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Conspiranoicos antivacuna

En esta columna solo analizaré algunos comportamientos conspiranoicos contra la vacuna para enfrentar la covid-19. No me ocuparé de ninguna otra clase de conspiranoicos, aunque la tentación para hacerlo es muy potente.

Mi intención es tratar de comprender las circunstancias por las cuales algunos se inventan toda clase de teorías conspirativas para desconocer la importancia de la vacuna y, sobre todo, para oponerse a la vacunación.

Lo primero a mirar es qué se entiende por una teoría conspirativa. En realidad, no se trata estrictamente de una teoría, sino de una hipótesis, según el lenguaje de la ciencia; es decir, de una respuesta a una pregunta, construida mediante simples especulaciones, sin ningún tipo de prueba.

Por lo general, lo que se conoce como teoría conspirativa es una hipótesis no sometida a los procedimientos de la ciencia para que adquiera el estatus de teoría científica. La forma en que se elabora obedece al sentido común, a las condiciones especiales de la cultura y a ciertas características del individuo.

El concepto teoría conspirativa se acuñó en el siglo XX para hacer alusión a las explicaciones no comprobadas que generan los individuos o los grupos sobre fenómenos políticos, naturales o de otra clase. Tales sucesos serían la consecuencia de grandes conspiraciones promovidas por élites, sectas, clases o personajes, que estarían detrás de lo que ocurre.

Tan importante se volvió el concepto que ya fue incluido en un suplemento del Oxford English Dictionary, en el año 1997, y, además, la palabra conspiranoico (referida a los generadores de esas teorías) aparece en los diccionarios de neologismos como un acrónimo de conspiración y paranoico, es decir, como un término nuevo formado por acronimia de tales vocablos, con el significado de individuo desconfiado y obsesivo que ve conspiraciones hasta en la sopa.

El cantante español Miguel Bosé, uno de los reconocidos antivacuna de España.

Las definiciones de las teorías conspirativas en los libros de los historiadores y los psicólogos son, en general, peyorativas, más allá de que algunas de estas se hayan convertido en verdad posteriormente. Se las asocia con un pasado donde era imposible producir explicaciones científicas sobre situaciones sociales o naturales, como guerras, conflictos políticos o pandemias.

El medioevo, por ejemplo, estuvo plagado de teorías conspirativas para interpretar las epidemias de la peste negra u otras enfermedades. Prescindiendo de que se acudiera a la idea del castigo divino, lo más común fue que la culpa se recargara sobre un enemigo común, o sobre la acción de un rey o grupo perverso.

En el caso de la vacuna contra la covid-19 es inadecuado argüir, como causa de las teorías conspirativas que se le oponen, el poco desarrollo científico. Si algo caracteriza a la época actual, en relación con otros tiempos, está en el gran desarrollo científico en materia de vacunas, y en el papel decisivo de la divulgación de la ciencia a todos los niveles.

Por lo tanto, las teorías conspirativas y la mentalidad conspiranoica deben ser analizadas en relación con redes especiales de individuos que se unen por intereses comunes, conspiranoicos, y atendiendo a sus características personales. Dos de esas características tienen que ver con una forma de ser paranoica y mitománica.

Entre las singularidades del paranoico se destacan la tendencia a formar ideas delirantes, la actitud de desconfianza y recelo hacia los demás y hacia casi todo, y el delirio persecutorio.

La mitomanía se concibe como un trastorno psicológico centrado en el acto de mentir, mediante el cual se crea una adicción a la mentira, a la grandilocuencia y a la costumbre de crearse rollos fantasiosos que el mitómano cree con los ojos cerrados, pero que carecen de sustento real.

Muchos de los partidarios de las teorías conspirativas contra la vacuna de la covid-19 presentan estos rasgos, fácilmente discernibles a través de sus publicaciones en las redes. Además, tales actitudes se acompañan de una alta inflexibilidad cognitiva y de una disonancia cognitiva bastante fuerte.

La inflexibilidad cognitiva tiene que ver con la dificultad de cambiar de ideas o de creencias, lo que los hace intolerantes ante las opiniones contrarias (como ocurre con los antivacuna norteamericanos y europeos), y muy firmes en sus convicciones, que nunca perciben como erróneas, pues jamás las confrontan con la realidad.

La disonancia cognitiva los induce a rechazar con violencia las ideas que contradicen sus posiciones, sobre todo porque les resultan inquietantes, y motivan dolor psicológico e inseguridad interior. Ante la presión externa, el conspiranoico procede como el fanático, que prefiere enconcharse en sus teorías antes que desecharlas, para así eliminar el dolor de la disonancia cognitiva.

Otra variable importante para explicar el problema tiene que ver con la baja o nula formación científica del conspiranoico (el principal agente de las teorías conspirativas), lo cual lo ayuda a reforzar sus ideas falsas, y a no darse cuenta del carácter delirante de las mentiras que ha convertido en explicaciones, y en su forma de entender lo que le rodea.

Cabe aclarar que las dudas de algunos, provocadas por la poca información o por el efecto del sensacionalismo de los medios o de las redes sociales con relación a la vacuna, podría interpretarse como una actitud razonable, no conspiranoica. Este comportamiento quizás puede ser superado con una adecuada campaña educativa.

Esa actitud de desconfianza hacia la vacuna la he visto en muchas personas, incluidas algunas que me han hecho poner las manos en la cabeza, como los médicos, las enfermeras o los dependientes de las farmacias. Se supone que esos profesionales deben poseer una información mínima sobre los asuntos científicos relacionados con la producción de vacunas, y por eso resulta sorprendente su recelo.

Hace poco vi un video del cantante español Miguel Bossé donde él plantea las tres ideas básicas esgrimidas por los antivacuna para evitar la inmunización contra la covid-19. Bossé expresó lo siguiente: a) que detrás de la vacuna hay algo extraño; b) que esta contiene cosas indebidas y dañinas; y c) que deben garantizarle su libertad de no vacunarse.

En los Estados Unidos, en Europa y en otros sitios se oponen a la vacunación con el argumento de que esta obedece a un plan de dominio mundial, orquestado por grandes líderes, por personajes destacados o por ciertos gobiernos. Como los antivacuna suelen ser de ultraderecha o de izquierda, el enemigo que está detrás de la vacuna, o de la vacunación, suele variar.

Los conspiranoicos han manifestado, por ejemplo, que George Soros o Bill Gates quieren incrementar su poder sobre el mundo mediante esa vacuna tenebrosa. Este o aquel país o gobierno impulsan la vacuna, o la vacunación, como una estrategia de dominio geopolítico. Hasta se llegó a emitir la barbaridad, creída por algunos, de que la vacuna contendría un chip para hacer seguimiento y controlar a los individuos. Esas ideas delirantes reducen el papel de la vacuna a una conspiración mundial que va contra los intereses de los pueblos.

Así mismo, los antivacuna han esparcido la tesis de que las vacunas contienen fragmentos extraños y antiéticos, como porciones de fetos de niños y otras sustancias que enferman al organismo humano. Para ellos, vacunarse representa un gran riesgo para la salud, sin aportar ninguna prueba al respecto.

Algunos antivacuna de élite (de élite porque tienen formación académica alta, a diferencia del nivel cultural promedio de la mayoría de sus congéneres) han extrapolado erróneamente las primeras pruebas con algunas vacunas del siglo XX (en que hubo errores y hasta muertes) para “analizar” lo que ocurre hoy con la vacuna contra la covid-19.

El propósito de estos conspiranoicos de élite es similar al de otros antivacuna de la base: sembrar el miedo (que es, también, su propio miedo) para que la gente no se vacune. Sin ninguna prueba arguyen que la vacuna es un riesgo muy alto porque contiene sustancias peligrosas para la salud humana.

Es decir, que las farmacéuticas chinas, rusas, norteamericanas o europeas le han puesto algo dañino a la vacuna, y que su interés no es salvar vidas sino todo lo contrario. Esta idea delirante no se apoya en ninguna evidencia que valga la pena, sino en puras especulaciones paranoicas, y en desinformación monda y lironda.

Según los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de las propias productoras de las vacunas, menos del 1% de las personas que han sido vacunadas sufrieron alguna reacción adversa, más que todo alérgica. No se ha reportado ninguna muerte provocada por la vacuna contra la covid-19.

Sin embargo, los antivacuna distribuyen por las redes información improbada (delirante o paranoica), según la cual las vacunas están matando o enfermando a la gente, porque contienen algo raro, como lo manifestó Miguel Bossé. Este desaguisado paranoico, en sentido estricto, representa también una acción de mala fe que pone en riesgo a las mayorías.

Esa teoría conspirativa demuestra una ignorancia total acerca de cómo se producen las vacunas, sobre cuáles son las tecnologías empleadas en su elaboración y, además, tergiversa, maliciosamente, el último avance para procesar vacunas, que es la tecnología del ARN mensajero, al sostener que se aplica utilizando fetos de niños.

En ninguna de las vacunas elaboradas por las diversas farmacéuticas se emplean fetos de niños. En todos los casos se utiliza material genético del virus, para inducir una respuesta inmunológica contra este en el organismo humano, y eso es así tanto en las vacunas procesadas con las tecnologías tradicionales, como en las de última generación, basadas en el ARN mensajero.

Para darle vía libre a una vacuna existen unos protocolos científicos peculiares y de los gobiernos, mediante los cuales no se permite que una vacuna, insuficientemente probada, se les aplique a los humanos. Esos protocolos son acuerdos científicos rigurosos que ninguna farmacéutica o gobierno puede desconocer.

Antes de aprobar una vacuna contra la covid-19 deben realizarse ensayos clínicos en voluntarios, en muchos voluntarios, y revisar las reacciones que el fármaco genera en ellos, por lo menos en tres pruebas periódicas. Y luego de superar los estrictos protocolos científicos globales, las vacunas deben ser analizadas por los equipos especializados de los gobiernos, que entregan una aprobación final para su uso en la población.

En la guerra geopolítica que subsiste hoy es muy difícil que le pongan “algo raro”, como sugiere Bossé, a cualquier vacuna. Todas han sido elaboradas atendiendo a tecnologías reconocidas por los cuerpos científicos mundiales. Eso de que contienen sustancias dañinas o partes de fetos no es sino una gruesa mentira destinada a causar inseguridad y zozobra en la población.

Los antivacuna, impulsados por su mitomanía, desconocen la importancia de los protocolos de la ciencia aplicados en la vacuna anticovid-19, y descalifican con falacias tanto a las farmacéuticas como a los gobiernos y a la OMS.

Este es un viejo truco ilógico de quienes no quieren revisar las pruebas de la verdad que confronta sus mentiras, precisamente para continuar propalando sus delirios conspiranoicos, que están por fuera de las tradiciones científicas. En esa actitud están implícitos todos los movimientos psicológicos analizados por la ciencia para caracterizar una mentalidad conspiranoica.

Entre otras cosas, sería tremendamente difícil poner de acuerdo a las farmacéuticas chinas, rusas, europeas o norteamericanas para ocultar la verdad con respecto a la tecnología de producción de sus vacunas, y a lo que contienen. Y no es sensato sostener, como lo expresan los antivacuna, que la OMS hace parte de una conspiración global para ocultar la verdad tecnológica, o la relacionada con el material genético que se emplea en el proceso de elaboración de la vacuna.

La OMS es una entidad que pertenece a la ONU, y sostener que conspira para producir una vacuna que dañará a la población no pasa de ser una mentira fruto de la locura de los conspiranoicos. ¿Cómo se podría poner de acuerdo a los chinos, a los coreanos, a los rusos, a los cubanos, a los ingleses y a los norteamericanos, que están en la ONU y en la OMS, para elaborar una vacuna que contiene “cosas raras” para enfermar o matar a la gente?

Esta teoría conspiranoica de los antivacuna se cae por su peso, sobre todo si uno se toma el trabajo de revisar la abundante información que existe sobre el tema de la vacuna anticovid-19, la cual se puede revisar con facilidad en la web.

Pero a los antivacuna, como Miguel Bossé, no les interesa la verdad científica, sino solo su narcisismo conspirativo. Sus mentiras se convierten en dogmas inamovibles gracias a esos mecanismos ocultos de la psique humana, que ya han sido develados por la ciencia.

Su libertad es la libertad de la ignorancia y del irracionalismo, que se opone a la libertad de las mayorías. En Suecia aplicaron, en un principio, la estrategia de la inmunidad de rebaño para intentar contener al coronavirus. Los mismos científicos suecos se han encargado de criticar y rebatir esta aparente solución (para este caso masivo, pandémico) por su efecto catastrófico sobre las personas más vulnerables, es decir, en los ancianos y en la gente con comorbilidades peligrosas.

Esa inmunidad de rebaño es la que reclaman los antivacuna para enfrentar la pandemia, eludiendo la vacunación. O sea, para respetar su libertad, que es la libertad del suicidio colectivo, hay que dejar que la población juegue a la ruleta rusa de exponerse, sin protección, al ataque del virus. La cantidad de muertos e infectados en todo el planeta no importan, según la lógica libertaria de los ultras de la antivacuna.

Ellos quieren imponer su mentira y su mitomanía más allá de la lógica y de la sensatez humanas y científicas. En el fondo, a los antivacuna no les interesa para nada la gente, sino su ego enfermizo, paranoico.

El trasfondo de sus delirios conspirativos no es la defensa sincera de la vida, ni la libertad de la especie, sino el irracionalismo y el anticientificismo más burdos, adornados con la apariencia de verdad, pero cabalgando en el potro de la muerte.

Los conspiranoicos antivacuna están vendiendo una peligrosa piedra envenenada, aunque cuidadosamente envuelta en papel de regalo y recargada de perfume. Ellos, por las razones expuestas, no están a favor de la vida sino de la muerte. Ni más ni menos.