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¿Síntomas de guerra fría?

Desde el desplome de la Unión Soviética, las relaciones internacionales han deambulado más por la incertidumbre que las antiguas certezas. Las predicciones futuristas, por complejas que sean, no han dado el ancho para cimentar un paradigma aceptado de manera más o menos general. Hemos deambulado entre la lógica del Estado Homogéneo Universal bajo una organización unipolar; por la visión civilizacional que pregona una conflicto desatado por las pretensiones de universalidad de Occidente y; por el siempre presente intento por revivir el paradigma bipolar de la Guerra Fría.

El predominio político y militar de Estados Unidos con posterioridad a la desaparición de la Unión Soviética ha sido incuestionable y ello ha posibilitado el aumento de su intervencionismo  en conflictos que, más allá del discurso oficial, delatan los intereses económicos de la superpotencia del norte: Palestina, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, de una u otra manera han sentido la intervención de quien se ha erigido como el garante de las relaciones internacionales que, no pocas veces, no respeta la institucionalidad que buscan establecer los mecanismos jurídicos de las relaciones entre los Estados. Esta misma institucionalidad se ha visto tremendamente debilitada ya que ha demostrado no tener la fuerza y  los instrumentos necesarios para imponer a Estados Unidos conductas acordes con los acuerdos y tratados internacionales, dejando en  manos de la discrecionalidad estadounidense las formas de enfrentar  situaciones puntuales que han provocado complejas y dolorosas consecuencias.

Desde 1991 no fueron pocos los historiadores y los analistas internacionales que pregonaron la resurrección de la Guerra Fría. La perspectiva histórica nos entrega variadas realidades a la pregunta que, sin duda, se impone: ¿Estados Unidos contra quién? El escenario estratégico internacional nos habla de potencias comerciales que pueden disputar a Estados Unidos la supremacía mundial en dicha dimensión, pero ninguno de ellos dispone de un potencial militar capaz de enfrentarlo y, más aún, la gran mayoría de ellos responden a visiones ideológicas más cercanas al liberalismo que a un modelo de sociedad alternativo, salvo China.

 Elevar al gigante asiático a una situación confrontacional que reviva la visión Este-Oeste de la segunda mitad del siglo XX resulta sin duda interesante y hasta atractivo. En palabras de Fukuyama esto no sería más que una ficción, ya que en China el capitalismo económico, ampliamente difundido, permitiría promover cambios a nivel ideológico y político que la terminarían acercando hacia Occidente. ¿Es ése el escenario actual, a 30 años del texto de Fukuyama? Los cambios políticos parecen haberse ralentizado más que lo que pregonaba el politólogo estadounidense y, a pesar de convivir con una economía abierta y pujante, parece que las estructuras políticas de China se reafirman en la lógica comunista, a lo mejor no por el convencimiento de dicha ideología, sino que por la esperanza de la autodestrucción del capitalismo a partir de sus propias contradicciones.

 Hoy, y desde el término de la Segunda Guerra Mundial, pareciera que el liderazgo de Estados Unidos está en peligro. Después de 50 años de guerra fría y de más de 20 años de intervencionismo, en especial en el Medio Oriente, acrecentado por la política económica de Donald Trump,  han generado más incertidumbre que fiabilidad en muchos países sobre el manejo de Estados Unidos. Los asiáticos y  los productores de materias primas, han generado más dudas que confianzas en sus relaciones internacionales con la superpotencia.  La actitud individualista estadounidense, y que se ha visibilizado de manera muy clara en la dimensión comercial, llevan a pensar en  China, abriendo una nueva posibilidad a un modelo alternativo que parece ser capaz de conjugar más de un sistema. Lo anterior dependerá, sin duda, de las consecuencias de la declarada guerra comercial y, muy en particular, en las repercusiones para Estados Unidos.

Hace un par de semanas, el Presidente designado de Venezuela, ha revalorizado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), una estrategia militar y defensiva contra la amenaza de terceros, firmada en 1947, momento en que la Guerra Fría no se dejaba sentir con fuerza en nuestra región. Este tratado, que no era otra cosa que una OTAN regional, es el que impide que América Latina se incorpore a la agrupación de países no alineados que surgió de la Conferencia de Bandung años más tarde. ¿Cuál es la relevancia de esta situación en el contexto actual y específicamente en el drama que vive el pueblo Venezolano? Según los especialistas, este instrumento jurídico internacional, que parecía haber quedado obsoleto por el nuevo ordenamiento internacional, pero que nunca nadie había derogado legalmente, podría sustentar una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Es decir, la Guerra Fría, por muy puntual que sea el caso, no ha terminado, y Estados Unidos sigue impactando en el derrotero político de los países latinoamericanos a través de viejas prácticas que creíamos superadas por las nuevas circunstancias históricas. La pregunta que queda pendiente es ¿qué papel representarán los intereses económicos relevantes que los capitales chinos juegan en Venezuela?