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Desde la experiencia chilena,  una mirada al estallido social en Colombia

Lo que se ha desencadenado en Colombia en las últimas semanas no dista mucho de los procesos históricos que se han vivido en otras países de América Latina en los últimos años, más allá del o los factores directos que los desencadenan, existen estructuras asociadas a la realidad de nuestras naciones que permiten hacer una segunda lectura, un poco más profunda y también general, sin aspirar a explicar los fenómenos distintivos de cada país.

En Chile, para muchos hasta de manera impensada, se gatilló, por un alza en el precio de los pasajes del metro, la más grande, diversa, profunda y compleja de las manifestaciones sociales de las que recuerda su historia y develó una crisis profunda de una institucionalidad que era mirada con admiración por muchos países e incluso el propio presidente del país se desmarcó del resto de los procesos de la región, meses antes del estallido, al conferirle el carácter de un oasis de paz en el subcontinente. La distancia histórica ha demostrado que la lectura que se había realizado era superficial y peligrosamente incompleta, ya que los conflictos que se desencadenaron tenían relación, al menos, con los últimos cincuenta años de la Historia de Chile.

Desde mi especial punto de vista, sin un acabado conocimiento del proceso colombiano, pero sólo jugando a extrapolar las similitudes del fenómeno y considerando todo lo que se ha escrito en Chile con  relación al estallido social, me atrevería,  sin duda con un alto nivel de error, a aportar visiones que los intelectuales chilenos, muy influidos por la coyuntura por lo demás, han buscado explicitar para explicar el proceso que ha amainado producto de las consecuencia emergentes de la pandemia, pero está latente y muy lejos de superarse, y que parece, al igual como muchas veces en nuestra historia continental, un desafío regional de nuestra América morena.

Manifestación en la Plaza de Bolívar de Bogotá

La literatura, venga de donde venga, es no sólo contextual, sino que también coyunturalista y oportunista (una mezcla entre influencias desde la historia como también desde la economía). Al igual que en Chile, en Colombia abogados, periodistas, escritores, académicos, cientistas políticos, sociólogos, historiadores verán las condiciones propicias para plantearse con los más variados propósitos, desde los más altruistas que buscan aportar a entender la complejidad del fenómeno,  hasta aquellos que quieren obtener renombre y de paso más de algún rédito económico.

Desde el mundo de la academia se reflexionará sobre los impactos del individualismo asocial y la necesidad de recuperar el sentido de comunidad, que buscará entender, aunque parezca contradictorio, las estructuras de la coyuntura y demostrar que una sociedad donde se debilitan los vínculos comunitarios se torna tremendamente vulnerable. Se reflexionara sobre la pérdida de los fundamentos éticos que hacen posible el buen funcionamiento de la democracia y de la economía. Profundizarán sobre la complejización de la democracia y que su éxito o fracaso ya no descansa en la mantención del orden y la estabilidad, sino que también se debe hacer cargo de cuestiones sociales, económicas, culturales, interculturales y ambientales sustentadas en la lógica de la emergencia de los derechos humanos.

La psicología se expresará  desde la frustración y el dolor de la realidad, que en un contexto de economía de mercado, se relaciona directamente con la realidad del “no tener”. Se discutirá cuanto ha avanzado la sociedad colombiana en términos materiales y que por ende el malestar se expresará no desde la privación, sino desde el hecho de que las mismas oportunidades alcanzadas, generan mayor conciencia de los derechos y más oportunidades de ejercerlos.

La influencia del presentismo, la pérdida de la capacidad de análisis, el crecimiento exagerado del cuerpo social, alimentado por un deseo insaciable de consumo, con matices expresados desde la escandalosa desigualdad social y de las nuevas y estresantes expectativas de vida. La queja se eleva como un hábito generalizado indicando un alto nivel de neurosis, en el contexto de familias disfuncionales, con adolescentes con experiencias de abandono y que crecieron acostumbrados a evadir cualquier tipo de responsabilidades.

El sociólogo se expresará en términos de la finalización de una etapa, del surgimiento de un nuevo ciclo vital que demandará el reajuste de muchas de las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales. Por lo tanto, a diferencia del análisis de la psicología, no es más de lo mismo, es un nuevo paisaje social de los engendros y criaturas de una etapa avanzada del neoliberalismo, con consecuencias complejas en la estructura de clases y la ruptura con las antiguas  que sustentaban los viejos proyectos políticos. El nuevo escenario no se resolverá como en el pasado, con más o menos Estado, menos en el contexto de un mundo abierto y globalizado. La solución se perfila desde la necesidad de resolver la crisis de legitimidad transversal a todas las elites: religiosas, empresariales, militares, políticas; y en la construcción de un nuevo pacto que se haga cargo del nuevo ciclo que se avecina.

Los economistas, de muy distinto cuño por lo demás, discurrirán sobre las consecuencias del modelo económico exportador, que tiende a generar una alta concentración patrimonial y de los ingresos,  acompañada de una gigantesca expansión de la educación terciaria. El modelo resulta incapaz para absorber a toda la gente que ha invertido enormes cantidades en educarse y que no verá los réditos que esperaba. Justificará lo anterior en la idea de que los que marchan no son los pobres descalzos, es decir, coincidirá con la mirada sicológica, de que la violencia no se expresa desde la privación, sino que desde la desigualdad.

Desde la esfera política, muy renuente a asumir sus propias responsabilidades por lo demás, haciendo más gárgaras que análisis reales y descarnados, se quedará más en el maquillaje que en la explicitación profunda. Se expresará en términos de una insatisfacción acumulada desde hace mucho tiempo, que la gente  se había alejado de la política, dejando incluso de votar. La mirada no deja de ser excluyente, ya que sigue pensando en una democracia representativa por sobre la de una de carácter participativo. Todo matizado por la brecha económica, las percepciones sobre la generación dominante y la forma en que se ha ejercido el poder.

Otros se plantearán desde una óptica más holística y llamarán a aceptar que los factores que produjeron el fenómeno siguen pendientes y convocarán a una reflexión teórica desde las más diferentes disciplinas, para tratar de entender  por qué una sociedad que avanzaba en indicadores materiales de bienestar de “pronto” entra en una espiral de protesta que llega a expresiones de violencia,  tanto de los manifestantes como de aquellos encargados de mantener un orden público.

El desafío es para éstos últimos, ya que las formas de enfrentar las variadas manifestaciones del estallido social, dejó a la luz formas arcaicas de contención  y violadoras de derechos fundamentales, quedando en evidencia modos y mecanismos que se habían mantenido por mucho tiempo, pero que para muchos parecían violaciones puntuales y no reflejaban el perfil de la respectiva institución.

Sólo he hecho referencia una serie de publicaciones que se han hecho en Chile para entender el fenómeno que se sigue, aunque de manera latente, viviendo. No hay mucho de originalidad en mis palabras, sólo he querido hacer un aporte previo al pueblo colombiano con el fin de estar alerta y decidido a entender la complejidad de la situación que están viviendo.

Desde la distancia mis más sinceros respetos, esperando que demuestren una mayor capacidad y reflexión de todos los actores involucrados con el fin de generar la disposición, no sólo para entender las características del fenómeno, sino que, a diferencia de lo que percibo en Chile, de  poner todas las voluntades para generar los espacios de encuentro que les permita salir empoderados de la crisis, de reconocer que el momento es difícil, de valorar la importancia de la mantención de una convivencia positiva que se haga cargo del impacto negativo de  las desigualdades y de los privilegios y en especial de aquellos que no están dispuestos a perderlos, disfrazándolos con más de una teoría, sabiendo que el conflicto social es, más allá de todas las elucubraciones, su consecuencia más directa.