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EFE

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Allegro ma non troppo

Una radiografía de la situación del país.

Por: Juan Antonio Barrero Berardinelli
juanbarrero@hotmail.com

Por estos días tan dolorosos un intempestivo sonido viajero interrumpió las muertes causadas por el virus y por las varias guerras que se libran en el territorio. Un ejército de juglares, armados de sus más fieros acordeones, irrumpió el cielo del Caribe.

La música viajó desde el valle del Cacique Upar unida por todos los pueblos de la sierra y se despidió para morir en las Antillas menores, de donde por los accidentes del contrabando los inmigrantes fundadores trajeron los primeros instrumentos para que en la Guajira se fusionaran con la caja negra y la guacharaca indígena.

Sí, por cuarenta y cinco mágicos minutos todos quedamos absortos buscando en dirección del cielo el origen de la enigmática armonía que produjo la sensación de que Papa Dios estuviera ejecutando en las alturas. Pero no, era el maestro Beto Villa, quien sincronizó a dieciocho de los más insignes acordeoneros para darnos un bálsamo cultural de paz y humanismo en medio de la barbarie propiciada por el inoportuno intento de una reforma tributaria en el contexto del acaparamiento mundial de las vacunas por parte de los países más poderosos y la complicidad de sus multinacionales farmacéuticas, quienes serán recordadas por no evitar el mayor genocidio sanitario de la historia ante la ya más que probada ineficacia del derecho internacional que ha sido incapaz de liberar la patente y se ha conformado con fomentar el mecanismo gota a gota del Covax.

El magistrado auxiliar de la Corte Constitucional, Juan Antonio Barrero Berardinelli.

Según el poeta estadounidense Oliver Wendell Holmes Sr. “los tributos son el precio que pagamos para vivir en una sociedad civilizada”, pero esta en la que vivimos, sin lugar a duda, no lo es, y en medio del desatino de presentar una reforma tributaria en el punto más agudo de una pandemia de alcance mundial, y ante la previsible y desproporcionada reacción de quienes aprovecharon el derecho constitucional fundamental a la protesta para manchar con violencia las más que legítimas reclamaciones de una inmensa mayoría de la pacífica sociedad civil, quien reclama algo tan sencillo como aplicar los mandatos de la Constitución, se escucharon los armoniosos argumentos en cinco tiempos de son, paseo, merengue, puya y porro (por fin la real academia del vallenato aceptó el porro), matizados por la formidable voz tenor del gran juglar Villazón, quien por instantes logró sacarnos de la triste realidad marcada por la enfermedad y la muerte.

En efecto, desde el más obstinado centralismo andino, el Gobierno Nacional en el intento de una fatídica reforma tributaria (sobre cuyo contenido no realizo pronunciamiento alguno y me limito a referirme a la oportunidad de la misma), logró asegurar un mayor contagio, pero nadie sabe con qué finalidad, pues ni el más ingenuo de los cientos de consejeros de gobierno creía que esa medida sería aprobada, pero sí sabían que causaría protestas en toda la geografía nacional y que unos pocos desadaptados las aprovecharían en lo que era a todas luces la crónica de una muerte anunciada.    

Así, mientras las decisiones del Gobierno Nacional fueron la causa eficiente para que los violentos tuvieran la oportunidad de quemar, destruir y robar todo lo que encontraron a su paso, al tiempo se escuchaba el pacífico enfrentamiento de piquería de los más versados acordeoneros en una sinfónica que nada tiene que envidiar a las que se presentan en el teatro de la ópera de Viena, Praga o la Scala de Milán.

Al final de la presentación que rompió los estereotipos del folclor no hubo aplausos y se sintió un silencio profundo que se resume en las palabras del Rey Villa cuando dijo que en contraste con la música clásica, el pentagrama de los acordeoneros está en el corazón. Esos cuarenta y cinco minutos fueron un bálsamo de vida en un día cargado de 490 muertes por falta de vacunación y otras sin que sepamos cuantas por exceso de anarquía que, como dijo el Ministro Fernando Londoño, en adelante exigen encomendarnos a la protección de los aguaceros.

En este contexto sombrío y desesperanzador, se ha dicho que el Caribe contra todo es una tierra alegre. En términos musicales hay que decir ma non troppo y es precisamente por eso que la valiosa iniciativa del maestro Villa suscita tanta atención, pues de manera análoga concita la escogencia de los mejores líderes de la región, -comenzando por los que de manera sobresaliente han administrado la capital de nuestra región (Barranquilla)-, para que en idéntica manera desde la inteligencia de la paz, la cultura y el desarrollo no caigan en el manipulado encasillamiento de dos supuestas posturas contrapuestas que son tan incipientes, burocráticas y jurásicas la una como la otra y, de una vez por todas así como se admitieron los aportes del porro y de la cumbia al género del vallenato, se de paso a las generaciones de gobernantes capaces de leer de otra manera la realidad y la traduzcan en buena administración al punto que para el próximo periodo no se siga perpetuando el presagio del Barón de Itararé cuando dijo que “si hay un idiota en el poder, es porque quienes lo eligieron están bien representados”.

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