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La reforma como instrumento de cambio

El papel de la reforma, en el campo de los problemas sociales, ha sido fuertemente criticado por aquellos que participan de la idea de la revolución violenta. Quienes creen que la sociedad solo puede cambiar mediante la violencia y la dictadura ven a la reforma como una traición.

Pero la reforma ha sido fundamental en los procesos de cambio que ha experimentado el planeta en los últimos tiempos, tanto en el plano público como en el privado. Si se la excluye, la sociedad permanecería estancada, sin movimiento hacia adelante, sin mejoras sustanciales.

Los cambios en la tecnología, en la ciencia, que influyen sobre los procesos productivos o sobre instituciones de beneficio común se han dado mediante reformas, a veces muy profundas, que tienen en cuenta las tradiciones y las rupturas operadas en las secuencias científico-tecnológicas.

Esto explica el gran adelanto experimentado por la humanidad en el tratamiento de las enfermedades y en los medicamentos, así como en las instituciones desarrolladas para lidiar con las dolencias. Los cambios graduales en todos los planos en esta materia fueron reproducidos o asimilados por muchos países, adquiriendo una presencia mundial.

Un ejemplo típico de este fenómeno es el ocurrido con las vacunas. El avance en la investigación científica y en los procedimientos tecnológicos han permitido meter en cintura a enfermedades con potencial pandémico que antes devastaban a la población. Esto ha tenido un impacto social indudable.

Otro ejemplo es el conjunto de reformas en los procesos económicos que han facilitado la producción de bienes y servicios para mejorar la calidad de vida de la gente. La producción en serie y la integración de los adelantos científicos a esta están en la base de la generación de una serie de bienes que han contribuido a mejorar la calidad de vida de la gente.

Aquí cabe mencionar no solo los vehículos de transporte terrestre y aéreo o la maquinaria para el campo, sino los televisores, los celulares, los computadores o Internet, entre otros, que han impactado positivamente el nivel y la calidad de vida de las mayorías.

Mediante esos cambios graduales, en que la reforma resulta esencial, se ha logrado crear otro mundo, no tan limitado y feroz como el del siglo XIX o el de tiempos anteriores. La reforma fue la nota destacada en ese proceso que nos trajo hasta el siglo XXI, con todos sus problemas y contradicciones.

Partiendo de ciertas condiciones, la reforma resulta obvia para cambiar positivamente un estado de cosas. Pero deben tenerse en cuenta ciertos criterios elementales. Uno de ellos es el de la historia de los procesos.

Por ejemplo, en el caso de la reforma de las institucionales estatales que impactan a la población mayoritaria es obligatorio no repetir errores por causa de la ideología, de la ignorancia o de la simple buena fe. Aunque se quiera acertar, a veces las estrategias aplicadas provocan un efecto contrario, casi catastrófico.

Colombia ha padecido terribles consecuencias en el sistema de salud y en otros servicios públicos por reformas mal hechas o de talante perverso. La creación del Instituto de Seguros Sociales fue saludada como una especie de panacea social por sus gestores. Pero ese modelo colapsó por la acción destructiva de los politiqueros y los clientelistas de todos los orígenes.

Lo cual enseña que nada garantiza que lo público, solo por serlo, debe funcionar bien. Es necesario adecuar eficientes instrumentos de vigilancia y control y efectivos filtros en el sistema para evitar que los demagogos, los oportunistas y los politiqueros se lo tomen y lo hagan colapsar.

Conociendo la historia de las instituciones nacionales y las taras de los partidos políticos es difícil vaticinar que un servicio de salud público funcione bien aquí. El gran riesgo está en que las instancias del Estado se utilizan como un medio para garantizar la gobernabilidad, sin pensar demasiado en la eficiencia o en el manejo sano de sus finanzas.

Estas no son simples palabras. Empresas estatales de telefonía, de agua potable o de otros renglones de impacto social han desaparecido por la acción de la politiquería y el clientelismo, que destrozaron su función social, como ocurrió con la Telefónica o las Empresas Públicas Municipales en Barranquilla.

En otras ciudades del país ocurrió un fenómeno similar, causado por el cáncer de la politiquería y el clientelismo de los grupos que hicieron del Estado su fortín, y por el desgreño que provoca su accionar, más centrado en la construcción de una hegemonía política que en la calidad del servicio ofrecido a la población.

Si no se tiene en cuenta la historia de los servicios públicos en Colombia lo más seguro es que, más allá de la buena fe, se repitan los mismos errores del pasado. El gran reto del gobierno no consiste solo en volver público lo privatizado (o lo mixto), sino en morigerar o meter en cintura el hambre de puestos de sus aliados para evitar que la conversión no sea otra crónica de una muerte anunciada.

Si se repite el viacrucis del servicio de salud en el país, por dejar a un lado lo histórico y lo técnico, el principal damnificado será el pueblo colombiano, que otra vez caerá en el hoyo negro de la ineficiencia y la politiquería.  Y la responsabilidad completa de este funesto hecho será del actual gobierno.

Tampoco es posible pedir una profundización de la privatización (o del modelo mixto) porque esta alternativa también reveló múltiples problemas, entre los cuales el más importante es el de la corrupción prohijada por el hambre de ganancia de los accionistas o propietarios, en contubernio con funcionarios del Estado.

Según los expertos, hay instituciones del modelo mixto que lo han hecho bien en tanto que otras han fracasado. Habría que ver con lupa esas situaciones y su tradición de eficiencia, antes de proceder a la aplicación de una reforma que podría convertirse en un gran salto al vacío.

Mezclar lo público con lo privado no es pecaminoso, sobre todo si está en juego la salud de las mayorías. Una reforma que ataque los defectos del actual sistema y que profundice el control del Estado para mejorar las cosas, apoyándose en los privados si es necesario, es lo que parece pedir la situación actual.

Nacionalizarlo todo, en un contexto tan politizado como el nuestro, podría convertirse en un remedio peor que la enfermedad. Una reforma de este tipo sería una especie de regreso al pasado y a sus funestas secuelas. Quien no tiene en cuenta la historia, o la desdeña, puede recibir castigos muy fuertes, sin duda alguna.

Seguro Social de Los Andes