Shelly llegó de tierras incas, atraída por la belleza del Valle del Cacique Upar
La peruana es una de las voluntarias de los Juegos Bolivarianos de Valledupar.
Hace tres años, cuando se cumplieron en Lima, Perú, los Juegos Panamericanos de 2019, una joven Shelly Rosales quedó profundamente cautivada por la experiencia de participar en las justas.
Quedó flechada. La posibilidad de poder convivir con tantas personas de diferentes latitudes del continente, conocer sus culturas, contrastar sus formas de ser, fue una experiencia magnifica.
“Estuve en el área de lenguaje, ayudando a traducir a los periodistas que no hablaban inglés. Siempre colaboré con los medios y por eso me postulé a trabajar en comunicaciones”, explicó.
Esta diseñadora de interiores, de 25 años, que en su país está desempleada, supo en cuanto escuchó de la posibilidad de ser voluntaria en Valledupar para los Juegos Bolivarianos 2022, que era su oportunidad.
“Nunca había salido de mi país”, se confesó con Zona Cero. Y es que en cuanto su solicitud fue aprobada, se inmediato rompió la alcancía, pidió algo prestado a sus papás, y se embarcó directamente desde tierra de los antiguos incas a al valle donde reinó el Cacique Upar.
“Me llama la atención que mucha gente en Colombia no ha hecho turismo por su propio país”, es lo único que les cuestiona a los colombianos. Es que valora sobre todo “el buen clima” que hace en las diferentes ciudades, pues aprovechando el viaje conoció a Medellín y ahora Valledupar.
“La idea es poder conocer ciudades que estén cerca por tierra. Quiero ir a Barranquilla, Cartagena o Santa Marta. Aprovechar el viaje”, detalló.
No hay muchos extranjeros colaborando como voluntarios a las justas. Ellos solo reciben un auxilio de marcha por día y el resto corre por su cuenta.
Además, son solo 16 los destinados al centro de medios de los juegos. Entre todos los voluntarios, Shelly dice que tan solo son un puñado de 5 o 6 de fuera de Colombia.
Rosales está encantada por el sonido sentimental del vallenato. Llegó a la tierra que era, donde el corazón de la gente se mueve al ritmo del acordeón.
Tan sentimental y nostálgico como puede ser un son, enérgico como la puya, alegrel como el merengue o sensible como el paseo.
Corriendo de un lado a otro en Valledupar, como una nota de acordeón que se queda flotando en el aire, llegando a los oídos de todo el mundo por el empuje de la brisa, Shelly se mueve de acuerdo con las necesidades de los juegos.
Representa lo mejor que tienen estas justas, el espíritu de hermandad bolivariana. Además es el nervio de todo evento multideportivo, los voluntarios que con su empeño llevan el evento a ser todo lo que pueden ser.