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Una pelea a machete entre jugadores del Junior

El viernes 30 de mayo de 1969, el periódico Diario del Caribe, de Barranquilla, publicó la noticia de una fenomenal trifulca entre varios jugadores del Junior, equipo que, a la sazón, era dirigido por el señor Julio Tocker, a quien los periodistas apodaban “el filósofo del fútbol”.

Los textos del diario fueron firmados por el ya fallecido reportero Fabio Poveda Márquez, quien cubría los deportes para ese importante medio, cuyo Editor era Álvaro Cepeda Samudio. Diario del Caribe se había convertido por aquellos tiempos en la principal competencia del periódico El Heraldo.

Según la información, la escandalosa pelea tuvo su origen en una fractura del camerino, propiciada por el descontento de ciertos deportistas con las decisiones del “filósofo del fútbol”. Todo hace pensar que Tocker se la montó a Nelson Díaz, pues lo relegaba a la suplencia, y ese jugador nunca aceptó el tratamiento discriminatorio.

Cuenta Fabio en su nota que el zafarrancho se produjo porque Tocker intentó armar dos equipos en una práctica, el de suplentes y el de titulares. En el de suplentes colocó al uruguayo Nelson Díaz, quien no compartió la decisión, por lo cual se paró en la mitad de la cancha, saboteando el entrenamiento. En vista del irrespeto, el estratega se vio forzado a suspender la práctica.

Pero el problema no terminó ahí, ya que, cuando ingresaron al camerino, el uruguayo se dirigió enardecido a donde estaba el técnico y, casi sin dejarlo reaccionar, lo prendió por el cuello, gritándole con rabia en medio de todo el grupo: “Viejo… (palabras impublicables) … ¿me vas a acabar?”.

Algunos futbolistas intervinieron para salvarle la cabeza a Tocker, colocándose entre él y Díaz. El principal de ellos fue el gaucho Galdino Luraschi, quien no solo protegió al técnico, sino que dijo a los cuatro gritos que había una conspiración contra Julio, denunciando que siete jugadores dirigían el levantamiento.

Oswaldo Pérez, un futbolista extranjero que había adquirido fama de problemático y pata dura (dentro y fuera del campo de juego, en Junior y otros clubes), tomó muy en serio las graves declaraciones de Luraschi, y se enfrascó con él en una ácida discusión, que casi desemboca en pelea a las trompadas.

Luraschi no sospechaba el tremendo lío en que se metía al atreverse a denunciar al patadura Pérez, tomando partido en contra de Díaz y a favor de Julio Tocker. Pues resulta que la pelea del camerino se prolongó a los extramuros, e inundó de escándalo a la Calle 72.

La iracundia de Pérez no se había sofocado con los gritos y madrazos que volaron paredes adentro, sino que adquirió dimensiones de tragedia en plena vía pública, debido a que, aún enardecido y vociferante, esperó en la puerta del estadio a Luraschi y sus aliados, en disposición de proseguir la reyerta.

Pero lo nuevo del conflicto no estuvo en que ahora se trasladaba a la calle, sino en el hecho de que Oswaldo Pérez, quién sabe de qué forma, se había hecho acompañar por una reluciente rula, un machete de los mejores de aquellos tiempos, en que sobresalía la conocida marca Collins.

A sabiendas de los antecedentes criminales de Pérez (a quien habían encarcelado por violencia en Armenia), Luraschi y su acompañante (el arquero argentino Osmar Miguelucci), no encontraron más opción, al verlo con la rula Collins bien arriba, que echar a correr, perseguidos por el enfurecido Pérez, quien soltaba machetazos a diestra y siniestra sin ningún control.

Poveda Márquez escribió en su reporte que “El incidente llamó la atención de cientos de personas que prácticamente paralizaron el tráfico en ese sector, convirtiéndose el lío en un verdadero escándalo” (Diario del Caribe, viernes 30 de mayo de 1969, p. 16).

Ese escándalo tuvo como protagonista principal al enardecido Oswaldo Pérez, quien soltaba planazos y tiraba a matar con los ojos casi salidos de sus órbitas. Uno de esos machetazos alcanzó a herir levemente a un aficionado, y otro tocó, sin consecuencias lamentables, al jugador criollo Carlos Peña.

Entre tanto, Luraschi y Miguelucci, las dos posibles víctimas fatales dentro del lío, habían logrado reingresar al camerino bajo la protección de otros colegas, y Pérez fue calmado por varios de sus compañeros, quienes evitaron una tragedia con saldo de por lo menos dos muertos.

Esta situación insólita fue el resultado de los problemas que afrontaba el Junior de los años sesenta, por la actitud de jugadores con un nivel cultural muy bajo (y de perfil violento), y por los errores en el manejo del grupo de un técnico que sabía de fútbol, pero que carecía de la suficiente inteligencia emocional para interactuar tranquilamente con sus dirigidos.

El escándalo protagonizado por Oswaldo Pérez en cierto modo era la consecuencia de una crisis más profunda del club, que no poseía un buen desarrollo institucional, y que a veces ni siquiera pagaba puntualmente los sueldos de los futbolistas y empleados.

No es gratuito que el reportero Fabio Poveda Márquez titulara la noticia de esa pelea (que originó sanciones) de la siguiente manera: “Así culmina el caos en Junior. Agresión armada entre los jugadores”. Sin más palabras.