Una joven camina bajo el sol del municipio de El Salado, norte de Colombia
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EFE/Archivo

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El Salado empieza a salir adelante mas de 15 años después de la masacre

Testimonios del horror de una masacre.

Carlos Meneses Sánchez
 

El Salado, una remota población del norte de Colombia, empieza a salir adelante más de 15 años después de la masacre paramilitar perpetrada durante tres fatídicos días de mediados de febrero que acabó con la vida de buena parte de sus habitantes.

"Yo soy uno de los que vivió la masacre. Me pusieron en la canchita ahí abajo, donde está la Casa del Pueblo. Vivía por aquí, los 'paracos' se metieron y cuando ya quise salir por el otro lado, me agarraron y me llevaron", relata a Efe Juan Rodríguez, natural de El Salado, en el departamento de Bolívar.

La toma de El Salado causó, según la Fiscalía de Colombia, la muerte de al menos cien personas a manos del bloque norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), comandado por Rodrigo Tovar, alias "Jorge 40", que llegó al extremo de ejecutar sus crímenes en virtud de un número elegido al azar.

Rodríguez recuerda que lo sentaron con otros vecinos "en la canchita", una plaza que se encuentra delante de la Iglesia, desde las nueve de la mañana con otros vecinos y pudo ver como delante suyo mataban a diecisiete personas.

"Ellos iban sacando por lista. A mí me pidieron la cédula y dije 'soy de aquí de este pueblo, mi familia es de este pueblo', pero el 50 de la lista, decían. Y a un primo que estaba a mi lado lo mataron. Fueron los 'paracos' los que pusieron esa regla", detalla.

La pesadilla no terminó ahí porque días más tarde Rodríguez se enteraría de que perdió a otro de sus primos y a dos de sus sobrinos, "uno de 16 años y otro de 18; eran unos 'pelados' (jóvenes)".

Él tuvo suerte y a las seis de la tarde de aquel día les dijeron a los que quedaban vivos que se podían ir, "entonces les preguntamos si podíamos recoger los muertos y meterlos a la Iglesia. Dijeron que no, que eso venía el Gobierno a recogerlos".

La Fiscalía apuntó en su día que la masacre fue perpetrada porque las AUC consideraron que entre la población había integrantes del frente 37 de la guerrilla de las FARC, excusa que les valió para violar a mujeres y jugar con los cuerpos de las víctimas con ron y a ritmo de vallenato, música típica de la zona, según testigos de la masacre.

"Tocaban ahí vallenato, bebían ron. Hacían miles de vainas esos 'paracos'", anota Rodríguez, quien reconoce que cuando llega febrero siempre recuerda lo que padeció.

Una de las que escapó de esa matanza fue la madre cabeza de familia Osiris Cárdenas, quien tuvo la oportunidad de salir del pueblo, con lo puesto y sin un destino concreto, por eso echó a correr a las montañas, solo con la idea de llevarse a sus hijos de siete, tres y un año de edad y escapar de aquel horror.

"Yo salí solo con mis hijos a mi lado porque era lo único que me interesaba. Estuve cinco días en las montañas. Eso es algo que a uno le marca para toda la vida. Eso no se borra, eso está ahí", señala Cárdenas en una entrevista con Efe.

En esos días en el que cocinar era un riesgo por el humo que se originaba, que alertaba a los paramilitares, Cárdenas escuchó "muchos gritos" procedentes de El Salado. "La gente corría y corría hasta llegar hasta donde estaba uno, rompiendo el monte y llegaban hasta allá".

El miedo era tal que un momento tan conmovedor como ver a una hija dar sus primeros pasos se convirtió en una amenaza para la familia.

"Una de mis hijas empezó a dar sus primeros pasos dentro del monte y uno estaba con el miedo de que de pronto descubrieran dónde estábamos porque los niños se reían de la alegría de ver a la hermana dando pasitos. Entonces, yo los cogía y los pellizcaba para que se callaran y no hicieran bulla", recuerda Cárdenas.

Rodríguez y Cardenas también son ejemplo de la paz y la reconciliación que llegó años después a esta aldea de calles sin asfaltar, casas humildes y color sofocante, pues regresaron con el tiempo.

Para Rodríguez tuvieron que pasar cuatro años, mientras que Cárdenas padeció un periplo de una década de viajes forzados por todo el norte de Colombia, ejemplo de los por lo menos 280 desplazados, en su mayoría niños, que provocó la masacre.

Hoy sonríen más aliviados ya que son beneficiarios del programa 100.000 viviendas gratuitas del Gobierno colombiano, el cual les proveerá de una casa digna en El Salado con techo, agua corriente y luz para que él abandone su hogar de adobe y ella, la pocilga que adaptó para vivir cerca de sus raíces.

"Este año voy a pasar la navidad en mi casa", expresa Cárdenas con ilusión después de recibir la llave simbólica de su apartamento de manos del presidente colombiano, Juan Manuel Santos.

 

EFE

 

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