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La mentalidad milenarista

En Europa y el mundo occidental, la mentalidad milenarista se asocia a grupos radicales religiosos que se imaginaron mil años de amor y felicidad con la segunda venida de Cristo, después de un juicio final del cual solo se salvarían los creyentes en el milenio.

Esta visión, cosechada en el marco del cristianismo medieval, fue declarada herética por las autoridades religiosas, y sometida al aislamiento, aunque pervivió, dentro y fuera de esa iglesia, hasta los tiempos actuales.

La forma de funcionamiento psicológico del milenarista se forja en condiciones históricas en las cuales intervienen un gran malestar social y ciertas ideas simples, pero firmes, a menudo asociadas a la incapacidad de los humanos para resolver las injusticias, y a la fe (o creencia) de que estas solo pueden resolverse mediante la acción divina.

Esta práctica ideológica no solo es común entre los milenaristas occidentales, sino que ha sido rastreada por los historiadores en otros pueblos, siempre bajo la combinación del desespero social con ideas superficiales, que guardan muy poca relación con los enfoques científicos.

La mentalidad milenarista se apoya en la esperanza de que habrá un futuro mejor, bajo la supervisión de un poder que está por encima de la capacidad humana, el cual dirigirá al mundo por el camino del progreso. La convicción (la firmeza de principios) del militante del milenio lo impulsa a ser duro y cruel con quien no profesa su sistema de creencias.

Esa convicción define la parte gruesa de su comportamiento: no solo es muy feroz con sus enemigos, sino que su visión escatológica (relacionada con el más allá) lo dota de una seguridad a toda prueba, y de una moral capaz de mover montañas. El ejemplo de las cruzadas sirve para ilustrar la fuerza personal (y colectiva) que ha actuado en la historia motivada por el milenarismo, o por las convicciones inamovibles.

Ese sistema de creencias granítico es el origen del sectarismo y el fanatismo que siempre acompañan el modo de ser del milenarista, sobre todo en los tiempos idos. Tal manera de vivir, en su forma de fanatismo extremo, está aún presente hoy en las sectas religiosas musulmanas, y en ciertos grupos creyentes (y no creyentes) que funcionan como falanges fanáticas, hacia la derecha o la izquierda del espectro político.

El historiador Norman Cohn, en su libro En pos del milenio, hace una radiografía de las condiciones que dan origen al milenarismo, y establece una conexión entre este y algunos militantes de perfil totalitario actuales, como los del estalinismo y del nazismo. Para este autor, el sectarismo y el fanatismo no son solo un problema social sino situaciones relacionadas con la psicología humana.

En la actualidad, las ideas milenaristas tradicionales han quedado reducidas a la insignificancia (al menos en Occidente), pero la base psicológica y social del mesianismo dio pie a la permanencia de comportamientos fanáticos y sectarios de carácter secular, especialmente en sectores que añoran otra sociedad, como si fuera una especie de utopía repleta de miel y felicidad, parecida a la que soñaron los religiosos del pasado, de la mano de Dios.

Ahora se observa en las redes sociales y en otros lugares esa clase de radicales que lo odian todo, que lo muerden todo, y que mantienen la esperanza de una especie de milenio en el futuro, un milenio que no sería dirigido por la divinidad, sino por ellos mismos, apoyados en sus convicciones y principios.

Esas convicciones y principios, por lo general, son una remembranza de lo que pensaron intelectuales destacados del siglo XIX, que forjaron utopías para enfrentar y resolver la desigualdad y las injusticias, aún a costa de seguir derramando sangre. Esas utopías en el presente ya no son lo que eran para los primeros revolucionarios del siglo XX, esperanzados en solucionar los problemas humanos con las propuestas de sus antecesores decimonónicos.

Todas esas utopías pasaron de ser sueños de esperanza, en la mentalidad de quienes combatían los poderes establecidos, a ser realidades sangrientas, asociadas a la represión, a la muerte, a la eliminación de la libertad (a nombre de la libertad), y a la destrucción del dinamismo de la economía, como lo prueba la experiencia histórica del siglo XX.

Pero a pesar de lo que ha ocurrido con la aplicación de ese pensamiento utópico (que hoy se expresa como una especie de milenarismo secular y laico, de talante totalitario), el fracaso no existe en las mentes de sus partidarios, que siguen soñando con el infierno como si este fuera el paraíso.

En la base del milenarismo secular de nuevo tipo están (otra vez) las injusticias sociales, la desigualdad, y un sistema de creencias casi indestructible, que nunca se confronta con la realidad histórica. Esa ideología, apoyada en la fe de una sociedad mejor, tiene como epicentro las teorías elaboradas por los pensadores del siglo XIX, las cuales fracasaron estruendosamente en el experimento de la extinta Unión Soviética y de China.

¿Por qué los nuevos milenaristas se mantienen en la cárcel de sus convicciones erróneas? Por las mismas razones por las cuales los milenaristas clásicos se murieron con las botas puestas: por la existencia de problemas sociales, y por el argumento escatológico de que estos podían resolverse mediante la concreción una sociedad del más allá.

Para los milenaristas contemporáneos aún domina el diablo en el ahora, y la superación del mal no puede lograrse a través de las reformas, de los cambios graduales e inteligentes, sino destruyéndolo todo, matando enemigos o satanizando a quienes no comulguen con su credo hermético.

Como lo expresa Norman Cohn en su libro, el milenio se mantiene, ahora de la mano de los radicales convencidos, que no quieren mirar de frente al pasado, y que desvían sus ojos de este porque la utopía con que soñaban ya no es un sueño de libertad y miel, sino una horrenda pesadilla.

Una pesadilla que entró en la historia, igual que el capitalismo, chorreando sangre por todos sus poros…