, en medio de un riachuelo, comienza a brotar sangre, anuncio de su primera menstruación. 

Otra de esas escenas relevantes es el sueño de Aureliano durante la guerra, y su encuentro con su padre, José Arcadio, como una especie de salvación a su extravío verdadero en los pantanos donde comenzara Macondo y su sueño fundacional. Realidad y sueño se fundieron. O la muerte de José Arcadio, a través de diferentes instancias y espacios, antes de llegar a la muerte, y encontrarse con Melquíades y José Prudencio Aguilar. Y finalmente, la lluvia de flores amarillas para despedir a José Arcadio.

 Se quiere, en este sentido, en pro de la creación de los ambientes y momentos dramáticos,  mostrar los factores emocionales y visuales, para mantener la atención del espectador, de lo que resulta  una fotografía hermosa, en los momentos mencionados. 

-Mantener la historia original, pero habida cuenta de su fidelidad, quedan muchas situaciones y escenas por fuera. No obstante, se requiere que la historia y la complejidad de ese cosmos literario sea explicado claramente, para lo cual “Cien años de soledad” transmite una identidad y unidad narrativa, yendo de manera progresiva en desarrollar inicialmente la historia de los emigrantes hasta culminar en la de los Buendía, luego deriva hacia lo colectivo del pueblo durante la peste del insomnio y la llegada del corregidor, para enfocarse hacia las relaciones amorosas de Aureliano, Rebeca y posteriormente José Arcadio.  Es un vaivén narrativo entre lo familiar, lo personal y lo colectivo, guardando cierto equilibrio expresivo, como en los ocho capítulos hasta ahora presentados.

Grabación de la serie.

Lo que ha pasado con la serie “Cien años de soledad”, dirigida por Alex García López (capítulos 1, 2, 3, 7 y 8) y Laura Mora (4, 5 y 6) es la contradicción más diciente de estos dos géneros comunicativos: lo audiovisual y lo novelístico. En lo fundamental, las críticas a la serie se sustentan en lo que manifiestan algunos teóricos de la adaptación como Christian Metz o McKee en lo referente a la necesidad de revisar minuciosamente el texto original para que cuando se realice la adaptación se conserve la viva voz y escritura  del autor, aunque el guionista decida hacer ciertos cambios que considere que beneficien la trama. Es lo que han hecho los dos directores y los guionistas: revisar, adaptar, transmutar, contar. 

Era obvio, entonces, que el lenguaje metafórico, la creatividad excelsa del lenguaje y muchas escenas donde GGM da luz y gloria a la literatura, no se llevaran a cabo en la adaptación de la serie. En esta se observa una puesta en escena sobria, lineal, con algunos flashbacks, que ya, de hecho, eliminan el “ritornello” literario de “Muchos años después” o “Muchos años más tarde”,  abriendo el compás hacia una narración más ágil. Destaquemos que el narrador de la serie busca contextualizar, promover y recordar muchos fragmentos del texto original.

Llama la atención la importancia que se le da a la Historia, con las escenificaciones de la guerra entre liberales y conservadores, luego entre los mismos liberales (los combatientes y políticos). Igualmente relevante la aparición de Arcadio transformado en un “dictadorcito”, dibujando sutilmente lo que la obra auténtica no quiso decir. Se observa, entonces, una transformación de la serie: del mito fundacional de Macondo, del Génesis, a la Historia, de la huida de los Buendía, encabezado por José Arcadio y Úrsula y otras familias, como una especie de Moisés, hasta enfrentar sus descendientes no solo los hilos del poder, sino la propia madeja que García Márquez buscó mostrar en su obra maestra.

Finalmente, la pregunta persiste: ¿se está  desarrollando “Cien años de soledad”, la novela, según los parámetros de la originalidad que pide un sector, o continúa como una buena o adaptación? Los caminos están trazados, los enfoques también: esperemos la segunda parte, para saber si la narración de la serie continúa con la contienda de los que están a favor y de los que están contra. ¿Quién tiene la razón?

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