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Un verde que solo asuste a delincuentes

Desesperado, un padre de familia en Armenia saca a su hija de 19 años de una manifestación dándole correazos. Hoy ese papá, compungido, dice que se arrepiente, y que reaccionó de esa manera aterrorizado de que su niña terminara muerta en la protesta.

En contraste, tengo una conversación con mi sobrino de 20 años, a quien le digo que en sus manos está la transformación de Colombia, que es importante que su voz se escuche. Le pongo de ejemplo a un chico rapero que está en Twitter con el perfil @jufealqueswag, quien con irreverencia, gracia y talento, desnuda lo que hay en su corazón. No entiende cómo un CAI es más importante que la vida humana y aprovecha su rima para rechazar las irregulares acciones de la policía. El video tiene casi 10 mil reproducciones.

Mucho le debemos a nuestra Policía, nos hemos sentido en múltiples ocasiones orgullosos de su labor y entrega al servicio de la seguridad y el orden. Pero no es menos cierto que el organismo hace mucho requiere una reforma estructural que sirva para mejorar las condiciones laborales de los uniformados. Mientras, en Estados Unidos, un policía gana en promedio veinte millones de pesos, en Colombia, un patrullero gana menos de tres millones. También se necesita para atender y superar los grandes males que agobian a la institución. Se precisan acciones urgentes que logren generar confianza en la ciudadanía y que, además, los ponga a tono con la modernidad. Avanzar en el ideal de una policía más cercana a la comunidad, depurada de los malos elementos profesionalizada y debidamente capacitada, con mecanismos de control interno y externo que auditen y valoren con eficiencia el desempeño policial, así como la información oportuna y rigurosa sobre las ocurrencias delictivas, una fuerza policial que priorice en la prevención más que en la represión.

Mencionaba la alcaldesa de Bogotá, con lágrimas en sus ojos, que los 10 muertos que dejó las revueltas en la capital, no superaban los 30 años, todos muy jóvenes, muchachos que no reclamaban nada diferente a la reivindicación del derecho a la vida. Se sentían traicionados por la Policía Nacional, un establecimiento que está para proteger a las personas, pero que, por infortunio, también se ha convertido en innumerables casos en su terrible verdugo.

La complejidad para gobernantes y autoridades en general, que paradójicamente le hace bien a Colombia, radica en que hay una nueva generación que se creía ensimismada en el Play Station, el Xbox y las redes sociales que cada día se involucra más en los temas de fondo de la patria. Una camada de pelaos valientes que salen a reclamar sus derechos, que no entienden muy bien los asuntos de la vieja guerra, ni de la política tradicional, pero que, en todo caso, con gran sentido común, exigen a líderes, luchan por el deber ser en la política, asumen la defensa de lo social y también dan la pelea por lo medioambiental.

Como lo hizo la misma alcaldesa de Bogotá en 1990, cuando promovió, con otros jóvenes la séptima papeleta, que permitió posteriormente una nueva Constitución en Colombia. De no haber sido por esa iniciativa juvenil, quién sabe cuantos años más hubiéramos estado atados al pasado, sin la posibilidad de tener un Estado moderno y con herramientas para garantizar los derechos de los ciudadanos como la tutela, las acciones populares o la Defensoría del Pueblo, por citar algunas.

A mi sobrino y los jóvenes en general les digo, que el camino en la política no es casarnos con nombres; se trata más bien de entender y creer con intensidad en postulados, en ideas, que son las que se deben defender con ímpetu. Esto no significa que se deba arropar la máxima maquiavélica que luce tan familiar en nuestro sistema político, la de que “el fin justifica los medios”, nada de eso. Siempre los “medios” podrán legitimar lo que eres y lo que representas. El país necesita una juventud cívica, participativa, propositiva, beligerante y alejada, muy alejada de la violencia.