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Los 70 -melancolía-

El martes 15 de mayo de los corrientes, el Presidente Duque en su alocución diaria a la que nos ha acostumbrado desde la declaratoria de emergencia, explicaba entre muchas cosas, las razones por las cuales extendía la cuarentena. En ese momento, explicó el por qué debemos cuidar en especial de nuestros niños y veteranos mayores de 70 años, los miembros de nuestra civilización que nacieron en el año 50 del siglo pasado, los mal llamados “abuelitos” que en tono de nuestro joven Presidente, hay que cuidar como incapaces, seniles y una maltrecha generación.

Al día siguiente, Duque pidió perdón. Olvidó el Presidente que miembros de su gabinete y el propio ex Presidente Uribe, su mentor, están y se encuentran pisando la edad de los abuelitos. Sin embargo, el perdón no sirvió para modificar la medida la cual mantiene: No pueden salir a la calle y tal vez, el 30 de junio salgan acompañados, unas horas, como los infantes y canes, de la mano de alguien capaz y que los cuide.

Desde la presente columna, un litigante con menos edad y autoridad que el Presidente, consciente de que la experiencia es tan valiosa que se paga con la vejez, solicita respetuosamente a Su Autoridad que corrija su error de sobreproteger a la generación por la cual hoy como país no somos una catástrofe, a la población gracias a la cual Colombia se sostiene hoy día.

Muchos empresarios que mantienen cientos de puestos de trabajo como Arturo Calle y que financian y también abusan de los sueños de los colombianos, como Luis Carlos Sarmiento, ya pasaron la brecha de los 70 años y más. Pobres abuelitos, mandémosle alguien que los cuide, dice el Presidente, que Luis Carlos no pise un banco y que Arturo Calle no vaya a su fábrica, pobre viejito. Que Willie Colón no venga al país y si viene, lo haga después del 30 de junio acompañado de una chaperona; que Comesaña, no salga a dirigir un partido del Junior y si se autoriza, lo dirija agarrado de la mano de su niñera impuesta por decreto.

Tal vez el Presidente igual le indique a la ONU que Michelle Bachelet no venga al país, que la Alta Comisionada para los Derechos Humanos si viene, lo haga acompañada de un hijo que le revise el pañal y le cuide con baberos durante la cena que seguro le darán de bienvenida en la Casa de Nariño. Que la pobre Isabel Allende se resigne a cambiar pañales, que ya muchas obras hizo, que su novela Más Allá del Invierno fue un exceso desafortunado. Qué diría García Márquez que llegando a sus 70 años se ingenió Historia de un Secuestro y Donald Trump, su colega presidencial, que desde Cancillería le informen que tal vez es mejor que se vaya a su casa, que se cuide de un soponcio, no sé, preocupaciones de Duque a sus colegas.

Ese imaginario colectivo que ubica a los mayores de 70 como la edad del resignamiento y el aburrimiento debe desaparecer, es una falacia que está impresa desde el Presidente hasta nuestros jóvenes adolescentes. La entrada a la madurez en nuestra época está llena de vitalidad, adultos maduros prestos a disfrutar lo sembrado. Una cosa es pensionarse otra cosa es ser viejito. Basta de creer que los de la tercera edad andan con balas de oxígeno, sillas de rueda y oliendo a caca. Una política gubernamental seria a favor de la tercera edad, debe tener por bandera políticas afirmativas que permitan que todos sus miembros sean independientes, autosuficientes y libres de tomar sus decisiones.

No quisiera yo y seguro el Presidente Duque envejecer en un país que a mis 70 me resigna al cuarto de San Alejo, a los inútiles cachivaches que se usan cuando nos llama la melancolía, que telefoneamos por culpa y que cuidamos con desdén. Los viejos de hoy no son tan viejos; por el contrario, son adultos llenos de experiencia y vida. Es momento de revaluar las edades de nuestras generaciones porque ni con 18 soy apto para tomar un fusil ni a los 70 me encuentro mascando agua.

Presidente Duque, apenas salgamos de la pandemia, se hace necesario reformular las políticas públicas en pro de nuestro futuro, para que la vejez no sea una edad que de pesar, sino que resulte llena de independencia, autonomía y dignidad donde nuestros adultos mayores puedan disfrutar su vida y lo que les resta, porque recuerde: No hay plazo que no se cumpla ni término que no se venza. “Vivo, en el número 7[0], calle melancolía, quiero mudarme hace años al barrio de la alegría” Joaquín Sabina.