La selva amazónica, patrimonio tangible y vital de la humanidad

Es muy temprano para evaluar los daños y efectos colaterales de los extensos incendios que consumen a la selva amazónica, menos todavía, cuando la situación empeora día a día. Desde principios del 2019, se han contabilizado 72.843 incendios, lo que equivale a un incremento de un 83%, si se compara con el año anterior. Actualmente, según el Instituto Nacional de Investigación Espacial (INPE) del Brasil, entre el jueves, 22 y el viernes, 23 de agosto, se presentaron 1.633 nuevos incendios, sumándose a los 2.500 anteriores de los días martes, 21 y miércoles, 22. Para la Agencia Francesa de Prensa, AFP, el mes de julio contabilizaba más de 2.500 km² de selva reducidos a pura ceniza.

Es a causa de la deforestación para implementar cultivos destinados principalmente a los biocarburantes, la minería y la cría de ganados, que el Amazonas ha perdido en diez años unos 550.000 km², o sea, la cifra descabellada de más de 162 veces la superficie del departamento del Atlántico. En la conferencia de estos días, del G7 en Biarritz, el presidente Macron menciona que 1.200.000 km², es decir un poco más que la superficie de Colombia (1.141.749, km²) ha sido devorada por estos incendios. La selva amazónica transfronteriza, antes de la colonia, ocupaba más de 5.600.000 km², ya en 1970 pasó a 4.100.000 km² y en el 2017 sólo tenía 3.316.172 km². Todo esto antes de la toma del poder de Bolsonaro y la deflagración ambiental que está causando su política económica…

¿Entonces, en qué concierne a los franceses, austriacos, japoneses, colombianos… lo que sucede en la amazonia brasilera? En qué, como todos sabemos, los humanos, así como los animales captamos en la respiración el oxígeno del aire y la selva amazónica produce más del 20% del total de ese oxígeno... Además, ella representa una reserva del 60% de los bosques tropicales del globo, compuesta por 390 mil millones de árboles, amparando el 50% de las especies vegetales del mundo y una diversidad sin igual de animales, al punto qué, a tan solo algunos kilómetros de distancia, se encuentran ecosistemas diferenciados y endémicos, es decir, que no se encuentran en ninguna otra parte. Almacena entre 80 y 120 mil millones de toneladas de carbono, con un importante papel regulador del clima con la captura de CO², principal gas invernadero.  La pérdida de la diversidad, no es un problema de nostalgias, ni de balance de pérdidas y ganancias, es una garantía de vida, puesto que las moléculas vegetales o animales tienen un potencial incalculable para la vida de los hombres y otros seres vivientes. No hay mucho espacio para nombrar los infinitos beneficios que ofrece nuestra selva. Nuestra, porque no sólo es colombiana o de los nueve países donde ella tiene raíces, sino de todos los habitantes de la tierra.

Los incendios forestales ocurren en todos los continentes, en estos momentos están ardiendo parcialmente las sabanas subsaharianas, así como las estepas siberianas. El impacto del fuego en la selva amazónica es mayor que el producido por los incendios recurrentes en las planicies africanas, donde sus pastizales se restablecen prontamente, al igual que los de las estepas asiáticas. En las latitudes norte, la situación es más preocupante ya que los incendios están aumentando su cadencia, de forma que los coníferos, que son bastante aceitosos prenden rápidamente, con destrucciones masivas que empeoran el clima. En el sur de Europa hay regiones semi áridas, que la encaminan a entrar en el ciclo de destrucción: calentamiento climático-sequia-fuego-recalentamiento. La compensación de la vegetación del sur de Europa es incierta, a pesar del crecimiento moderado de sus arbustos y arboles de talla mediana. Este panorama nos devuelve al problema central: la contención razonable de los aportes de oxígeno por parte de los bosques seguiría privilegiando por el momento a la amazonia, siempre y cuando se frene en seco la deforestación y se replanten masivamente las zonas devastadas.

Los incendios en la selva amazónica tienen consecuencias diferentes, su suelo por increíble que parezca es particularmente pobre. Su vegetación es lujuriante por autoalimentarse de las hojas y árboles muertos en un ciclo renovado, de vida y muerte. La combustión no solo destruye su vegetación, sino su humus legendario y la ceniza no es suficiente como fertilizante. Los indígenas que practican la agricultura lo saben bien, después de una o dos cosechas, ellos abandonan el área hasta por veinte años y a veces no regresan nunca. La renovación forestal amazónica por esas circunstancias es muchísimo más lenta.

La planicie amazónica es extraordinariamente extensa y sus cuencas hidrográficas abundantemente tupidas, lo que le da una capacidad de conservar una humedad relativa, incluso en periodo seco, esto la protege de forma natural de las sequías estacionales que se producen cada año de forma amplificada por el recalentamiento atmosférico. Recientemente en una entrevista a la AFP, Jeffrey Chambers, especialista en bosques tropicales, explicó: “una selva tropical no suele ser inflamable porque es húmeda”. La amplitud de los incendios actuales entonces puede explicarse: según los últimos informes de la NASA apoyados en imágenes satelitales, las que muestran claramente que la casi totalidad de los inicios de fuego, parten de las zonas deforestadas. Los taladores se llevan los troncos de los árboles y abandonan en el sitio las ramas y la maleza, que al secarse nada más esperan convertirse en llamas. En efecto, una vez que el fuego se declara, la intensidad del calor es de tal magnitud, que evapora hasta la humedad más terca y en cuestión de minutos convierte como si fuera paja seca, hasta el árbol más verde entre los verdes.

Lo que describimos arriba, nos arrastra más rápido que nunca en un círculo de infierno: deforestación, calentamiento climático, incendio. Luego no hará falta deforestar para animar la marisola del desastre, sobre todo cuando estamos a punto de pasar a un umbral de irreversibilidad del desplome civilizacional, si por nuestra culpa colectiva, continuamos aumentando la temperatura. Poco se informa que la dinámica térmica tal como se perfila, provocaría el deshielo de los terrenos congelados en Siberia y Canadá, liberando el gas metano que se encuentra hasta el momento prisionero en el subsuelo y solidificado por el frio. El problema es que el metano tiene un efecto de invernadero que supera 25 veces el CO² y hay un tonelaje de metros cúbicos de metano enterrado, mayor que todo el dióxido de carbono deambulando en la atmosfera. La tierra se volverá una hoguera, donde las primeras víctimas son los indígenas, propietarios ancestrales del continente americano, ¿luego seguiremos nosotros?

Realizando con otra intención, un estudio de derecho comparado de la propiedad, de la tenencia y del uso del suelo, saltaba a los ojos la visión progresista de la Constitución Brasileña de 1988. Una de las primeras en proteger la naturaleza, con un énfasis tan vigoroso de respaldo jurídico, que la coloca a la delantera de las demás Constituciones del mundo, en temas de protección del medio ambiente. En su título VIII, capítulo VI “del medio ambiente”, el articulo 225 estipula: “Toda persona tiene derecho a un medio ambiente ecológicamente equilibrado, que sea de uso común de la gente y esencial para una calidad de vida saludable. Las autoridades públicas y la comunidad deben defenderlo y preservarlo para las generaciones presentes y futuras”. En la Sección 1. “Obliga a las autoridades a proteger: VI. “…el medio ambiente y combatir la polución en cualquiera de sus formas”; VII. “…a preservar los bosques, la fauna y la flora”. El Titulo III que trata de la organización del Estado, establece en el Capítulo III, Articulo 23, “…la competencia común de la Unión, de los Estados (federales), del distrito Federal y de los municipios, en su obligación de: “preservar y restaurar procesos ecológicos esenciales y prever el manejo ecológico de especies y ecosistemas…”. El derecho ambiental se iza de esta manera al rango constitucional, siendo otorgado a todos sin distinción alguna.  

Con lo que no se contaba era con la llegada de alguien con el talante de Jair Bolsonaro, quien como lo había prometido desde antes de su elección como presidente de Brasil, tomó inmediatamente medidas en detrimento de las comunidades indígenas y en contra de la selva, reiterando que las demarcaciones de sus reservas hacían inviable el crecimiento del agronegocio y de la minería.

En su primer día de administración, promulgó la Medida Provisional, MP 870, reorganizando los órganos, ministerios y atribuciones presidenciales. El MP entra en vigencia inmediatamente lo firme el presidente, con un máximo de 60 días prorrogables sólo una vez por el mismo período, pero para que se convierta en ley, debe ser aprobado por el Congreso, en este caso antes del 3 de junio, fecha de su vencimiento.

El Congreso rechazó la MP 870, que entre sus apartes establecía la transferencia al Ministerio de Agricultura de la competencia para demarcar tierras indígenas y quilombolas (tierras de afrodescendientes). No contento Bolsonaro, emitió un nuevo decreto, con igual contenido, pero el jueves 1 de agosto la Corte Suprema de Brasil suspendió todos los efectos de éste. Es de saber que la Ministra de Agricultura es ex jefe del lobby agroindustrial brasileño. El lector sacará sus conclusiones.

El derechismo extremo no se acomoda fácilmente con el Estado de Derecho y en una de sus entrevistas Bolsonaro declaraba que la Constitución del país frenaba el desarrollo económico, por la imposibilidad de expropiar las tierras pertenecientes a las comunidades indígenas. El diario francés Liberación (23 /08/2019), recordaba una de sus afirmaciones: “Qué lástima que la caballería brasileña no haya sido tan eficiente como la de los estadounidenses, ya que ellos sí exterminaron a sus indios".

Es difícil que el pensamiento del 2% de brasileros que poseen el 50% de las tierras útiles del país, coincida con el de la mayoría de la población. En el debate electoral brasilero, las reivindicaciones de igualdad de género, el derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo, así como el derecho de igualdad, de las personas con otras orientaciones sexuales diferentes, eriza una opinión tradicionalista y trabajada a fondo por las iglesias de todo pelo. Si se le agrega a un nacionalismo rancio que prende en todos los sectores, a pesar de ir en contravía precisamente de la ambición exportadora del país, la fatiga de la corrupción y la manipulación de la información a través de los medios y de las redes sociales, esta mezcla de opiniones terminó llevando al poder a un facho de primera. Aunque cada pueblo escoge su destino, el destino al que apunta Bolsonaro compromete puntualmente y de manera clara y precisa el porvenir de toda la humanidad. Y es aquí donde se debe poner en la mesa la cuestión de la soberanía de los Estados.

Un país como una persona tiene derechos y obligaciones, la libertad de uno se detiene en los límites de la libertad del otro. En el derecho internacional por mucho tiempo se batalló con el derecho soberano de cada país, para evitar que cada gobierno hiciera lo que se le viniera en gana, ya sea en contra de su población, ya sea en contra de la naturaleza, como sucede en la devastación de la selva brasilera. La sanción penal internacional de los crímenes contra la humanidad es necesaria, así como debemos sancionar los crímenes contra la naturaleza, cometidos en cualquier país. Lo que ocurre en el Amazonas brasilero es responsabilidad del gobierno brasilero a causa de la incitación a la deforestación para privilegiar hacendados y mineros, sin que estemos olvidando lo que sucede en el Amazonas colombiano.

Dando una mirada retrospectiva a las responsabilidades de los gobiernos por sus acciones, la costumbre en el pasado, era que la injerencia extranjera se manifestara solo si había intereses coloniales de por medio, o para detener las veleidades de independencia de algunos pueblos o para impedir que la influencia de un campo invadiera la cancha adversa del otro durante la guerra fría. En los años setenta, la práctica bifurcó para defender el derecho humanitario, como cuando el Vietnam intervino en Camboya, para detener el genocidio khmer rojo contra la población camboyana, matanza que había superado los tres millones de víctimas.

Luego el derecho de injerencia humanitaria se comenzó a imponer como una evidencia en la comunidad internacional. Los tribunales penales especiales para juzgar los crímenes contra la humanidad tuvieron su precedente en los juicios de Nuremberg y Tokio, al finalizar la segunda guerra mundial. El horror genocida en la antigua Yugoeslavia llamó la atención de la comunidad internacional y bajo los auspicios del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se instauró el 25/05/1993, el Tribunal Penal Internacional, para juzgar los crímenes y violaciones del derecho internacional humanitario. Para juzgar otro genocidio, esta vez, en la zona de los grandes lagos en África, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas creó el 8 de noviembre de 1997, el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. Luego el 17/07/1998 en Roma una Conferencia Diplomática de plenipotenciarios de las Naciones Unidas se puso de acuerdo para crear la Corte Penal internacional para juzgar los crímenes de lesa humanidad y los crímenes de guerra, de manera permanente. A pesar que países importantes que se reservan precisamente su derecho de emprender guerras por doquier, no quieren acogerse a esta jurisdicción, el derecho de injerencia se abre camino y su implementación global es ineluctable

Es entonces que el Amazonas como mayor pulmón del mundo, que comparte soberanía con nueve países, a falta de una protección adecuada y amenazado por los intereses de posesión de sus vastas tierras, amerita una convención internacional, al igual que la suscrita en el Antártico, (ver el Protocolo de Madrid sobre el Antártico firmado el 04/10/1991), el que goza de una soberanía internacional. El tema ya ha sido abordado, por ejemplo, en un requisitorio por la internacionalización del Amazonas, de Gilles Fumey publicado en el diario francés Liberación. (agosto 25 del 2019). El autor hace referencia a la pregunta que hizo un estudiante estadounidense al entonces ministro de entonces de la Educación del Brasil Cristóvão Buarque, ocurrida durante el Foro del Milenio en Nueva York, en mayo del 2000. La pregunta era acerca de la opinión del ministro sobre la internacionalización del Amazonas. El ministro apoyaba la iniciativa como humanista, pero como brasilero no la consideraba procedente porque no había la reciprocidad del mundo sobre otros temas de igual importancia para la humanidad. El Amazonas, enfrenta una situación muy diferente, de un interés particular y de un interés general. De igual manera el interés nacional de un pueblo, no puede resistir al interés general de todos los pueblos, más aún cuando se trata del presente y del porvenir de la humanidad.

En el caso de cobijar con una soberanía internacional el Amazonas, una compensación financiera es absolutamente necesaria, todos los países del mundo estarían en la obligación de cotizar periódicamente. Esta sería una alternativa más saludable que la de Bolsonaro, quien decía recientemente que no había que privar a veinte millones de brasileros del desarrollo minero y agrícola del Amazonas, teniendo en cuenta que poner a revolcar la selva con apenas cinco millones de personas bastaría para acabarla en menos de cinco años.

La situación de la selva amazónica es apenas una de las tantas dinámicas económicas del capitalismo y su matriz ideológica es la que nos conlleva a una pérdida certera. Las acciones racionales con respecto a un objetivo cuyo fin es el beneficio a todo precio, nos ha hecho creer que todos somos mercancía, incluyendo nuestros amores. La antropología económica ha demostrado que la humanidad no se ha comportado siempre así. En las economías precapitalistas primaba las consideraciones sociales y no la ambición de acaparamiento de bienes, de satisfacción material y de generación de ganancias. Había explotación ciertamente, pero las relaciones de amistad y solidaridad eran de lejos lo más importante. Sobre todo, se producía para satisfacer las necesidades y no como ahora, donde no interesa si el producto es innecesario, tampoco importa que daño se le haga a la naturaleza o a otros congéneres. Convertir la selva amazónica en un santuario natural es preservar la vida de las generaciones presentes y futuras, tanto del Brasil como del mundo…