Ciega, sordomuda
Hace una semana fue el primer concierto de Shakira en Barranquilla, de su tour “Las mujeres ya no lloran”. Los barranquilleros vivimos aún la deliciosa resaca de dos noches inolvidables y anoche Bogotá cayó rendida a los pies de la artista pop más importante de la historia colombiana, la más global y exitosa.
Seguramente, jamás cesará la inútil discusión en torno a cuál ha sido su mejor época, si los noventas vieron su mejor producción artística o si se ha “vendido” a las tendencias para seguir vigente. Pero en realidad, a mi juicio, lo que se ha pauperizado es el mainstream musical y ella, brillante y astuta como es, ha utilizado todo su talento para entender cada momento cultural e histórico. Tres décadas de éxitos ininterrumpidos, no los logra cualquiera.
El impacto del paso de Shakira por nuestra ciudad, supera palabras y cifras. Más allá de los 16 millones de dólares que movió la economía local, el fortalecimiento de la marca ciudad, el aumento de la autoestima ciudadana y la promoción de nuestro talento innato, quedó en el aire un sentimiento de bienestar, de optimismo y unidad. Y yo me pregunto: ¿qué hay que hacer para que Shakira no sea la única? ¿Cómo hacemos para que nuestros artistas logren niveles de excelencia y encuentren rutas para tener el éxito que se merecen?. Porque, seamos justos con la verdad: ella no es un producto de nuestro sistema educativo, que desdeña las artes y las trata como relleno; ni de una clase empresarial que, en general, poco entiende las posibilidades de las industrias culturales; mucho menos de gobiernos que hayan estimulado una gestión cultural sostenida y diligente. Ella es producto de la genética, de su tesón y talento, del poder de nuestras raíces, del amor y la persistencia de sus padres.
Afortunadamente, el gobierno distrital parece más comprometido hoy con la cultura y con ciertas deudas pendientes con el sector. Todo indica que nuestro Teatro Amira De La Rosa volverá a la vida y mejorado. El Museo de Arte Moderno será, por fin, una realidad. La Cinemateca del Caribe, que lleva casi 40 años de lucha ininterrumpida, soportando con bravura, ha recibido un apoyo importante que le permite seguir soñando. Bellas Artes, que inició su proceso de recuperación en la pasada Gobernación, está a punto de abrir sus puertas a nuestros jóvenes talentos. Y la bella Fábrica de Cultura acaba de ser renovada y actualizada, con todo lo necesario para convertirse en lo que debe ser: el gran dinamizador de la cultura local.
Estoy seguro de que mi lista es corta y las noticias optimistas, son más. De igual manera, estoy más que seguro de que falta mucho por hacer, muchísimo. La deuda es tan grande y antigua, que no se solucionará de un día para otro. Pero soy optimista, nuevamente, después de mucho tiempo.
Lo importante, para no volver a sufrir una nueva “tusa”, es que todos entendamos el potencial del arte, la cultura y el entretenimiento, como constructores de una sociedad mejor y potentes dinamizadores de nuestra economía. El talento, lo hay, de sobra. Pero está desperdiciado. Necesitamos visión, generosidad, innovación, rigor, una nueva generación de gestores, mejores modelos de gestión que apunten a la sostenibilidad, un empresariado más sensible que inyecte su mirada financiera a nuestra industria, unas administraciones que apuesten sin miedo por nuestros artistas y un sector cultural que promueva la excelencia, más generoso y menos mezquino con sus pares.
Como ven, esta columna no es acerca de Shakira y mucho menos, de su música. Es acerca de Barranquilla y su indudable potencial como capital cultural del Gran Caribe. No dejemos pasar esta nueva oportunidad. Soñemos juntos, seamos ambiciosos. Que nuestra ciudad no siga siendo ciega y sordomuda, frente a la cultura y sus enormes posibilidades. Ahí puede estar la clave de la Barranquilla del futuro. Unamos esfuerzos ya.