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Buenos aires soplan desde Chile

No es una novedad que los procesos históricos en América Latina, a nivel de países, están directamente interconectados, desde el pasado colonial luso español, los albores de la vida republicana y los más grandes procesos sociales y económicos que hemos compartido por más de dos siglos. No es raro ver ciertas tendencias en la política de la región, giros a la izquierda o a la derecha, tendencias populistas, revolucionarias y contrarrevolucionarias se han turnado desde los inicios de nuestra vida independiente. Períodos mayor o menormente convulsos, estabilidad e inestabilidad, asonadas militares y dictaduras cívico militares, están en el derrotero histórico de nuestra región.

Es cierto que durante los primeros años de nuestras vidas republicanas las estructuras coloniales, en especial en las dimensiones sociales y económicas, se mantuvieron casi inalterable por más de cincuenta años, pero no es menos ciertos que la región, desde fines del siglo XIX y, muy especialmente desde la segunda mitad del siglo XX, se convirtió en una de las zonas más interesantes para los historiadores enfocados en dichos fenómenos y creo que sigue presentando el mismo interés en nuestros días.

A modo de ejemplo tomemos la realidad chilena de los últimos años, fenómeno mirado con especial atención y que marca ribetes interesantes para el resto de los países de la región. A principios del año 2019, en que el sub continente había vivido un giro político hacia la derecha, presidentes de Chile, Colombia y Argentina escenificaron una aparatosa actividad en la ciudad colombiana de Cúcuta con el fin de hacer un acto público de reproche a la crisis humanitaria que el gobierno de Maduro en Venezuela.

La idea era destruir el bloqueo del gobierno venezolano y sacar dividendos políticos de una situación muy compleja que afectaba la vida de millones de habitantes de ése país que, por la misma crisis, y según datos del ACNUR, se convertía en el segundo del mundo en cuanto a la salida de migrantes hacia otros países buscando mejores condiciones de vida. En dicha oportunidad el Presidente Sebastián Piñera hizo una acalorada defensa de la democracia y de los derechos humanos, rasgó vestiduras y elevó la realidad de su país como una verdadera isla de paz, progreso, derechos y democracia a la que podrían venir todos los venezolanos que así lo quisieran.

A la luz de la historia vivida desde aquel momento, el análisis del Presidente chileno se cae a pedazos. El estallido social, de octubre del mismo año, demostró que la realidad que se había vendido de Chile estaba muy lejos de lo que en verdad sucedía: una sociedad tremendamente polarizada en lo económico y social, muy desigual en términos de calidad de vida, con una distancia sideral entre la institucionalidad política y la gente, en especial a nivel de partidos políticos, con un alto abstencionismo electoral y con una clase dominante que abusaba de sus poderes fácticos. Nadie, ni el más agudo historiador, sociólogo, cientísta político, en fin, tuvo la claridad para imaginar el nivel de dicho estallido que tuvo por las cuerdas al gobierno de Piñera y que fue salvado por un acuerdo nacional firmado a regañadientes por un sector de la derecha dura que, con una terrible amnesia histórica, se oponía a iniciar un proceso de profundas reformas, incluida la nueva constitución, producto de las “ilegítimas presiones” que habían significado las manifestaciones sociales, las protestas violentas, los saqueos, los actos delictuales, en fin, todo aquello que podemos agrupar bajo el denominado “Estallido Social”.

El fenómeno se mantuvo en el tiempo y se terminó cruzando con la peor pandemia que la humanidad ha vivido en los últimos cien años. El programa de gobierno de Piñera se desvirtuó completamente, las urgencias estaban ya no en el crecimiento, el ahorro y la inversión, muy por el contrarios y a regañadientes de un gobierno de derecha, el acento estuvo puesto en el gasto, en los derechos universales en materias sociales y económicas, en apoyar a las familias para enfrentar la externalidades más negativas de la pandemia.

Así, un gobierno de derecha, muy al tranco y presionado por las fuerzas opositoras y los movimientos sociales que mantienen en latencia el estallido social, se desdibujó  completamente y terminó incluso promoviendo, hacia finales del mandato una Pensión Garantizada Universal (muy raro para un gobierno que estaba orientado a la focalización) e incluso a favorecer la ley de matrimonio igualitario con posibilidades de filiación. A esto último se había opuesto tajantemente durante la campaña  presidencial y que llevó a que los sectores más duros de la derecha y movimientos cristianos conservadores se sintieran más que defraudados.

Un año tremendamente electoral enredó aún más la realidad política:  plebiscitos, elección inédita de gobernadores, elecciones de alcaldes, concejales, diputados, senadores y presidente de la República venían a actualizar permanentemente los análisis políticos, las posturas, las posibles soluciones que se camuflaban en las tendencias ideológicas que las fundamentaban. En definitiva todo decantó en la elección del Presidente de la República, que se abrió a una segunda vuelta abiertamente polarizada y con niveles de ataques políticos que nos recordaban los peores años de nuestra historia. Ya todos sabemos lo que pasó, el candidato de “Apruebo Dignidad”, que reunía a los partidos de la extrema izquierda llevaba a Gabriel Boric a la primera magistratura de la nación. Y, muy al contrario de lo que podía esperarse, las aguas se tranquilizaron y los actores relevantes al respecto vinieron de todos los sectores políticos.

En primer lugar el mismo Presidente Electo demostró que la moderación política que había embargado su campaña para la segunda vuelta no era sólo un slogan. Desde su discurso triunfal llamó a todos a trabajar en la solución de los urgentes problemas que la sociedad chilena presentaba y que  habían sido los responsables que “la isla de utopía chilena” reventará como el peor de los volcanes. Insistió incluso en trabajar con los sectores del candidato derrotado, José Antonio Kast, a lo mejor el representante de derecha que más se ha acercado a los ideales pinochetistas desde el regreso de la democracia.

El amplio triunfo de Boric también ayudo a la derecha derrotada, que después de muchos años demostraba ciertos niveles de fanatismo, a aterrizar los discursos y a moderar las acciones. Los más variados sectores de la derecha, salvo muy pequeños resabios histéricos, han llamado a colaborar, a ser una oposición constructiva, aprovechando de marcar diferencias con la actuación de la oposición al gobierno de Piñera, con record de diez acusaciones constitucionales en cuatro años, y a compartir mucho del diagnóstico de los problemas de nuestro país poniendo más diferencias en los medios que en el diagnóstico de los problemas. Los sectores que mantienen cierto nivel de “acaloramiento” (por llamarlo de alguna manera) y que han invitado a los empresarios a boicotear el gobierno de Boric y el proceso constituyente parecen cada día más aislados y han recibido la crítica pública de la mayoría de los representantes de su mismo sector.

El Presidente Electo, en sus primeras labores como tal, también hizo gestos relevantes al respecto. Aceptó la invitación del Presidente Piñera al otro día en La Moneda y, al parecer, se desarrolló en términos muy cordiales. Las declaraciones de ambos al término de la reunión fueron muy centradas y republicanas, sin dejar de marcar las diferencias que orientan a unos y otros. Solo la invitación, hecha por la prensa, del Presidente en Ejercicio para que el Presidente Electo lo acompañara en la visita a Colombia, a las Cumbres del Prosur y de la Alianza del Pacífico.

El Presidente electo salió jugando y jugando bien, no hizo referencia a la tendencia política predominante de Prosur, que más de una complicación le podía presentar y tampoco a lo inoportuno de publicitar la invitación a través de la prensa, muy por el contrario se centró en la relevancia de su trabajo previo, para formar sus equipos, que le permitan enfrentar con éxito las urgentes y apremiantes reivindicaciones de las que se hace cargo su programa de gobierno.

En “La Moneda Chica”, una casona patrimonial de la Universidad de Chile en donde funciona su Instituto de Estudios Internacionales, inmueble en donde el Presidente Electo y sus más cercanos asesores se establecieron para sus jornadas de trabajo, vivió la peregrinación de todos los sectores políticos, sí todos, incluida la derecha,  que fueron convocados a conversar. También se hicieron presentes los sectores sociales, algunos con actos de protesta con respecto a la situación de los detenidos por el estallido social. Se entrevistó con el mundo empresarial e hizo labores de Estado recibiendo a representantes de importantes gobiernos extranjeros. La tarea ha sido ardua, los mensajes siguen hacia la moderación e inclusión, sin renunciar al progresismo que define a su programa de gobierno.

El hito más relevante al respecto resultaba ser la conformación de su gabinete presidencial, acto que permitiría visibilizar aún más la propuesta integradora del Presidente hacia sectores que no formaron parte de la coalición Política  de “Apruebo Dignidad”. A grandes rasgos la conformación del gabinete materializó una serie de elementos que estaban en el discurso, a saber:

Por primera vez en la Historia de Chile el Gabinete presenta mayoría de mujeres, 14 sobre 24; Inédito para  la Historia de Chile que  la Jefatura Política del Gabinete recae en manos de una mujer; El nombramiento de un independiente, que había sido crítico de su programa de gobierno y actual presidente del Banco Central como ministro de Hacienda llevó a un alza en la bolsa de Santiago del 3,52% y que el dólar, después de mucho tiempo, bajara de la barrera de los 800 pesos; 

Los ministros designados superan largamente a los sectores políticos de “Apruebo Dignidad”  y pasan a ser parte del gobierno el Partido Socialista, Radical Socialdemócrata, Liberal y Partido por la Democracia, situación no vivida en la historia de Chile post dictadura en que un gobierno incorpora figuras políticas de sectores que habían sido derrotados en las elecciones de primera vuelta; Un tercio de los ministros son, además, figuras políticamente independientes; El cambio también es generacional, importantes figuras jóvenes asumen responsabilidades ministeriales y la edad promedio del gabinete apenas supera los 49 años; Los ministros en su mayoría son profesionales de las más variadas universidades de Chile, se rompe la tendencia bastante monolítica de los profesionales de la Universidades de Chile y Católica y muchos de ellos provienen de un trabajo en regiones, rompiendo desde la más alta administración pública, el centralismo histórico en torno a Santiago.

Como reflexionó más de alguna mente lúcida por ahí, este Gabinete se parece más al Chile real, es más diverso, más inclusivo y más descentralizado, aporta a la tendencia a una nueva esperanza, con el matiz desde la mirada femenina que tanto bien nos puede hacer desde el punto de vista de incorporar sensibilidades más que postergadas y con un presidente de la República que, por primera vez desde el regreso a la democracia, no vivirá en el barrio alto de Santiago… son buenos aires, son buenas sensaciones que esperamos se materialicen en buenas políticas públicas y que, para el resto de América Latina, que mira los procesos en Chile, pueda ser una experiencia que aporte a construir y a comprometerse con las postergadas reivindicaciones de todo un continente.