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¿Es extraordinario que la ciencia no sepa?

A raíz de las inseguridades, balbuceos y desaciertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con respecto al virus y a la pandemia que nos ataca, algunas personas han puesto el grito en el cielo porque esta se equivoca, se muestra indecisa, o porque no sabe.

La OMS se apoya (como las otras entidades de la ONU) en sus propios equipos de científicos, o en los de los diversos gobiernos o empresas privadas, para emitir sus conceptos y proponer las medidas a los países.

El problema con el coronavirus que nos azota es que tiene facetas novedosas y desconocidas para la comunidad científica experta, es decir, para los infectólogos, inmunólogos y las demás personas conocedoras a fondo de esos temas. La tapa del asunto reside en el hecho de que no existe una vacuna para meter en cintura a la infección masiva.

En consecuencia, los científicos de la esfera pública y privada de todo el planeta tuvieron que hacer lo que siempre se hace en un caso como el de la pandemia covid-19: observar el fenómeno, recomendar lo usual para las infecciones por virus, y apoyarse en sus tradiciones científicas establecidas para sugerir lo que al final se sugirió: evitar la exposición al contacto físico, lavarse las manos, usar tapabocas, y esperar la vacuna salvadora.

Ante un fenómeno tan nuevo en muchos aspectos (para el cual existían más preguntas que respuestas), los científicos debían ser muy prudentes ante el público; eso explica, en gran medida, la inseguridad y hasta los errores, generados por una situación inédita, sobre la cual escasean las certezas.

Los balbuceos e inseguridades fueron interpretados por el gran público (y manipulados por los gobernantes perversos, tipo Trump) como una señal de falencia dentro de la OMS, o como una prueba de que ocultaba algo para favorecer a alguien, normalmente un enemigo ideológico y político de otro.

Más allá de los errores voluntarios e involuntarios que la organización haya cometido, lo cierto es que estos también se debieron al carácter de las circunstancias, y al hecho de que los científicos no sabían qué hacer porque aún no tenían armas más seguras para proceder.

La ciencia es una tradición y un procedimiento que funciona de una manera distinta a como operan ciertas ideologías (racistas, nacionalistas, políticas, etcétera) y las religiones, los mitos o las leyendas.

Es normal que en estas últimas formas de pensar prevalezcan las verdades reveladas, o una seguridad granítica que no brota del diálogo creativo con la realidad, sino de la sólida estructura de estilos de pensamiento que suelen ser las mejores fuentes del dogmatismo y el fanatismo.

La ciencia no necesariamente tiene que saberlo todo de antemano, y no es extraordinario que no sepa, pues su forma de “conocer” no es previa (como en la ideología o la religión), sino la consecuencia del contacto con el objeto de estudio.

En muchos casos su punto de partida no es la certeza; es la ignorancia. El científico es alguien dotado de unas teorías, hipótesis, métodos y técnicas con las cuales enfrenta los problemas sociales y naturales, pero sin parecerse a un brujo o a un oráculo.

Aparte del utillaje teórico, metodológico y técnico (o del asunto de pertenecer a una tradición especial), lo que caracteriza a un investigador formado científicamente es la ignorancia que lo empuja a saber, a conocer, a investigar para resolver problemas de investigación. El científico sabe después que indaga (o aprende de sus pares), no antes.

En este punto se marca una diferencia de fondo entre la forma de pensar del científico y la de los ideólogos y los fanáticos religiosos. Por necesidades prácticas, el fanático ideológico o religioso tiene que aparentar que lo sabe todo, normalmente para descrestar a los incautos, como ocurre con ciertos pastores religiosos o líderes políticos.

El científico solo muestra seguridad después de concluir su investigación, luego de establecer hechos o de generar saber mediante el empleo de las herramientas de su disciplina. La lógica del fanático ideológico o religioso es hermética, no permite el diálogo con la realidad y, por lo tanto, funciona como una dogmática autista que da vueltas sobre sí misma.

La lógica científica tiene que ser abierta, expuesta al cambio, al diálogo entre el investigador y lo que investiga, y a la crítica intersubjetiva que ayuda a desechar o a consolidar saberes. Esta forma de funcionar es lo que hace de la ciencia un procedimiento especial, al compararlo con el mito, la religión o la ideología.

La OMS no podía transmitir certezas porque no las tenía; ha estado sujeta a la ley del ensayo y el error y a la angustia de la incertidumbre para encontrar una ruta, de igual manera que los equipos de expertos públicos o privados. Los milagros y las soluciones fáciles son el fruto de la simple especulación sin fundamento, no del espíritu de la ciencia.

Por esta razón, y más allá de las influencias ciertas o falsas de A o B gobiernos, solo podía establecer como suyo (transmitiéndolo luego al gran público) aquello de lo cual adquiría cierta seguridad, y, todavía así, estaba expuesta a un margen de error, debido a la extensión planetaria y a las oscuridades de la pandemia.

En los siglos pasados, la humanidad sometida al ataque pandémico era más dada a la especulación sin pruebas y a la explicación de la enfermedad mediante teorías conspirativas. Hoy la especuladera sin fundamento es menos influyente, gracias al papel de la ciencia en la sociedad.

Es mejor criticar a la OMS porque se equivoca, desde el ámbito científico, que darle crédito a lo que dicen los fanáticos políticos o ideológicos, o a las mentes ignorantes o perversas especializadas en elaborar teorías conspirativas.

Viéndolo bien, todo parece indicar, a pesar de las dudas, que hemos avanzado mucho con respecto a los antepasados. Esa es, indudablemente, una de las consecuencias más positivas del desarrollo y popularización de la ciencia.

Sin la ciencia de hoy estaríamos tan desorientados y perdidos como lo estuvieron las civilizaciones anteriores. Gracias al aporte de los científicos, la humanidad tiene y tendrá una ruta menos problemática para entender la pandemia y para salir del hueco en que ahora estamos.

Este es un gran avance histórico que hay que reconocer, más allá de las diferencias que nos dividen. El pensamiento y la práctica científicas están entre los mejores logros de la humanidad, y son las herramientas más idóneas para enfrentar la pandemia. Afortunadamente.