Las partidas o comparsas de diablos desfilan por las calles céntricas del cantón Píllaro
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En Píllaro, los diablos alistan sus mejores trajes para recibir al Año Nuevo

Con una fiesta multicolor de historia y tradición, que no parará hasta el día de los Reyes.

En Píllaro, un pujante pueblo de los Andes de Ecuador, miles de diablos alistan sus mejores trajes para recibir al Año Nuevo con una fiesta multicolor de historia y tradición, que no parará hasta el día de los Reyes.

Se trata de "La diablada", una festividad convertida ya en Patrimonio Cultural de la Nación y que entre el 1 y 6 de enero convierte a Píllaro en un carnaval de alegría.

Con semejanzas al afamado carnaval de Oruro (Bolivia), sobre todo por las majestuosas caretas de diablos que la gente usa en la celebración, la diablada ya ha empezado a fraguarse en Píllaro, una bendecida zona agrícola del centro andino de Ecuador, en la provincia de Tungurahua.

A un par de horas en vehículo desde Quito, Píllaro se esmera en pulir los últimos detalles para la celebración, a la que espera lleguen casi 100.000 visitantes nacionales y extranjeros durante los seis días de festejos.

Las partidas o comparsas de diablos desfilan por las calles céntricas del cantón Píllaro

El alcalde de Píllaro, Patricio Sarabia, contó a Efe que esta tradición "data de unos 150 años atrás y, para varios historiadores, representa la rebeldía de los indígenas al colonialismo español".

Según los estudiosos, en el pasado "el 1 de enero era día libre" para los campesinos en las grandes haciendas y, "para demostrar la indignación con las condiciones de vida (precarias), se disfrazaban" con caretas de diablos que asustaban a los hispanos, relató Sarabia.

Pero "hay otra leyenda" que recoge un episodio curioso de la comunidad: Hombres de Tunguipamba y Carlos Espinel (barrios periféricos de Píllaro) se cruzaban de un sector a otro para cortejar a las jóvenes mujeres de sus vecinos, lo que generaba celos entre los propios.

Por ello, algunos se disfrazaban con caretas de diablos para ahuyentar a los intrusos, contó Sarabia, que prefiere tomar esas dos versiones, de entre muchas otras que han circulado con el tiempo, como las más apropiadas para explicar el origen de la tradicional celebración.

En la actualidad, la diablada se ha convertido en un imán para los turistas, atraídos por la fiesta y las vistosas caretas elaboradas con cariño por artesanos como Ángel Velasco, quien cuenta con orgullo que muchas de sus obras han ido al exterior.

También sus ojos tiemblan cuando revela que el afamado pintor ecuatoriano, ya fallecido, Oswaldo Guayasamín solía visitarlo para comprarle caretas de diablos.

En su taller, Velasco da con sus manos vida a los rostros acartonados de Mefistófeles, que en esta época es el personaje más importante de la fiesta pillareña.

Las partidas o comparsas de diablos desfilan por las calles céntricas del cantón Píllaro

Para Julio Moya, un joven de 28 años que empezó a elaborar caretas de diablos cuando apenas tenía 10, la diablada es una oportunidad para mejorar la economía de los artesanos.

En estas fechas, Moya, postrado desde que sufrió un accidente de tránsito hace algunos años, elabora junto a sus seis colaborados entre 70 y 80 caretas.

Las confecciona con papel reciclado y engrudo, cuernos verdaderos de animales de la zona, así como pinturas sintéticas para retocar los rostros del diablo.

La gente compra o alquila las pesadas caretas para integrarse a los danzantes, que recorren las calles del centro de Píllaro con un baile contagioso que, de a poco, contagia también de los turistas.

"Es algo novedoso, no hay algo así en otra parte en Ecuador" y por ello "la gente viene y se desestresa", remarcó Moya, quien promete una fiesta única y divertida a los que visiten Píllaro en los primeros días de enero.

Fernando Arroyo León, de EFE

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