La maldición de Medusa
Dice la mitología griega, que Medusa era una criatura telúrica que convertía en piedra a todos los que la miraban fijamente a los ojos. La serie recientemente lanzada por Netflix y que se llama igual que el mítico monstruo, tiene el mismo poder. Vi los dos primeros capítulos y me empecé a sentir petrificado, así que la abandoné antes de que fuera demasiado tarde para mí.
Mis opiniones al respecto -que son eso, opiniones- provienen de mi doble condición de cineasta y costeño. Y es por eso, más que por la astuta campaña de promoción, que me pareció mejor que la serie misma, que me senté juiciosamente a verla, así como me siento a ver todas las producciones audiovisuales nacionales de formato corto, con el profundo deseo de que sean realmente maravillosas y exitosas. Medusa, tal vez, se convierta en un éxito algorítmico, pero a mi juicio, es más de lo mismo: clichés audiovisuales y culturales por doquier.
La primera pregunta que me hago en este caso y en muchos otros, es: ¿cómo se hace tanta cosa mala con gente buena y talentosa?. Es decir, la gran mayoría de los profesionales que crean y realizan, muchos de nuestros productos televisivos, son maravillosos. Y sin embargo, gran parte de los resultados son pobres. ¿Por qué?. La respuesta, creo yo, es que todo lo que hacemos, todo lo que aprueban las plataformas y canales de televisión, todo lo que consumimos y a lo que nos hemos acostumbrado durante décadas, son “culebrones”. Melodramas predecibles y exacerbados, hasta la caricatura, que poseen una pátina predeterminada, perpetua e imposible de remover.
Es indudable que esa es una realidad latinoamericana y no solamente colombiana. El melodrama está en nuestro ADN cultural y ha sido nuestro principal producto audiovisual de exportación. Igualmente, el género permea, usualmente de maneras más sofisticadas, gran parte de los contenidos audiovisuales del mundo. Pero una cosa es el melodrama y otra el “culebrón”, su descendiente más burdo y menos aventajado.
En ese orden de ideas, vemos cómo las ideas más prometedoras que surgen en nuestra industria, nunca reciben luz verde o en su defecto, terminan adaptadas al mundo de la telenovela, con todo lo que eso implica, dramatúrgica, estética y actoralmente. El sistema internacional audiovisual, por lo menos en su faceta más comercial, espera siempre de nosotros “culebrones” puros y duros. Nos permiten juguetear con otros géneros, asomarnos a otras realidades, pero en últimas, casi todas nuestras series, esas que se disfrazan con el ropaje del cine, no son más que telenovelas glorificadas.
Ahora, hablaré como costeño. ¿Hasta cuándo el imaginario audiovisual del caribe colombiano será construido desde el mundo andino?. Llevamos cuarenta años viendo, de manera impasible, cómo se instala en nuestra cultura nacional una mirada fallida y estereotipada de nuestra región, quizás no errónea en su totalidad, pero con seguridad bastante incompleta, pobre y estigmatizante. El universo de personajes de Medusa oscila entre ricos frívolos y perezosos, vestidos como invitados a matrimonio en Cartagena, y pobres de camisas coloridas que toman cerveza todo el día, comen butifarra y tiran “mondá” cada dos frases. De ambos hay bastantes, por supuesto. Pero tenemos mucho más, somos más que eso. Y lo más triste es que nos gusta tanto el papel de parientes desabrochados y exóticos de la gran familia colombiana, que inclusive, desde nuestras propias entrañas televisivas regionales, reproducimos permanentemente el cliché, a la espera del aplauso validador de la gran galería nacional.
Imagino que a estas alturas, gran parte de Colombia ya debe estar petrificada, víctima de los encantos de Medusa o por lo menos, de la curiosidad generada por el señor Abelardo. Seguro vendrá una segunda temporada y la caja registradora de muchos estará llena. Profesionales increíbles que luchan a brazo partido todo el año en una industria dura e inestable, tendrán trabajo y por qué no, vendrán más turistas a Barranquilla. Enhorabuena. Pero esa es la maldición. Mientras el sistema funcione, de alguna manera, de Colombia sólo esperarán “culebrones” y de nosotros los costeños, arepa e´huevo, butifarra, bailoteo y desorden. Me encantan todas esas cosas, las disfruto eventualmente. Pero cómo me gustaría que la televisión colombiana y la cultura del caribe colombiano, florecieran de otra manera, más rica y justa con lo que somos y lo que podemos ser.