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¿Ingrid?

Hace unos días, Ingrid Betancourt sorprendió al país anunciando su participación como candidata en las primarias presidenciales de la coalición Centro Esperanza. Aunque hay quienes sostienen que se trata de una candidatura simbólica, lo que consideremos como éxito político será muy relativo. Teniendo en cuenta que quedan pocas semanas para la consulta del 13 de marzo, ¿cómo entender esta “jugada política”?

Partiendo del supuesto de que Ingrid no ganará la consulta, a la franco-colombiana le siguen quedando tres escenarios y en todos ellos, es posible identificar alguna “ganancia”: el primero, posiciona a una candidata que está usando esta consulta para medirse de cara a las elecciones de 2026 y para ello, quiere ir construyendo alianzas e ir allanando el camino con nuevos “socios” políticos.  El segundo escenario, se trata más bien de una estrategia hábil para volver a la política y para ello, es necesario demostrar que tiene algún capital político, algún poder de convocatoria o al menos, una imagen favorable entre la ciudadanía, y ¿qué mejor manera de hacerlo que asociándose con figuras que no generan tantas resistencias como Galán, Gaviria o incluso, Fajardo? Quizás, su aspiración no sea la presidencia, sino una Cancillería o un Ministerio, que sería posible si el ganador de la Coalición de la Esperanza logra imponerse en una primera y segunda vuelta. Un tercer escenario, se ve en esta candidatura un esfuerzo de Betancourt por cerrar un ciclo político que comenzó y fue interrumpido hace 20 años y al mismo tiempo, nutrir la narrativa sobre la que ha construido su discurso en los últimos años, donde se presenta como un ejemplo de perdón, de fe y esperanza para el país.

Ahora bien, sea cual sea el escenario que oriente la decisión de Betancourt, hay dos reflexiones que se desprenden de su candidatura: ¿Con qué discurso conquistarán los diferentes candidatos a las nuevas generaciones? y ¿Cuánto tiempo seguirá estando vigente el discurso de la Guerra/Paz?

El país que Betancourt conoció a fines de los noventa es muy diferente al actual. Estamos frente a una generación politizada y que, gracias a las redes sociales y a la inmediatez de la información, tiene una mejor capacidad de organización que las anteriores.  Sin embargo, esta generación, que parece demandar una mayor presencia del Estado en una diversidad de asuntos, también reclama la superación del clivaje paz/guerra que han caracterizado las últimas cuatro elecciones presidenciales. Sería ingenuo pensar que el discurso en torno al conflicto colombiano no estará presente en las próximas elecciones; no obstante, su presencia no excluirá otros, como el manejo económico, las oportunidades laborales o una reforma tributaria, que después de dos años de COVID-19, podrían ocupar un lugar protagónico.

Sea cual sea el resultado, Ingrid tiene un buen perfil político, su imagen internacional está muy bien valorada y quien resulte electo, podría ver en ella, esa “mujer símbolo” que represente mundialmente lo que ha significado para millones de familias el conflicto armado colombiano y sobre todo, que personifique los desafíos de un postconflicto accidentado.

@KDIARTTPOMBO