Once años del título logrado en el ‘arco de Matilde Lina’
Un relato de lo vivido el día en que Junior venció a Nacional en Medellín.
Muchos años antes de que Martín Arzuaga se parara frente al manchón blanco del tiro penal en la portería sur del estadio Atanasio Girardot, el 19 de diciembre de 2004, el ya fallecido juglar Leandro Díaz no sabía que había compuesto un conjuro a ritmo de paseo vallenato.
La melodía que le llegó un medio día al compositor mientras se refrescaba a las orillas del Río Tocaimo, resultó ser la contra perfecta para desvanecer los nervios y hacer perder el rumor de las rechiflas y los insultos en medio de los versos a una mujer que el maestro describía, aún sin nunca haberla podido ver, pues era ciego de nacimiento.
Esos versos le iluminaron el sendero a Arzuaga en el camino más largo y solitario que nunca jamás había emprendido en su vida, los 50 metros desde el medio campo donde se abrazaban expectantes todos sus compañeros, hasta el área donde lo esperaba con cara de invencible el portero Milton Patiño lanzándole el desafió: primero tenía que batirlo para luego celebrar el título.
“Yo no tengo idea porque iba cantando eso. A mí siempre me han gustado los vallenatos viejos. En ese momento no pensaba en el estadio, ni en la gente, ni en nada. Yo solo pensaba en ir a celebrar”, recordó Arzuaga a Zona Cero ya más maduro que el día que tuvo la responsabilidad de definir un título.
Antes de eso, Junior había tenido que soportar una travesía de desventuras, propias de las epopeyas que solo podrían aparecen en una canción vallenata, salida de la lirica de los viejos juglares.
Todo empezó desde bien temprano, según recordó Leiner Frías, utilero del equipo que le tocó estar en pie de lucha aquel 19 de diciembre desde la llegada al estadio.
“Nosotros en esa época teníamos unos uniformes de calentamiento amarillos. A lo largo del año se fueron dañando. Entonces, lo que hicimos fue ponerle a los jugadores uniformes que aunque no fueran sus números tuvieran la talla. Solo era para que calentaran”, explicó.
Ese día en Medellín, un joven Policía, nacido en uno de los rincones de la costa, fue el encargado de custodiar a la armada rojiblanca en tierras antioqueñas.
“El muchacho nunca se nos despegó y siempre estuvo pendiente de cómo nos trataban allá. Ustedes saben como es el tema en Medellín, te pueden hacer algo”, recordó Luis Aguilar, el otro utilero del equipo.
En agradecimiento, Leonardo Rojano, jugador del equipo en ese tiempo y que aquel día sería titular, decidió regalar su camiseta de calentamiento a aquel joven policía. El uniformado, agarró la prenda del equipo amado y se perdió entre el tumulto de gente en los corredores del estadio.
Minutos más adelante, cuando los jugadores se disponían colocarse sus uniformes, entró el comisario de campo en compañía de los árbitros. Al ver el uniforme rojiblanco, inmediatamente pusieron las trabas. La opción que les quedó fue poner las camisetas amarillas.
En ese momento, un tímido Rojano dijo casi murmullando: “Mire ‘Profe’, regalé la camiseta. No tengo”, a lo que Miguel Ángel López le respondió: “¿Y que esperas para irla a buscar?”.
Ante esto, Aguilera y Frías debieron activar todo un operativo para localizar al Policía, pues donde estuviera él, estaría la camiseta. Salieron disparados por la puerta del camerino y buscaron a contrarreloj al oficial.
Cuando la esperanza se agotaba, y también el tiempo, en medio un pequeño tumulto, Frías vio al joven. “Llave, devuélveme la camiseta”, le rogó. No fue tener la prenda en sus manos, cuando Frías ya bajaba a lo que le daban sus piernas las escaleras al camerino.
Entonces arrancó la lucha en el terreno de juego. Pocos minutos bastaron para darse cuenta de que Junior tendría que luchar contra todo y contra todos. Desde la hostilidad de un público agresivo, pasando por unos vivos recogebolas y hasta las determinaciones del juez Óscar Julián Ruiz.
De la mano de sus acciones, Juan José Ordóñez, preparador físico del equipo en ese torneo, recordó que a los 10 minutos ya había amonestado a Hayder Palacio, lateral rojiblanco.
“Era difícil. Con sus decisiones nos puso contra el arco. Recuerdo que en el segundo tiempo, Hayder fue duro a un quite contra un jugador de Nacional y el golpe fue duro. En ese momento Ruíz se nos acercó a la línea y nos dijo ‘Profe, saque a ese muchacho. No quiero tener que botarlo. No quiero que les sigan complicando’”.
Impávidos, los miembros del cuerpo técnico rápidamente aconsejaron al ‘Zurdo’ López tomar la precaución del caso y mandaron al terreno de juego a un juvenil jugador, que venía descrestando en el equipo.
“De todas maneras iba entrar. Pero ese fue el cambio que tuvimos que ordenar. Macnelly Torres entró y con su talento ayudó a emparejar las cosas”, recordó el entrenador.
Con mucha casta, y algo de suerte en el destino, el argentino Walter Ribonetto empujó la bola cuando el reloj llegaba al final del tiempo para poner el segundo de esa tarde y el quinto para el 5-5 en el global.
El empate, que dejó frío al estadio de Medellín, envalentonó a los barranquilleros, como lo recordó Ordóñez.
“No sé porque, pero en ese grupo tenía mucha fuerza. Por esa época Diomedes Díaz había sacado un disco… creo que el estribillo dice ‘pidiendo vía’, y esa canción siempre la escuchábamos antes de salir a la cancha. Ese día así andaba el equipo, pidiendo vía para ser campeones”, enfatizó.
Esos caprichos de la vida quisieron que durante todo el semestre los jugadores tiburones practicaran los penales. Resulta que luego de los entrenamientos, apostaban a quien metiera más penales. Hasta los menos hábiles para esas lides pulieron sus condiciones, más por una cuestión de orgullo, que por un tema futbolístico.
“En ese momento todos nos arrodillamos a orar. Y yo me levanté y les dije, tranquilos, que vamos a celebrar. Entonces (José) Amaya se paró y me dijo que la vaina era seria. Yo decía esas cosas era del susto, para disimularla”, recordó con humor Arzuaga.
Por otro lado, algunos no tenían esa capacidad para controlar sus nervios, como lo señaló Emerson Acuña, quien se escondía de la mirada del entrenador.
“Yo sentía que me temblaban las rodillas. Habíamos soportado de todo, incluso nos sacaron ventaja con los recoge bolas. A esa altura ya todos teníamos susto”, indicó el ‘Piojo’.
Finalmente, por los de casa, anotaron Humberto Mendoza, Aquivaldo Mosquera, Oswaldo Mackenzie, Jorge Rojas y desperdició Juan Carlos Ramírez. Por Junior anotaron Omar Pérez, Emerson Acuña, Walter Ribonetto y Francisco Alvear.
El turno para el quinto y definitivo fue para Arzuaga.
La tanda de tiros penales se ejecutaba en el arco sur del Atanasio, al frente de donde está la barra brava más agresiva de cuadro paisa, ‘Los del Sur’. Ese arco, el de los versos de 'Matilde Lina', años más tarde, también sería testigo de la definición entre estos dos equipos.
“Yo empecé a caminar y no sé de donde me vino al canción a la cabeza. Yo comencé a cantarla. Se me fue quitando el miedo. Miré a donde el ‘Zurdo’ y él nada más decía que esta la ganábamos. Al final me queda el recuerdo de ser campeón con el equipo del que soy hincha”, cerró.
Arzuaga prometió que de alcanzar el título irá a recibir al equipo a la hora que sea. Y eso sí, así como un día como hoy, hace once años, dará la vuelta olímpica así sea en su casa y no en el Atanasio Girardot.