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¿Por qué fue derrocado Evo Morales?

Evo Morales fue el primer presidente indígena de un país donde la población ancestral equivale a un poco más del 40% del total de la nación, según el censo de 2012. Llegó al poder en el año 2006, y tres años después promulgó una constitución que reconocía la multiplicidad étnica de la república, y que transformaba en oficiales 36 lenguas nativas, además del español.

Bolivia fue convertida en el Estado moderno con más lenguas oficiales de todo el planeta, en el cual el perfil indígena se volvió gobierno. Morales empoderó a la mayoría de sus hermanos de etnia, y en casi catorce años de mandato ayudó a construir una sociedad donde fueron protagonistas los indígenas y los sectores populares.

La bonanza derivada de la producción y exportación de materias primas, gas y otros recursos de la naturaleza se utilizó para nutrir diversos programas sociales y para mejorar las condiciones de vida de las mayorías, sin que se perjudicara el manejo macroeconómico. La economía creció, en los últimos tiempos, a un 4,9 anual, en promedio, y la pobreza cayó de un 63% a un 35%, según datos del Banco Mundial.

El gobierno de Evo era reconocido (por las instituciones internacionales que atienden al funcionamiento económico de los países) como serio y respetuoso en el manejo de los asuntos fiscales y de los temas gruesos del andamiaje de la economía, a diferencia de otros gobernantes de la izquierda que habían ayudado a devastar a sus naciones en América Latina.

Si esto era así, es decir, si la Bolivia de Evo aparecía como un país caminando hacia la prosperidad, de la mano de un presidente indígena y de izquierda, ¿por qué se derrumbó tan rápidamente ese gobierno? ¿Qué circunstancias motivaron su caída?

Lo que muestra la crisis es que el país estaba fracturado por razones étnicas, religiosas y políticas. Quizás sin proponérselo, Evo y su gente ayudaron a exacerbar, con su modelo, el racismo contra los indígenas, y les entregaron otro motivo a los fundamentalistas religiosos para enfrentar a su gobierno.

Todos los que estaban en su contra por razones políticas y económicas vieron favorecida su causa al instrumentalizar los sentimientos religiosos que fueron tocados por el gobierno, al igualar (o poner en desventaja) a la religión cristiana frente a la religiosidad indígena.

La reacción contra Evo fue, también, una protesta contra el predominio o la exaltación de la fe de los indígenas (vista como opuesta por los fundamentalistas cristianos), y otra forma de expresar el racismo contra los pueblos ancestrales, ahora bajo el disfraz de la confrontación política y religiosa.

El estallido social también expresó otra división de fondo, entre quienes querían enrumbar al país hacia un socialismo de talante indigenista, y aquellos que se oponen a esa ruta en los ámbitos cívicos, gremiales, económicos y políticos. Esta es la principal contradicción de la coyuntura, la cual asumió un rostro regional debido al peso económico y político de algunas partes de la nación que enfrentaban el modelo de Morales.

La combinación de los anteriores procesos explotó por varias decisiones de Evo y su gobierno, que ayudaron a deslegitimar su proyecto, y que les entregaron armas a sus enemigos para derrocarlo. Todas tuvieron que ver con las normas de funcionamiento del Estado.

Morales actuó, por la razón que sea, como todos los gobernantes de izquierda o derecha que aspiran a perpetuarse en el poder reformando la constitución. En Colombia, por ejemplo, Álvaro Uribe Vélez (de la ultraderecha más extrema) introdujo un artículo en las normas constitucionales para hacerse reelegir una vez, e intentó seguir derecho con más reelecciones y con más revisiones a la carta fundamental, pero fue parado en seco por la Corte Suprema de Justicia, que no le permitió concretar de nuevo sus intenciones.

Evo realizó un referendo en el año 2016, con el cual se buscaba reformar la constitución para permitir la reelección indefinida. Pero tuvo menos suerte que Uribe, pues más del 50% de los votantes negó la posibilidad de esa reforma.

En vez de ensayar con la candidatura de otros aspirantes del MAS (su principal apoyo político) o con personalidades cercanas a su proyecto, Evo se lanzó al abismo al buscar la aprobación del Tribunal Constitucional (controlado por sus amigos), el cual le entregó el aval para hacerse reelegir, tutelando su derecho a repetir con el argumento dudoso de que su aspiración era un derecho humano de alcance internacional, reconocido por el Estado boliviano.

Esta mascarada le costó demasiado al presidente Morales, pues no solo puso otras armas en las manos de sus opositores internos y externos, sino que contribuyó a deslegitimarlo ante algunas instituciones decisivas, como la policía y el ejército. El puntillazo final, en el abanico de sus errores políticos y legales, provino de las elecciones a presidencia de octubre del año 2019.

Los encargados del conteo de votos maniobraron de manera inadecuada para evitar que hubiera una segunda vuelta, en la cual Morales seguramente perdería el poder ante las fuerzas aglutinadas por el segundo en lisa, el opositor Carlos Mesa.

La convocatoria a la OEA (dirigida por alguien que antes lo había apoyado, Luis Almagro) para que supervisara el conteo y todo el proceso, fue el último mazazo que fulminó a Evo, pues esta sostuvo que existieron muchas irregularidades que daban pie a la existencia de un fraude electoral, por lo cual había que repetir las elecciones.    

La exigencia de renuncia de la oposición en las calles (y la turbamulta social que iba in crescendo) preparó el terreno para la revuelta al interior de la policía, y para la declaración del comandante de las Fuerzas Armadas, general Williams Kaliman, en la que le solicitó dejar el cargo.

Sin el apoyo de las instituciones armadas de la república, no le quedó otra salida a Evo sino la de irse. De nada le sirvió aceptar la idea de la OEA de repetir las elecciones (una declaración que llegó muy tarde), pues todo había engranado ya para su derrocamiento.

El hecho es que Bolivia sigue hoy polarizada y descompuesta institucionalmente, con una presidenta fruto del vacío de poder, de la improvisación y de la imposición, que reemplaza a Evo sin cumplir los requisitos constitucionales mínimos, y con unos antecedentes de racismo y de fanatismo religioso que preocupan a tirios y troyanos.

No está claro lo que ocurrirá de aquí en adelante con los partidarios del expresidente Morales, ni cómo procederán contra ellos la presidenta ilegal de la transición, la policía y las Fuerzas Armadas. Tampoco es clara aún la manera como actuará Evo Morales, después de recibir el asilo en México, aunque ya se conoció su disposición de volver a Bolivia.

Es improbable una guerra civil, pues no se ve por donde se pueda armar a las personas que apoyaban a Morales. Pero no se puede descartar un baño de sangre, como única salida para mantener en el poder a los enemigos del expresidente.

Lo que no tiene discusión es que a Bolivia la gobiernan desde ahora los opositores y enemigos de Evo, dispuestos a arrasar con su legado, para bien o para mal. Qué ocurrirá con sus partidarios y con el nuevo e ilegítimo poder es la gran incógnita que despejará el futuro. Ojalá sin que siga corriendo la sangre.