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El mundo como espectáculo

Todos hemos escuchado o leído la expresión “el mundo del espectáculo” infinidad de veces. El término describe de manera fallida o por lo menos incompleta, todas las actividades inherentes al entretenimiento, los profesionales que las ejecutan, la prensa que los cubre, los eventos que celebran y la tóxica fama que los acompaña.

Hasta hace relativamente poco, dicho mundo era un mundo aparte, con sus propias lógicas y ajeno a nuestra cotidianidad. "La gente del espectáculo” era una y el resto, sus espectadores. Los observábamos desde la distancia, con admiración, respeto, morbo, envidia, desprecio, pero a fin de cuentas, con distancia. Y aunque el surgimiento y proliferación de los medios tradicionales de comunicación, ávidos de rating, fue derribando esas fronteras durante décadas con sistemático ahínco, no fue hasta la aparición del internet y las redes sociales, que la distancia desapareció por completo, convirtiendo el mundo entero en un permanente y rimbombante espectáculo.

La penetración de la cultura del espectáculo en todos los aspectos de la sociedad actual es un fenómeno que ha transformado profundamente las estructuras sociales, políticas y económicas de la era contemporánea. El fenómeno no es nuevo. Ya en 1967, el filósofo francés Guy Debord, en su obra La sociedad del espectáculo, advirtió sobre cómo las imágenes y representaciones estaban reemplazando la vivencia directa de la realidad.  Sin embargo, dicho fenómeno, en manos del internet, se ha convertido en una suerte de fisicoculturista repleto de esteroides. Lo que se avizoraba como el camino para el acceso y la proliferación del conocimiento, se ha convertido en una autopista de ocho carriles para convertir el mundo en un show pirotécnico, en el que se priorizan siempre la estética y el impacto emocional, por encima de la profundidad y la reflexión.

Hagamos un breve recorrido por algunos aspectos fundamentales de la vida humana. En el campo de la educación, las universidades y escuelas, en un intento por mantenerse relevantes y evitar la deserción, promueven el consumo de contenidos rápidos, accesibles y, en muchos casos, superficiales. La educación se ha convertido, en muchas instituciones, en un espectáculo, donde lo importante es atraer estudiantes a través de experiencias interactivas y emocionantes, más que ofrecer una formación rigurosa y crítica.

El periodismo ha sido secuestrado por el sensacionalismo. El entretenimiento y la rapidez son la prioridad, desplazando la información seria y el análisis. El periodista se ha visto obligado a convertirse en un “showman” que debe interactuar con su audiencia a través de redes sociales y construir una imagen personal. Esto ha modificado profundamente el periodismo, llevándolo hacia un modelo más centrado en la personalidad y el espectáculo.

La política es un sainete. Los debates y las decisiones son menos importantes que las apariciones públicas, los discursos dramáticos y las estrategias de imagen. Los líderes y políticos actuales, más que presentarse como gestores de la nación, se presentan como figuras mediáticas, personajes diseñados para causar impacto y atraer la atención de los votantes. La política del espectáculo fomenta la superficialidad y la simplificación de los problemas complejos, reduciéndolos a lo que se puede vender y consumir rápidamente. 

Las guerras, la gran tragedia humana, son narradas y representadas en los medios como batallas épicas, en las que las víctimas y los héroes son parte de una historia dramática, deshumanizando la violencia y convirtiéndola en un producto consumible. Los detalles más horribles y dolorosos de los conflictos se reducen a imágenes o frases impactantes que buscan captar la atención, sin contextualizar la complejidad de las situaciones, distorsionando nuestra comprensión de la guerra y sus implicaciones éticas y humanas.

¿Y mientras tanto nosotros?. Bien, gracias. Ocupados en nuestra labor de “generadores de contenido”. Convencidos de que el mundo se paraliza cada vez que publicamos una foto de un plato de comida, un video de la coreografía de moda o de nuestro último viaje. Esclavizados por los estándares de belleza, éxito y felicidad impuestos por las redes sociales. Intentando levantar nuestra autoestima a punta de "likes" y comentarios.

Los dejo, hace rato no actualizo mis redes. El show debe continuar.