Ulises Quintero espera que sus cenizas sean esparcidas en el Romelio Martínez.
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Mery Granados.

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Ulises no quiere ser el héroe de la Odisea: solo estar en el Romelio hasta después de su muerte

El conocido terapeuta y rehabilitador deportivo debió abandonar el estadio tras más de 26 años trabajando en el lugar.

Hay quienes van dejando su sello en los lugares donde trabajan. Otros quieren permanecer por el resto de sus vidas en el sitio donde sienten que está su huella y los hay quienes jamás se irán.

Así, sin pedirlo, el Romelio Martínez recibió la promesa de compañía perpetua de parte de alguien que lo ha acompañado y cuidado en los últimos 26 años.

Cuando llegamos, Ulises Quintero se encontraba sentado en una silla roja Rimax de plástico a la sombra de un árbol de mango, secándose el sudor con una toalla con peces de colores pintados y tomando el fresco de las primeras horas de la tarde mientras que esperaba la llegada de nuevos pacientes.

Esa ha sido su costumbre desde hace más de una década y media cuando plantó los arboles, decidiendo poner un toque frutal a la terraza donde trabajaba.

Ulises Quintero aún siente a Junior como parte de él.

La terraza queda contigua a las tribunas del estadio Romelio Martínez, esas que colindan con la carrera 44 llegando sobre la calle 72. La entrada es un portón inmenso hecho de una aleación en metal oxidado y corroído. 

Así como el árbol de mango da sus frutos cada año madurándolos con paciencia cuando aparecen primero como una flor, Ulises aprovechó cada momento que pudo para ir construyendo su propio gimnasio.

Allí, apoltronado sobre la serenidad que ha sabido cultivar en una existencia de 58 años, contemplaba todo aquello que logró recoger.

Todo empezó en 1993”, explicó a Zona Cero mientras sostenía con la mano un vaso de plástico lleno de café humeante. Cada sorbo, va acompañado con un suspiro y un recuerdo.

“En esa época el Romelio estaba horrible. Los periodistas no hablaban bien de cómo lo mantenían y criticaban muy fuerte a la oficina de deportes de la Alcaldía en esa época, el IDRD”.

Para ese año Ulises Quintero ya era bastante conocido en la ciudad. Desde 1988 era el encargado de rehabilitar y cuidar de la condición física de las estrellas de Junior, los jugadores que eran las ‘vedette’ de una ciudad que guarda una relación de cariños y odios con su equipo.

En estas máquinas ha logrado preparar y sanar a varios deportistas y ciudadanos.

Barranquilla ama a Junior, y cada pieza que integra al equipo de inmediato toma notoriedad. Más aún, cuando por aquellos días Quintero conservaba intactas las piernas de Carlos ‘El Pibe’ Valderrama, Iván René Valenciano, Miguel ‘Niche’ Guerrero, Víctor Danilo Pacheco, Oswaldo ‘Nené’ Mackenzie y Alexis Mendoza, entre otros cracks.

“Yo ya trabaja acá hace tres años en el Romelio. Nosotros entrenábamos aquí y yo atendía a los jugadores del lado de la carrera 46. Por eso era buen amigo de los periodistas. En la IDRD al ver esto se les ocurrió darme un comodato de las instalaciones del lado de la 44 para que yo arreglara esto e invitara a los periodistas y se calmaran las criticas”, señaló terminando su café.

Ulises, homónimo del antiguo héroe griego que lideró a las tropas helénicas al asedio y toma de la antigua Troya, asegura que no lo pensó dos veces. Aceptó el ofrecimiento, quería tener su propio gimnasio.

Decir que el Romelio en esos días era un chiquero podría haber sido un cumplido. Los habitantes de la calle hacían de ese punto su hogar y estaba apestado en la inmundicia de la basura.

Utilizando las mangueras con las que regaban la cancha, Quintero y algunos familiares se dieron a la ardua labor de limpiar el sitio. Fueron 15 días antes de poder traer la primera máquina o pieza de trabajo.

“Tuve que hacer un préstamo de un millón de pesos para poder poner esto bonito. Incluso para mandar a hacer unas camillas. Inauguré un 11 de noviembre y vinieron los periodistas, cuando vieron la otra cara que esto había tomado, las criticas se calmaron”, asegura.

Estos cajones tuvieron que ser intercambiados por canastas de gaseosa en los inicios del gimnasio.

Esos primeros meses al frente de su recién creado gimnasio resultaron ser el ‘talón de Aquiles’ de este Ulises del fútbol. Debió primero hacer uso de toda su recursividad para suplir lo que no tenía, como los cajones para hacer el fortalecimiento de las piernas, algo de lo más básico.

“Tuve que empezar con cajones donde se guardan las botellas de gaseosa porque no tenía dinero para mandarlo a hacer en triplex. A medida que Junior me iba pagando los premios, más mi sueldo, empecé a comprar cositas. Me metí unas ‘enculebradas’, alcancé a deber 40 millones de pesos, pero eso ya está al día”.

A este Ulises moderno, su lucha le llevó la misma paciencia como si tuviera que haber esperado al lado de las murallas de Troya a que alguien construyera un enorme caballo de madera. Su ‘caballo de Troya’ le llevó 26 años armarlo.

En ese día a día, vio crecer a su familia producto del matrimonio con su mujer Alba Lucía, sus hijos Anderson, Cindy Estefany, Luz Shirly y Esnáider, a quienes también ligó al escenario dándole nombres muy particulares a las salas de ejercicio.

A una le llamó ‘Salón Tany’ en homenaje a su hija mayor Cindy Estefany. A otro le colocó ‘Salón La Chili’ por su otra hija Luz Shirly, al restante salón lo bautizó ‘Salón de calentamiento Api’, porque su hijo Esnáider de pequeño nunca fue capaz de pronunciar la palabra papá, sino ‘api’, o sea ‘papi’.

Sobre la puerta del salón ejecutivo La Chili hay una cartel que avisa de los horarios de atención.

Ulises, el griego de Ítaca, conoció en sus andaduras de batalla a los grandes Aquiles, Menelao, Patroclo, Agamenón, Áyax y un sin fin de mitológicos talentos que fueron venerados por siglos y siglos.

Ulises, ‘el currambero’, también conoció a héroes, aplaudidos por los  aficionados en los tiempos modernos. Incluso, salvó en más de una ocasión a los titanes de nuestro tiempo del tártaro que les esperaba. Caso como el del ‘coloso de La Chinita’, Teófilo Gutiérrez.

“A ‘Teo’ lo conocí cuando estaba en el Barranquilla. A él lo querían operar supuestamente de los meniscos. Pero yo lo revisé y le dije a su padre que eso no era de cirugía. Tenía una distención del colateral interno y externo. Lo que había que hacer era rehabilitarlo y más nada”, dictaminó.

El goleador no fue operado y en par de años nada más, estaba destrozando las redes en la primera división. En adelante, cada que el jugador viene a Barranquilla hace escala obligada donde Ulises, a que lo ‘trabaje’.

Los pacientes son muchos, no solo atletas de alto rendimiento sino ciudadanos del común.

Su fama se fue esparciendo entre los gladiadores modernos: los deportistas buscaban la manera de mejorar y así poder ir un poco más lejos en su carrera. Caso puntual de los beisbolistas. 

“Hace siete años comencé a trabajar con los hermanos Donovan y Jhonatan Solano. Ellos buscaban la oportunidad de llegar a Grandes Ligas. Entre las cosas que tenían que hacer era mejorar su velocidad, lograr una marca de seis segundos y seis centésimas en sesenta yardas. Poco a poco lo fuimos logrando”.

“También trabajé a José Quintana para fortalecer su brazo, cuando él tuvo problemas con los Yankees. Hoy triunfa con los Medias Blancas”, agregó.

Toda esta reunión de estelares lo llevó hace cinco años a aprovechar la presencia de todos ellos para hacer una integración. De pronto, en diciembre, El Romelio que era el Olimpo de los futbolistas, se volvió punto de encuentro para jugar a la popular ‘Chequita’.

En este tablero, Ulises lleva la cuenta de los partidos de chequita.

“Acá llegamos a tener en un partido de chequitas a José Quintana, Julio Teherán, Donovan y Jhonatan Solano, Teófilo Gutiérrez y varios jugadores que con los años conocí en Junior”, presumió.

Esas alegrías eran la gasolina que lo llevó a superar lo que él califica de “ultrajes” y “maltratos” por parte de varias administraciones en el estadio Romelio Martínez, que durante las jornadas carnavaleras que allí se adelantaban, año a año le martirizaban la vida.

“Me ponían candados y cadenas a la puerta, me acusaban de que yo metía trago acá y varias veces vinieron inspectores a rebuscar en mi gimnasio. Nunca encontraron nada. Sufría mucho por ese maltrato”, replicó.

Por eso, se conmovió hasta las lágrimas cuando hace poco más de una semana reunieron a la comunidad circundante del estadio para notificarles que en solo ocho días deberían abandonar el escenario. Este será cerrado para su remodelación.

Al Ulises griego el poeta Homero le reunió en un relato llamado la Odisea todas sus peripecias sufridas en diez años de viajes por el mundo, buscando volver a su hogar, en Ítaca. Nuestro Ulises, no quiere odisea, no espera tener que pasar por una década de aventura errante.

Solo pensar que debe abandonar el estadio, lo embarga la tristeza.

“Si nos tenemos que ir, nos vamos. Eso está bien porque quieren arreglar el estadio y se que va a quedar bien lindo. A nosotros nos prometieron que tras los arreglos vamos a regresar, pero queremos que haya un papel que nos de la seguridad de que regresaremos al Romelio”.

Y que el vínculo es tan fuerte, que Ulises lo tiene bien decidido. Sus hijos conocen la voluntad y la respetarán cuando llegue su muerte: “En agradecimiento al Romelio, por todo lo que me ha dado, yo quiero que a mi me cremen y que mis cenizas sean arrojadas en todo el centro de la cancha”, cerró sollozante.

Quintero, como todos los que trabajaban en el estadio serán reubicados, en este caso particular en una de las bodegas del estadio Metropolitano, de manera temporal.

Ulises contempla el Romelio, donde siente que ha dejado parte de su corazón.

Las lágrimas de Ulises solo confirman lo de siempre: un estadio solo es una mole de cemento si no es por el cariño de la gente que interactúa en él y lo llena de la divinidad de los momentos gratos, de la melancolía de los instantes de drama y de la esperanza de los momentos de gloria.

Así, el Romelio entra en una nueva etapa de su historia, donde espera que al ser remozado con una segunda juventud, pueda volver a contar con sus amigos de antaño, como Ulises Quintero.

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