La nostalgia del agua hace pueblos
Lo que no sabíamos, era que esos pueblos, son como hojas desperdigadas de alguna novela inédita de Gabo, que por alguna razón mágica, emergen de la nada algunos días soleados de enero.
Por Rodney Castro Gullo
La Ciénaga Grande de Santa Marta encierra un misticismo milenario. Se trata de un extendido cuerpo de agua salobre, producto de la mezcla del agua dulce con la salada. A ese sitio llega el preciado liquido, del mar caribe, de la Sierra Nevada de Santa Marta, del río Magdalena y de las lluvias.
La Ciénaga en si mismo es un universo, pero adentro tiene otros universos como por ejemplo los coloridos pueblos palafíticos de pescadores a los que nos referiremos a continuación.
Lo que no sabíamos, era que esos pueblos, son como hojas desperdigadas de alguna novela inédita de Gabo, que por alguna razón mágica, emergen de la nada algunos días soleados de enero, y que después, cuando estamos escasos de imaginación, no podemos encontrar.
La historia comienza un enero de 1845, cuando cuatro amigos pescadores, llenos de plenitud, se encontraban en su hazaña diaria por el sustento. No lograban advertir que padecían una suerte de hipnosis, provocada por la Ciénaga Grande de Santa Marta, y las horas más importantes de sus vidas se las ofrecían sin asueto ni remordimiento a esa extensión de agua que parecía interminable, pero que ellos dominaban de palmo a palmo.
Ahí eran felices. No faltaban durante las silenciosas jornadas, banquetes de mojarras, lisas, chivos, o bocachicos, fritos o asados, los cuales preparaban en sus canoas. Y para los momentos de mayor triunfo, sacaban de una cava con hielo, una compartida botella del ron barato que compraban en la cantina del pueblo más cercano. A casa nunca regresaban con las manos vacías.
El mal humor solo se los ocasionaban dos situaciones, en primer lugar, las ávidas garzas reales, o los resueltos pelícanos, que llegaban como trúhanes profesionales a robar sus mejores piezas de pesca; y luego, la cantaleta de sus mujeres cuando llegaban a las casas. Las dudas de infidelidad las mortificaban. Finalmente eran jóvenes maridos que salían en la madrugada y solo retornaban ya caída la noche.
La retahíla de la pareja de uno de ellos fue tan desesperante, que este optó por llevarla a una jornada completa de pesca. Y para sorpresa de él, la cosa no resultó agobiante como lo hubiera imaginado, todo lo contrario. Esa noche en casa reflexionaba sobre lo ágil que había sido su actividad, teniendo en un sitio fijo y estratégico de la ciénaga a su mujer, espantando aves, y ofreciéndole compañía y ayuda para los otros menesteres.
Al día siguiente la mujer volvió y aunque era una labor para ella desgastante, estaba pletórica, ya no tenía mortificaciones y finalmente se mantenía muy cerca de su amado, quien poco a poco fue acondicionando de mejor manera, el lugar donde su esposa permanecía.
La iniciativa fue seguida por sus tres amigos, quienes también llevaron a sus mujeres, organizándoles precarios ranchos, con paredes de baritas y techos de enea, material que también usan para tejer chancletas y sobreros. De esa manera se dio el origen de El Morro (nombre dado por lo llano del lugar), el primer pueblo palafítico de la Ciénaga Grande de Santa Marta, que luego conoceríamos como Nueva Venecia y que hoy cuenta con 3.500 habitantes y 450 casas.
180 años después, hace pocos días, mi familia y yo fuimos a visitar Nueva Venecia, hoy constituido corregimiento de Sitionuevo. Les cuento lo que encontré.
La salida en lancha la hicimos con los primeros rayos del sol, desde un restaurante que funge de embarcadero, ubicado en el costado derecho del peaje de Tasajera. Fue un emocionante desplazamiento de hora y media por la Ciénaga Grande de Santa Marta, la laguna costera más grande e importante del país, que constituye junto con sus áreas adyacentes una ecorregión de enorme valor ecológico y socioeconómico.
Pasamos de la Ciénaga Grande, a la Ciénaga de Pajarales por un canal que se conoce como Caño Grande, de 1.7 kilómetros, que tiene profundidades que oscilan de 5 a 10 metros. En el camino, encontramos una fauna inalterable llena de vida. Vimos peces plateados que saltaban como ballenas en las terrosas aguas. Junto a los manglares innumerables especies de aves, que disfrutaban de un día más en la tranquilidad de su hábitat.
Ya en la Ciénaga de Pajarales nos recibió Buenavista, nuestro primer destino. Es otro corregimiento del Municipio de Sitionuevo, que se hermana con Nueva Venecia, por ser igualmente palafítico. Tiene una población de 1200 habitantes que viven en 164 casas.
En la proximidad al asentamiento, algunos pescadores en sus canoas nos daban una cálida bienvenida, con amplias sonrisas y movimientos amistosos. Cuando finalmente entramos a la población, se sintió de fondo, la música que manaba de un potente pickup y que se escuchaba desde cualquier sitio de la población. En medio del verde de taruyas y mangles aislados, nos topamos con los primeros palafitos, casas coloridas, algunas de ellas intervenidas artísticamente.
Pudimos observar adultos trabajando en sus atarrayas y a niños que retozaban en las puertas de sus casas o en el agua que los rodeaba. A los más “callejeros”, los vimos montados en tapas de tanques, o en lo que llaman catamarán, que son balsas hechas de la unión de grandes botellas plásticas.
Cada residencia, tenía apostado en sus alrededores canoas, igualmente pintadas de colores y con nombres distintivos. Cuando por alguna razón se requería una movilización y no se tiene el vehículo a la mano, se acudía al favor de cualquier vecino que fuera pasando, quien sin costo le colaboraba con el “pasaje”, como le llaman al acto de generosidad.
Nos contó Sara Echevarría, nuestra guía, que el lugar cuenta con una escuela que llega hasta noveno grado y un puesto de salud que da servicio una vez a la semana. Que en las casas se ven perros, gatos, cerdos, e incluso gallinas acuáticas. Que la madera es un bien preciado, y se usa casi para todo, paredes, pisos, canoas. Que Las casas, aunque son pequeñas, se preocupan por disponer de una explanada de tablitas complementaria en las partes traseras que funciona como patio. Que algunos lugares no tienen ni puertas ni ventanas, pues los habitantes se reconocen así mismo como una gran familia.
Hay una estación de policía cuya máxima preocupación es aprender a maniobrar con las canoas y no terminar con sus uniformados tripulantes de cabezas en el agua. También tienen una inspección, que tiene por deber, hacer cumplir las normas básicas en el pueblo, y para quienes las tareas más exigentes, se relacionan con la atención de chismes de amantes.
Llegamos a una especie de casa cultural, donde fuimos recibidos con música de tambor, y una exhibición artística con danzantes ataviados con vaporosos y coloridos vestidos.
Zenaida García coordinadora del grupo de danza señala:
“Cuando llegó la luz se fueron perdiendo los bailes ancestrales. Tambores, guacharacas, maracas, fueron reemplazados por el pickup. El Congo Buenavistero integrado por Johana de la Cruz, Sixta García, Kevin Alvares, Johan Mejía, Aroldis de la Cruz, Mauricio de la Cruz, Carlos de la Cruz, Vilma Garizábalo y su director Ángel de la Cruz, quieren recuperar su cultura con semilleros de niños y jóvenes. La agrupación hace baile negro con tambor, guacharaca y maracas. Las canciones son improvisadas".
Ese momento con el grupo musical, fue emotivo. Nos invitaron a bailar con ellos y de alguna manera ese acto rompió un poco la burbuja de hermetismo y misterio bucólico en el que nos encontrábamos. Nos conjugamos a través del baile con esa, hasta ese momento, reticente población y entonces el desparpajo caribe, salió a relucir.
Johana De la Cruz, artista oriunda de Buenavista y de expresivos ojos verdes, nos explicó:
“El pueblo lo conforman dos barrios: “Las avispas”, que cuando cae uno caen toditos. (Se ríe con picardía), y el otro barrio se llama, “Come callao”, que es donde vivo yo, (otra vez ríe)… y se dividen por líneas imaginarias numeradas. Todas las casas tienen canoas, que son nuestros pies. Los niños aprenden a nadar desde su primer año”.
En nuestro periplo también pasamos por la Iglesia Católica, que léanlo bien, abre una vez al año, esto es, los 17 de julio. Resulta que los festejos de la Virgen del Carmen son los 16 de julio, pero la virgen de Buena Vista se quemó. Y cuando la nueva virgen llegó, lo hizo un 17 de julio. Una gran oportunidad que no desaprovecharon lo nativos, quienes desde entonces festejan todos los 17 de julio, sin embargo, los 16 de julio, la fecha oficial, se van a la conmemoración en Nueva Venecia. Por supuesto la reciprocidad se hace ver por parte de los venecianos, quienes prestos y muy devotos, también llegan a las festividades atípicas de Buenavista.
Y es una misa al año, porque no hay párroco. La comunidad recoge fondos para conseguir uno y llevarlo ese fastuoso 17 de julio. A diferencia de la Iglesia Católica, las cristianas, pululan por toda la población.
Ya en nuestra lancha, rumbo a Nueva Venecia, complementa Sara nuestra guía. “Las parrandas son en cualquiera de los pueblos. Hacen casetas en El Morro (Nueva Venecia), con un Pickup, el Poseidón que es el más popular”.
También le preguntamos sobre el asunto de “Las robadas”:
“… Son historias reales que existen en nuestra población, y que se refieren a novios robándose a las novias, o incluso novias robándose a los novios, en canoas o nadando. Esto normalmente ocurre cuando las parejas deciden irse a vivir juntos. Entonces se ponen de acuerdo y se roban. De esa manera comienzan una nueva vida en unión libre”.
Finalmente llegamos a Nueva Venecia, desde el agua se veía la pompa del asentamiento. Era una imponente extensión de casas grandes que parecían flotar sobre una lámina de apacibles aguas, también pintadas de vivos colores y arte moderno. El pueblo trasmitía paz. Desde las casas los habitantes interrumpían sus ocupaciones para saludarnos. Una vez más, de fondo se escuchaba un Pickup con música por mi desconocida.
En el colegio de Nueva Venecia se puede cursar el bachillerato completo. No obstante, es común la deserción escolar, un gran número de jóvenes optan por la pesca. Al lado de la iglesia encontramos un pequeño estadio de fútbol, con gradas y pasto sintético, que Falcao donó. En Buenavista también hay una cancha de fútbol al lado de la escuela, a la que denominan el Metropolipalo, hecha de sedimentos y rellenos varios.
Tienen los mismos problemas de Buenavista, la precariedad en todas sus necesidades básicas. Hay una partera que está disponible para cualquier emergencia. Pero en especial, reclaman ayuda institucional para lo relacionado con la salud y el agua. El agua de donde viven no cumple con las condiciones mínimas para contacto primario, les produce enfermedades de la piel y estomacales. Los sanitarios van directamente al agua, aunque tienen a su favor la salinidad de la ciénaga, para ayudar a la descontaminación.
No pierden ocasión para referirse a la frustración que les genera un proyecto de Invemar denominado “Agua Segura”, al que le tenían mucha fe, pero que nunca logró abastecer a toda la comunidad y se quedó como otro proyecto piloto. Recuerdan que con una iniciativa de La Cruz Roja pasó lo mismo.
Lo cierto es que paradójicamente, a pesar de vivir en el agua, padecen por el líquido, y se siguen abasteciendo del caño Aguas Negras. Antes traían el agua del río Aracataca que nace en el glacial de la Sierra Nevada de Santa Marta. La buscaban en un bongo, le echaban cloro al agua y esa era la que consumían. Luego se afectó el acceso al río por los desvíos de los cultivos de palma a mediados de los 90s y comenzaron a tomar el agua del caño Aguas Negras, que es un desvío del río Magdalena. Cambiaron un agua de muy alta calidad, por la más contaminada del país.
Nos detuvimos en la iglesia de Nueva Venecia, nos llamó la atención una placa conmemorativa que había en una de las paredes de la clausurada iglesia, y piedras bordeando el frente del templo, teñidas de blanco con una cruz negra en la mitad, cuyo objetivo era perpetuar el recuerdo de los seres queridos, asesinados en una terrible masacre en el año 2000.
La placa reza:
“En memoria a las 37 víctimas asesinadas el 22 de noviembre del 2000. Hoy el valiente pueblo de Nueva Venecia símbolo de la resiliencia, el amor y la reconciliación, los recuerda como luz que ilumina la esperanza y que nos ayuda a seguir construyendo la vida después de tanto dolor. Siempre estarán presente en medio nuestro. 22 de noviembre de 2014”.
Esto pasó… El mundo estaba expectante, así como fuimos la generación a la que recientemente le correspondió vivir una pandemia, también muchos hicimos parte de la que vivió un cambio de siglo, con la terrible amenaza de que el 31 de diciembre de 1999, el mundo se iba a acabar. En todos los rincones de la orbe se hablaba de lo mismo, en definitiva era una cosa nada común y al tiempo una invitación a renovar esperanzas. Pero el año 2000 llegó a nuestra patria, y las cosas empeoraron para un gran sector de nuestra comunidad.
Ese año 2000 fue sanguinario, la guerrilla secuestrando pordoquier, y los grupos de autodefensas estaban en plena consolidación. La violencia crecía y la incapacidad del Estado para mantener el control era evidente. Las autodefensas se fortalecían sustentadas en el miedo y la sensación de orden que trasmitían, con lo que lograban incluso aceptación social.
El gobierno nacional, desesperado convocó a los guerrilleros a diálogos de paz en 1998, los cuales fracasaron. No obstante, los grupos paramilitares en respuesta, iniciaron una masiva reorganización liderada por la Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá -ACCU, cuyo objetivo era crear un ejercito armado y político para liberar al país de la guerrilla. Se conformaron entonces las Autodefensas Unidad de Colombia -AUC-.
Ese mismo año ganaderos de la zona ribereña del Magdalena, invitaron a las ACCU a crear un grupo similar en ese sector, como respuesta a la presión que tenían de la guerrilla. Pretendían identificar y eliminar simpatizantes civiles urbanos de la guerrilla; reforzar la protección al narcotráfico y ofrecer seguridad privada rural. Fue una época de asesinatos selectivos contra líderes locales. El accionar de los nuevos paramilitares, debilitó las acciones del ELN y los llevó a la casi desaparición en el Magdalena y los departamentos cercanos.
De ese tiempo de violencia extrema quedaron varias masacres, y una de ellas fue la de Nueva Venecia, Palermo y las ciénagas y caños que los conectan, el 22 de noviembre de 2000. Estas acciones eran consideradas como operaciones de castigo por apoyo a las guerrillas; lo que dio inicio a los éxodos masivos de desplazados por la violencia en el departamento.
La importancia del lugar, radicaba en que se encontraba en el corazón de un singular corredor fluvial que conectaba a la montaña costera más alta del mundo, que es la Sierra Nevada de Santa Marta, con el Mar Caribe y el río Magdalena, lo cual facilitaba el tráfico de contrabando.
Después de esa tragedia, la población se desplazó en su totalidad, quedando Buena Vista y Nueva Venecia como pueblos fantasmas. La población migró en su gran mayoría para Barranquilla, pero no encontraron tranquilidad en la ciudad, pues estaban acostumbrados a ser una población anfibia.
Poco a poco fueron retornando, pero no dejaban de ser un lugar lúgubre, hasta que en el año 2010, entendieron al turismo como una oportunidad, principalmente para las mujeres, que no tenían qué hacer. El turismo es comunitario y todas las embarcaciones que se utilizan para transportar visitantes, son de la comunidad.
Llegamos a la panadería Wendy, eran las dos y media de la tarde. En la mesa de la terraza, una suculenta mojarra plateada, con patacones, arroz con coco y Coca Cola esperaba por nosotros. Después de tanto recorrido en lancha, por los palafitos, me sentía como un pescador almorzando el fruto de la jornada.
De regreso, todos íbamos en silencio, reflexionando sobre la fantástica experiencia que acabábamos de tener, del potencial que tienen, de lo abandonados que están. Sobre todo, pensando en cómo, de alguna manera, pudiéramos ser una mano solidaria, para amainar así sea un poco tanta necesidad. Finalmente, y como en 1845, dependen solo de ellos. Hasta ahora siguen siendo un pueblo mágico, retazos de macondo, que viven solo en la imaginación de quienes se dieron la oportunidad, de entrar en su cosmos.