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La Sonora Matancera, a dos años del siglo de su fundación

Casi un centenario -98 años, para ser más exacto- tiene la Sonora Matancera de haber sido fundada. 

“La madre de los ritmos de la música afrocaribeña”, como la definió el ‘Pollo Barranquillero’, Nelson Pinedo, cuando lo entrevisté en Caracas, en septiembre de 2006 para el libro que sobre su vida me publicaría la Editorial La Iguana Ciega en diciembre de ese año, es ciertamente la más popular de las agrupaciones formadas en Cuba.

Su historia comenzó a redactarse el 12 de enero de 1924 en el populoso barrio Ojo de Agua, de Matanzas, capital de la provincia del mismo nombre. 

En una casa situada en la calle Salamanca, entre Jovellanos y Ayuntamiento, Valentín Cané, mulato de mucha simpatía, ejecutor del tres, instrumento derivado de la guitarra, se reunió con varios amigos músicos para darle nacimiento a un relevante proyecto artístico.

A la reunión convocada por Valentín asistieron el timbalero Manuel Sánchez, apodado ‘Jimagua’; el ejecutante del cornetín Ismael Goberna; los guitarristas Domingo Medina, Juan Bautista Llopis, José Manuel Valera y Julio Govín. Completó la lista de invitados el infaltable Pablo ‘Bubú’ Vásquez, que tocaba el bajo. Como cantantes fungían Valera y Llopis.

“Amenizaremos las festividades políticas del partido Liberal, y seremos un conjunto que no pasará inadvertido”... La propuesta de Valentín Cané, acogida de inmediato, no tardó en cobrar vida. La colectividad conformada por ocho músicos pasó a llamarse, desde entonces, Tuna Liberal, en honor al partido político al que pertenecía don Juan Gronlier Zardiñas, a la sazón gobernador de Matanzas, provincia dividida en 22 municipios.

Dos años después de su fundación, los guitarristas Domingo Medina, Juan Bautista Llopis y Julio Govín, decidieron ‘abrir tolda aparte’, aduciendo distintas causas de índole personal. Con intervalo de semanas ingresaron, primero, el cantante Eugenio Pérez y más tarde Carlos Manuel Díaz Alonso, llamado con cariño ‘Caíto’, un humilde pescador, maraquero y también cantante. Al poco tiempo del arribo de este último, los músicos analizaron la propuesta musical del conjunto y la situación política que en esos momentos vivía la isla. Coligieron que había incompatibilidad y determinaron cambiar de nombre.

Surgió, así, el Sexteto Soprano.

Ante la deserción de tres de los cuatro instrumentistas de cuerda, ‘Caíto’ propuso la inclusión de un nuevo guitarrista: el tabernero Rogelio Martínez Díaz, también matancero como ellos, nacido el 7 de septiembre de 1905.

A los pocos días de la incorporación de Rogelio Martínez, el sexteto de ocho integrantes cambió otra vez de nombre: Estudiantina Sonora Matancera. A finales de 1926 el cantante Eugenio Pérez abandonó la agrupación para enrolarse al Sexteto Matancero del tresero, compositor y líder vocalista Isaac Oviedo.

El historiador Helio Orovio, en su libro ‘Diccionario de la música cubana’ (Editorial Letras Cubanas), señala que “tras haber adquirido resonancia y prestigio en su provincia de origen, la Estudiantina se trasladó a La Habana el 12 de enero de 1927 en busca de la consagración nacional. Viajaron siete músicos encabezados por su director y generador de ideas, Valentín Cané”.

Cubrieron en una ‘guagua’, que es como se le denomina a los buses en gran parte de las Antillas, los 90 kilómetros que distancian a Matanzas de la capital de Cuba.

La Sonora Matancera

Tras presentarse en el Teatro Alhambra y en otros centros nocturnos, la Estudiantina debutó en el acetato el 12 de enero de 1928. Ese día grabó para la casa Víctor dos discos de 78 revoluciones por minuto, cada uno con dos cortes. La casa Víctor aún no había instituido sus vínculos comerciales con la RCA.

Los temas publicados, en su respectivo orden, fueron ‘El porqué de tus ojos’, de Valentín Cané; ‘Eres bella como el sol’, de Ismael Goberna; ‘Fuera, fuera chino’, y ‘Cotorrita’, de José Manuel Valera. Ese mismo mes grabaron otros cuatro temas en dos sencillos.

El final de la Estudiantina Sonora Matancera se dio en 1930 para darle paso al definitivo nombre de la agrupación. En adelante, y hasta siempre, sería conocida como la Sonora Matancera. En 1932 Rogelio Martínez asumiría la dirección. En ese cargo estuvo hasta su muerte, el 13 de mayo de 2001.

En Cuba hubo mejores orquestas, pero ninguna logró mayor popularidad y penetración en otros países como la Sonora.

Basta enunciar las estadísticas (año de su fundación, número de grabaciones, programas de radio, etcétera), y escuchar solo algunas canciones para comprobar que no hay exageración ninguna cuando se le asigna a La Sonora Matancera el calificativo de Decano de los Conjuntos Cubanos.

Más de cuatro mil temas grabados y cualquier cantidad de acetatos y discos compactos publicados, reafirman lo dicho y ubican a La Sonora en un pedestal inamovible.

Por sus filas pasaron 47 cantantes de nueve nacionalidades. De ellos, 26 cubanos, 11 puertorriqueños, 2 argentinos, 2 mexicanos, un dominicano, un venezolano, un uruguayo, una haitiana, y 2 colombianos: el barranquillero Nelson Pinedo y la cartagenera Gladys Julio.

De las voces de la Sonora de gran impacto internacional sobresalen los nombres de los boricuas Daniel Santos, Bobby Capó, Myrta Silva y Carmen Delia Dipiní; los cubanos Bienvenido Granda, Miguelito y Vicentico Valdés, Celio González y Celia Cruz; el dominicano Alberto Beltrán; los argentinos Leo

Marini y Carlos Argentino, y el venezolano Víctor Piñero.

La época de oro de la Sonora comprendió entre 1948 y 1959, año este último en que triunfó la Revolución y por el cambio de régimen político-social obligó la emigración y exilio de diversos artistas. En esa endécada, el grupo base estuvo conformado así: Rogelio Martínez, director; Lino Frías, piano;

Calixto Leycea y Pedro Night, primera y segunda  trompetas; bajo, Elpidio Vásquez; José Rosario Chávez ‘Manteca’, timbales; reemplazado por Ángel Alfonso Furias ‘Yiyo’; Carlos Díaz ‘Caito’, maracas y coro; cantante de planta; Bienvenido Granda, remplazado por Laito, y este, a su vez, por Celio González. Las grabaciones de la Sonora fueron en los sellos Panart, Cafamo, Ansonia, Stinson, RCA Víctor y, finalmente, Seeco, de Nueva York, con la que Rogelio Martínez firmó un contrato de exclusividad en 1950, que se prolongó por varios años, y contribuyó a la popularidad de la colectividad musical en diversos países.

Eternizada en los corazones de muchísimos latinoamericanos está la Sonora Matancera. Todavía, sus boleros enternecen y sus guarachas, chachachás y guaguancós incitan al baile…