El Carnaval no nace de la comodidad, sino de la habilidad para superar la adversidad.
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Mery Granados

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Carnaval en el suroriente: recuperar el bordillo, la sonrisa y la tradición

En 2015 la localidad Suroriente vivió un repunte en la violencia, en 2016 sus habitantes responden con Carnaval. Zona Cero muestra el esfuerzo que supone realizar un Carnaval en una de las zonas más castigadas por la violencia en la ciudad.

Con sillas sobre el hombro el barrio Las Nieves recibe la noche. Caravanas de personas salen de sus hogares en un éxodo sin lágrimas. Las personas se instalan en la calle, en el andén o, simplemente, en las terrazas. Esperan en el portón a que la vida desfile frente a sus casas.

Sobre la calle 26 todavía pasan carros, buses, motos y disfraces. Monocucos perdidos, bailarines con retraso, caminan con atuendos de colores, tan afilados como cuchillos, pues cortan la rutina de tajo y se instalan sobre la retina del Suroriente, apenas a unas cuadras de los barrios que más violencia han visto en la ciudad.

Junto a la parroquia Nuestra Señora de las Nieves, más de 600 artistas, entre disfraces, comparsas y danzas, esperan en formación. La mayoría lleva varios años saliendo en las fiestas, sin embargo, ni los líderes de tradición -aquellos que han participado por más de 50 años en las carnestolendas- se salvan de la novedad.

El 'Desfile del Bordillo' le dio la oportunidad da los habitantes de la localidad de cambiar la rutina durante una noche.

Wilfrido Escorcia es el Rey Momo del 2009 y el Descabezado del Carnaval, un disfraz que lleva 62 años participando en las fiestas y que heredó de su padre, Ismael Escorcia. Con su atuendo, inmortalizó para siempre la violencia política de una época, aquella que protagonizaron liberales y conservadores. 

Las razones han cambiado, pero el resultado sigue siendo el mismo, todavía hay violencia, todavía hay descabezados y el suroriente ha visto la mayoría de ellos. Con su disfraz, Ismael hizo un homenaje a los muertos por la violencia que el país no debía olvidar y, sin embargo, la ironía es que esta es la primera vez que va a llevar el mensaje a su propio hogar.

Barranquilla nació a orillas del río Magdalena. Cerca a sus aguas aparecieron los primeros barrios de la ciudad, que sirvieron de refugio para los viajeros que llegaban a la población naciente en busca de un futuro promisorio, ofreciendo a cambio sus tradiciones y cultura.

El Congo Grande de Barranquilla, el primer Congo del Carnaval, nació en el Suroriente.

Allí nació el Carnaval, sin saber que estaba naciendo, como una manifestación espontánea, desordenada, en el que las personas podían desfogar sus pasiones y olvidar la rutina. En una tierra joven, sin raíces culturales profundas que seguir con especial miramiento, todo era posible.

El tiempo desplazó los ejes económicos de la ciudad, pero el suroriente, y aquellos primeros barrios, siguieron haciendo su Carnaval, ya no solo para ellos, sino para la humanidad. Sin embargo, cada vez tenían que llevarlo más lejos de sus casas.

Corregir esa contradicción fue el sueño de Kevin Torres durante mucho tiempo. Hoy, cuando da la orden de salida y los grupos que esperan junto a la parroquia empiezan a caminar, lo hace realidad.

Kevin Torres, es el líder del Rumbón de las Nieves y el gestor del Desfile de Bordillo, un sueño que planificó desde hace muchos años.

‘El Desfile del Bordillo’ es el nombre que han escogido para la marcha, que agrupa a poco más de 40 comparsas y unos 30 disfraces, durante un recorrido de dos kilómetros. Un esfuerzo que ha movilizado a casi todos los ediles del Suroriente y al Carnaval del Suroccidente, de donde han venido varios grupos a bailar.

La seguridad fue una de las mayores preocupaciones al momento de autorizar el evento, nada más alejado de la realidad. Sin valla alguna que les separe del escenario, el suroriente contempla el desfile en calma, se olvida de las pandillas, de las drogas y de sus muertos.

A la cola de la marcha de disfraces y bailarines, el Rumbón de las Nieves cierra el cortejo y su Carnaval, el de su casa, al que han ido a verlos sus familiares, vecinos y amigos. Quedan cuatro días más, en los que seguirán bailando, ya no como locales, sino en calidad de exportadores para el resto de la ciudad.

Milena Ahumada ha venido con su familia a ver desfilar a su primo. Cree que la inversión cultural podría cambiar los problemas de su localidad.

“Es sorprendente la diferencia que puede hacer sobre la vida de un joven tener cultura y deporte”, afirma Milena Ahumada, su primo Jordi es uno de los integrantes de la comparsa. En barrios donde las drogas se encuentran cercanas, es difícil no perder el camino, sin embargo, en la comparsa, Jordi se encuentra a sí mismo. “Mientras están los carnavales, él está tranquilo, es feliz”.

“Imagínate si hubiera más eventos de estos”, se pregunta Milena, un cuestionamiento que no necesita respuesta, la realidad que marcha por las calles le responde con música

El recorrido elegido para el desfile pasa principalmente por los barrios Las Nieves y Simón Bolivar, sin embargo, el breve trayecto que cruza la calle 17, considerada una de las fronteras invisibles que utilizan las pandillas para delimitar sus territorios, le da la oportunidad a los habitantes del barrio La Chinita de ver el Carnaval casi a las puertas de su casa.

El Suroriente vivió su desfile sin altercados y en orden.

“A esta hora yo no podría estar en la calle”, confiesa Lizeth Paola Colpas, una joven de 24 años de este barrio. “Me daría miedo”. A pesar de la alegría, el fantasma de la violencia acecha cerca, pero  no se manifiesta.

Cuando el último grupo atraviesa la zona y la comitiva, cerrada por tres policías a caballo se marcha a lo lejos, los vecinos del barrio recogen sus sillas de plástico en cuestión de segundos, antes de que la música haya desaparecido del todo, las personas ya se han ido, de vuelta a sus hogares. Durante los 30 minutos en los que pasó el desfile fueron libres.

El Carnaval es comedia una que, a veces, puede ser negra. Si al público le cuesta salir a ver las fiestas, a los hacedores del Carnaval les puede costar aún más hacerlas. Sheimy Villegas vive en Rebolo, baila con el Rumbón de las Nieves y casi no pudo salir de su casa, pues al frente hubo un tiroteo entre pandillas. Al final cumplió con su cita.

El suroriente le ofreció su mejor rostro al Carnaval.

El Carnaval es vida que se antepone todos los años a la muerteaquí en el Suroriente es fácil entender el origen de la metáfora. No es filosofía gratuita, fruto de una mente veleidosa, que busca encontrar significados a la tradición, aquí la muerte es una realidad, y el Carnaval es su forma de sumar vida a la resta.

Al final del desfile, el balance habla por si solo, ningún altercado a lo largo del trayecto, ni maicena, ni agua desperdiciada, ni espuma. Solo un desfile, personas observando, muchos niños, familias y un respiro para la localidad.

En 2015 el Suroriente vivió su año más violento en una década, en 2016 la localidad responde con carnaval, siempre más carnaval.  En un barrio en el que los niños nacen bailando, en el que los lazos familiares se extienden hasta la comparsa del tío, del abuelo o del primo, la conclusión resulta evidente: el Carnaval no nace de la comodidad, sino de la habilidad para superar la adversidad.